Rectificar es de hipócritas

UNA COSA es que Adolfo Suárez se merezca todos los reconocimientos, y más, y otra bien diferente es que con su muerte emergiese una pléyade de cínicos y frescales, los que lo acribillaron durante su mandato y que ahora lloran ‘desconsolados’ su desaparición, presumiendo de su amistad y de su inmensa valía. Ello solo evidencia que rectificar, más que de sabios, en este caso y en otros varios, es de hipócritas, aprovechados que todo les sirve para salir en la foto. No es ni necesario mencionar nombres; están en la boca de todos los que vivimos la época. ¿O no recordamos como lo tildaron de «golpista» y «perfecto inculto, procedente de las cloacas del franquismo». Pues bien, y a propósito, sobre todo uno de esos personajes, que siempre despuntó por abruptos y descalificaciones al prójimo, recorrió ahora, contrito y entristecido, todas las televisiones lagrimeando la muerte de su ‘amigo’, atribuyéndole su aporte esencial a la democracia, de la que él por cierto, más que cualquiera, se aprovechó por variadas razones.

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