Safed, los cabalistas azules

De todos modos entro por la calle principal tortuosa y llena de casas azules y de obras de arte y de tiendas místicas, un anciano nos pone una pulsera de hilo que según él nos protege, le digo que somos de España y él dice Sefarad con nostalgia

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SUBÍA POR las montañas de Galilea para ver Safed, la ciudad azul de los cabalistas azules, y la carretera subía y subía y no paraba de subir, y lo primero que hago es ver un piano azul con una silla amarilla en mitad de una rotonda, y al salir de la estación de autobuses paro a un taxista viejo y despistado, que no sabe dónde están las cosas, y le pregunta a otros conductores, yo quiero que me lleve a la sinagoga askenazi Ari, que está en el centro de la ciudad, al principio todo va bien, pero luego se desvía hacia abajo, y quiere dejarme en una plataforma donde se ve el cementerio a lo lejos y una sinagoga, no sabe inglés y habla con otro tipo, y el otro tipo insiste en que la sinagoga está allí, pero aquello es la sinagoga sefardita Ari y yo quiero la sinagoga askenazi Ari que está en el centro, y me dice de malos modos que tengo que caminar hasta allá abajo, entonces exijo volver al centro de la ciudad, y más tarde me entero de que allá abajo estaba la tumba de Simon Bar Jochai, el legendario padre de la cábala de la antigüedad, el que Moisés de León puso como portavoz en su Libro de esplendor en forma de diálogo con sus discípulos, igual que Platón puso a Sócrates como protagonista de sus Diálogos, y que allí está la sinagoga de Ari, el cabalista del siglo XVI que hablaba allí con Elías, siempre me ocurre así en la vida, rechazo cosas que son fascinantes y me doy cuenta más tarde.

De todos modos entro por la calle principal tortuosa y llena de casas azules y de obras de arte y de tiendas místicas, un anciano nos pone una pulsera de hilo que según él nos protege, le digo que somos de España y él dice Sefarad con nostalgia, tiene gracia, los judíos mitifican el país del cual los echaron a patadas, lo consideran su paraíso perdido, no sé si es masoquismo o si es idealización de lo perdido, hacia los lados hay escaleras y calles tortuosas y patios perdidos y callejones haciendo codos y pasajes por debajo de otros, todo hay que descubrirlo aventurándose, nada se ve a simple vista, y llegamos a la sinagoga askenazi Ari que yo quería ver, donde está un león con la cara de Isaac de Luria, y luego a la sinagoga Abuhav donde están los cuatro elementos esenciales del mundo, a mí siempre me fascinó la Cábala, leí trozos de Gersom Scholem, y leí la obra de Marcos Ricardo Barnatán, y leí El cuarteto de Alejandría donde Balthazar estudiaba la Cábala, y leí las sugerencias que tomó Walter Benjamín sobre el ángel de la historia que camina de espaldas, y leí trozos de Abraham Abulafia, y alusiones de Borges, y trozos de Samuel Joseph Agnon sobre el jasidismo.

Pero sobre todo leí trozos de El libro de la creación o Sefer Yezirá que dice que el mundo fue creado siguiendo regularidades, según las letras y los números, igual que Jung hablaba de los arquetipos colectivos y Eliade hablaba de los mitos, y que el universo fue hecho a partir del lenguaje, y está sellado por él, y que el En Soph incognoscible dio lugar a los ‘sephirot’ que son las manifestaciones del misterio, la manera de sentir nostalgia de él, y ‘El libro del esplendor’ o Zohar, donde los ‘sefirot’ alumbran el mundo según triadas, y le dan todo su encanto y esplendor, y el universo es un palacio dirigido por la Corona, como el palacio interior de Santa Teresa de Jesús o el palacio cerrado de los alquimistas (‘La entrada abierta al palacio cerrado del Rey’, de Ireneo Filaleteo), y las cosas todas tiene una esencia interior que nunca fue creada, algo que pertenece al En Soph, y el En Soph no puede ser comprendido por la razón humana, pero lo intuimos a través de símbolos, y los místicos entusiastas del jasidismo que florecían hace siglos en Europa del este podían contactarlo de algún modo y por eso entraban en éxtasis y pasaban de los doctores.

Y leí a Isaac de Luria o Ari, que en el siglo XVI trató de explicarles a los sefarditas expulsados y asombrados por qué les habían mandado al exilio, según él la existencia misma es un exilio, la creación del mundo no fue una emanación de Dios sino una contracción, Dios se apartó para dejar un espacio vacío que es nuestro mundo, por eso el mundo es un exilio y una carencia, y lo que tenían que hacer los judíos era purificarse y volver a lo esencial, esas ideas recuerdan a las de Cioran y "el inconveniente de haber nacido" y "la tentación de existir", y eso no es nada extraño porque Cioran había leído mucho a los gnósticos y estaba influido por ellos, y la Cábala antigua surgió en Oriente Medio en contacto con el gnosticismo, y es como ella una búsqueda de la plenitud imposible, un recuerdo de lo perdido sin nombre, una especie de saudade gallega, tampoco es una tontería, en esa época gobernaba Galilea Doña Gracia, una dama portuguesa que escapó de la inquisición en Lisboa y obtuvo la protección de los turcos para ayudar a su gente.

Y en medio de esos recuerdos de lecturas yo caminaba por Safed, donde la Cábala llegó a su cumbre de exaltación y nostalgia, y llegamos a la plaza principal del Barrio de las Sinagogas, y caminamos entre los postigos abiertos y las puertas azules, y después nos adentramos en el Barrio de los Artistas, quería ver la exposición general de cuarenta artistas en una antigua mezquita pero estaba cerrada, y allí al lado estaba la estatua del Judío Errante, que yerra desplazado por la tierra llevando sus nostalgias, expulsado de Jersusalén , expulsado de Sefarad, expulsado de todas partes, y allí al lado estaba el Caravasar del Asno Blanco, entramos y parecía un laberinto cabalístico de silencios, y levemente se oía un arpa, llegamos a una habitación donde había un concierto de música mística de Azerbaiján, y es que la mística supera todas las doctrinas, en todas partes es una experiencia interior como decía Bataille, y es una sensualidad inefable, y aquella música delgada hacía pensar en las sugerencias de los sefirot, y al fin había estado en Safed, donde pensé en estar tantas veces, con sus rincones secretos y azules, como un monumento al silencio y a la concentración, un lugar al que no van los turistas masivamente, aunque la verdad es que hay que ser pijo para alojarse allí, pero yo como un colgado y un vagabundo me guío por mi amor a la literatura apasionada, a las frases del Libro del esplendor: "La imagen divina está inundada de rocío y por los cabellos resbalan las lágrimas de la noche. Su única verdad es el esplendor de todas las cosas".

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