Ramos, el pasado y el presente

uno de los innumerables tópicos que rodean el mundo del fútbol dice que el deporte rey no tiene memoria. Vales lo que vales en el momento actual y de poco sirven las glorias pasadas si en el presente no estás a la altura. El principio debería servir para el fútbol y, en general, para la vida. El profesional está en constante aprendizaje. Lo hecho en el pasado, hecho está. Sin más. Estuvo muy bien, pero hay que cambiar el chip.

Da la sensación, cuando se observa jugar a Sergio Ramos, que se ha quedado en el año 2010. El Mundial lo dejó ensimismado. Crecido en su suficiencia. A veces parece que Ramos, un excelente futbolista sin duda, se cree omnipotente, que va a llegar donde la mayoría no puede. Se fía demasiado de su potencia física. Normalmente sus arriesgadas apuestas le salen bien. En otras se equivoca gravemente y comete errores imperdonables en un profesional.

La jugada que le costó la expulsión el pasado miércoles ante el Galatasaray resume perfectamente quién se cree que es Ramos, una acción en la que, por cierto, el de Camas no comete ni falta sobre un hábil Umut Bulut. Piensa Ramos que puede ceder medio metro a su rival porque su potencia y velocidad le van a permitir recuperar terreno sin problemas. Pero el jugador turco desbarata su plan con un simple giro de su cuerpo. El resto ya se conoce. Bulut emprende la carrera hacia la meta del Madrid, Sergio Ramos le toca ligeramente en una mano y el delantero del Galatasaray se deja caer. La jugada sucede tan rápido que el árbitro entiende que Ramos ha derribado a Bulut en una manifiesta ocasión de gol. Resultado: roja (injusta) y Sergio Ramos eleva el listón como jugador del Madrid más veces expulsado de la historia (17, por encima de las 12 de Fernando Hierro). También es el futbolista español más veces expulsado en la Liga de Campeones. Triste marca.

Nada de eso hubiese sucedido si Ramos hubiese aterrizado de una vez en noviembre de 2013. Ni es Supermán ni los demás son tontos. Ni lentos. Ni le van a temer por mucho que sea campeón del mundo. Una vez más queda demostrado que vivir del pasado, o en él, tiene sus riesgos. Ramos lleva una extraordinaria carrera, como sus compañeros en el Madrid y en la selección española posee un palmarés deportivo envidiable, pero eso no es un salvoconducto hacia la infalibilidad. Lo dicho, tanto haces tanto vales. En presente, por favor.

El increíble caso del menguante pelotón español

La crisis y la falta de credibilidad han azotado con fuerza al ciclismo español, paradójicamente tan rebosante de triunfos como enormemente deficitario en equipos. Tras la desaparición del Euskaltel Euskadi, solo dos escuadras engrosan la famélica nómina del pelotón español, Movistar y Caja Rural, éste en la llamada segunda división. Es decir, el ciclismo español a nivel de equipos se reducirá en las grandes citas del año 2014 al Movistar de Alejandro Valverde y el emergente colombiano Nairo Quintana.

¿Qué ha pasado? Pues que los patrocinadores, importantes en el deporte y esenciales en el ciclismo, han huido en masa de esta modalidad, salpicada desde hace demasiados años por los escándalos de dopaje de unos pocos que deja por los suelos a una mayoría de gente honrada. Si a eso se une el panorama de la larga crisis económica que vive España (los primeros recortes de las empresas en problemas se producen en las inversiones en publicidad) se explica en parte el desastre actual. Aunque no por completo. En torno al ciclismo reina una confusión a la que ha contribuido el propio ciclismo, cuya credibilidad es en estos momentos nula (casos como el de Lance Armstrong ayudan poco, la verdad).

Pese a la dura situación, hay soluciones. En primer lugar habría que decirles a los potenciales patrocinadores que invertir en ciclismo no es caro ni mucho menos. Pocos deportes aseguran a las firmas comerciales una presencia tan continuada en un primer plano televisivo como una buena etapa del Tour. Gratis total, además. También el ciclismo debería poner de su parte y apretar en serio a los tramposos hasta expulsarlos. Ni un mínimo de tolerancia con ellos.

El ciclismo tiene una tradición que el deporte español no se puede permitir perder. Que recupere su sitio, y la credibilidad, requiere un trabajo enorme, pues es mucho el terreno que se ha cedido. Pero merece la pena. ¿O es que nadie se acuerda ya de lo que todos disfrutamos con las hazañas del gran Miguel Induráin?

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