Regalos desde oriente

Cristina Castaño.
photo_camera Cristina Castaño.

La tradición de los Reyes Magos se ha ido transmitiendo de generación en generación sin perder un ápice de su magia. Y, esta noche, miles de niños se acostarán con el único pensamiento de encontrarse por la mañana con el regalo más esperado tras haber colocado el agua para los camellos, unas galletas para Melchor, Gaspar y Baltasar... todo un ritual que los más pequeños siguen a rajatabla. Y lo hacen con la ayuda de unos adultos que, un día, también fueron niños. Este es el caso de Agustín Fernández Paz, que cada 5 de enero abre el cofre de sus recuerdos para revivir momentos inolvidables de su infancia. La de Reyes era una noche mágica en la casa del escritor vilalbés, al igual que en muchos otros hogares. «Nos anos cincuenta, cando a sociedade pouco tiña que ver coa actual, os nenos de Vilalba viviamos os Reis cunha expectación que ía medrando conforme pasaban os días. Malia termos as nosas dúbidas, o certo é que críamos neles, ¡así de inocentes eramos!», explica.

La televisión aún tardaría en llegar, la radio era un lujo en aquella época y la publicidad ni siquiera existía. Así que a Agustín solo le quedaba mirar el escaparate de los comercios de Gayoso y Xamebou. «Tamén estaba o do 095, onde todo era máis barato», cuenta. En ellos contemplaba muñecas de cartón, coches y motos de lata que no tardaban en estropearse... Por fortuna, su padre era carpintero y todo un maestro fabricando juguetes. «A casa de bonecas que lle construíu a miña irmá Tita merecería estar nun lugar de honra nun museo. E eu aínda lembro o camión, ou o avión de pasaxeiros, que me fixo e que duraron moitos anos», recuerda.

Todos y cada uno de ellos eran regalos muy deseados, pero ninguno como el proyector de cine NIC que los Reyes le dejaron al escritor chairego en casa de su madrina Maruja. Era un aparato muy simple: las películas venían en una banda de papel vegetal enrollada en un carrete, con escenas alternas dibujadas en la mitad superior o inferior. Al darle a la manivela, lo que se proyectaba en la pared eran esas mismas imágenes alternas, según iban pasando por delante del foco, creando así la ilusión del movimiento. «¡Cantas horas de ledicia nos procurou o cine NIC! Un agasallo marabilloso, dos que nunca se esquecen», suspira.

Ibertren

A su infancia también regresa Liborio García para recordar su regalo de Reyes más especial. Aunque con la llegada de sus hijos ha vuelto a recuperar una ilusión que se había esfumado con el paso de los años, nada comparable a la emoción con la que el periodista esperaba la llegada de Melchor, Gaspar y Baltasar. «Recuerdo aquellos 5 y 6 de enero con una nostalgia inmensa. No podía ni tragar y lo vivía intensamente», cuenta entre risas.

Liborio era un incondicional de la cabalgata de Reyes, en la que su tío hacía las veces de Melchor. «Mi primo y yo jamás sospechamos nada, ¡si incluso vino a casa en una ocasión y le contamos nuestra vida sentados en su regazo! Creíamos a pies juntillas», relata.

Aquellos momentos los guarda en su memoria como oro en paño, al igual que uno de los regalos más especiales llegados desde Oriente: su Ibertren. «Era el no va más cuando yo tenía siete años. Así que, aquella mañana, cuando me levanté y vi el tren montado y funcionando, ¡me hizo una ilusión tremenda!» recuerda.

Sin embargo, Liborio tuvo que esperar a cumplir 30 años para recibir un juguete que una y otra vez había pedido a los Reyes Magos, sin conseguirlo nunca. «El Pegaso de Rico era un camión de control remoto muy caro que pedí desde que tenía cinco años, pero no llegó», señala. Esa espina clavada que siempre tuvo el periodista se la quiso sacar su entonces novia y ahora mujer, Isabel, que removió cielo y tierra hasta conseguir el ansiado juguete. «Se lo compró a un coleccionista. Cuando abrí aquel regalo por mi 30 cumpleaños se me cayeron las lágrimas», revive con emoción.

Hoy Liborio acudirá a la cabalgata de Reyes acompañado de sus hijos, a los que ha sabido transmitir esa misma ilusión que él tenía de niño.

La boti-bota

También con una gran ilusión celebra el día de Reyes Cristina Castaño. Cada 6 de enero, la actriz vilalbesa se levanta con ilusión para abrir los regalos que hay debajo de su árbol. «Mi madre es muy generosa y se encarga de que siempre haya obsequios para todos. Y yo, cuando lo paso sin mi familia, procuro que quien esté conmigo se encuentre regalos por la mañana», asegura.

Cristina Castaño siempre fue de ideas fijas y por eso cada 5 de enero tenía muy claro qué es lo que quería que le trajeran Melchor, Gaspar y Baltasar. Ahora hace memoria y afirma que si algo pidió con especial ahínco fue la Boti-Bota, el juego de la calabaza del programa ‘Un, dos, tres’. «Yo era muy pequeña, pero recuerdo perfectamente el día de la cabalgata en Vilalba. Me subí en las rodillas de uno de los reyes y le insistí una y otra vez en que quería la Boti-Bota. Finalmente, me la trajeron», cuenta con orgullo.

Cristina tenía siete años cuando una de sus amigas quiso quitarle la ilusión de que los Reyes venían desde Oriente. «Recuerdo que estaba esperando para entrar en clase de gimnasia rítmica y yo no me quería creer lo que me estaba diciendo mi amiga, hasta que una señora aseveró: «Los Reyes no existen». Me quedé totalmente cortada, sin capacidad de reacción y hoy desde aquí querría decirle, ¡señora, métase en sus asuntos!». Pero ni siquiera aquella inoportuna confesión pudo romper con la magia de este día, así que con el paso de los años Cristina volvió a dejar, cada 5 de enero, turrón y champán para Melchor, Gaspar y Baltasar.

Sin perder la ilusión

Si alguien vive al máximo la llegada de los Reyes Magos esa es Conchita Teijeiro. La presidenta de Aspnais pasa cada 6 de enero junto a sus hijos y nietos porque, asegura, «es la mayor felicidad del mundo». Ni siquiera el paso de los años ha podido con esa ilusión que tenía de niña, inculcada por sus padres. «Recuerdo que me mandaban a la cama a las seis de la tarde, no sin antes dejar unas pastitas a los Reyes y un cubo de agua para los camellos, ¡con qué sentimiento vivía aquel momento!», suspira.

Conchita tampoco se olvidaba de enviar su carta, para asegurarse de que tendría el juguete deseado. «Yo pedía mucho y, claro, no me traían ni la cuarta parte, pero tuve la gran suerte de tener unos padres muy generosos que cumplieron muchos de mis caprichos», asegura.

Con especial emoción recuerda aquel año en el que se empeñó en una gran muñeca que caminaba. «La vi en un escaparate, un día paseando por Santo Domingo, y me empeñé de tal manera que mi padre me tuvo que llevar de vuelta a casa por la pataleta que monté», dice. Se acercaba el día de Reyes y, cómo no podía ser de otro modo, al levantarse aquel 6 de enero se encontró con su querida muñeca sentada en una silla. «¡Fui la niña más feliz del mundo!», señala emocionada.

Incodicionales

Quienes tampoco faltan nunca a su cita con los Reyes Magos son los hermanos Vallejo. Los hijos de estos pilotos de rallyes les han ayudado a recuperar una ilusión que, con el paso de los años, se había adormilado. Hoy toca hacer memoria, y Sergio y Diego recuerdan como, en su infancia, escribían la carta a medias. «No era como ahora, entonces el resto del año no recibías ningún juguete y los esperabas ese día con ansia», señalan. Ambos compartían habitación y aseguran que aquellos 5 de enero era casi imposible conciliar el sueño, así que «nos levantábamos muy temprano y no quitábamos los ojos de los juguetes en todo el día», cuentan.

Si algo recuerda con especial ilusión Diego Vallejo es un autobús teledirigido de Rico. «Lo habíamos pedido mi hermano y yo y cuando aquel día nos levantamos y lo vimos nuestras caras eran un poema -dice emocionado-. No paramos hasta acabar las pilas y, años después, ese autobús siguió dando mucho juego».

Mientras, en la memoria de Sergio Vallejo aún sigue vivo el recuerdo de una fábrica-garaje de coches que le trajeron desde Oriente cuando tan solo tenía siete años. «Aquel año no había pedido nada, pero mis padres me decían que como había tenido muy buenas notas me iban a traer un juquete que deseaba mucho -cuenta-. El 6 de enero me levanté a las 5 de la madrugada y no lo solté hasta que me llamaron a la mesa».

Hoy, los hermanos Vallejo esperarán junto a sus hijos la llegada de Melchor, Gaspar y Baltasar, con la misma ilusión con la que hace años intentaban conciliar el sueño con el único fin de que pasasen antes las horas y poder jugar con sus ansiados regalos.

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