Que siga el espectáculo

LA MARCHA DE Rouco Varela, cardenal, me deja un punto de frustración profesional: es el único espécimen destacado de la arqueología reciente lucense al que no tuve oportunidad de entrevistar. Lo más cerca que estuve fue una noche en el Clavi, durante un desconcierto. Él llenaba el diminuto y frío camerino con el vuelo de su salto de cama de gasa transparente con el largo de una sotana, un corpiño, una cinta de pelo y el rostro a medio maquillar, ocupado en su totalidad por un rictus de su enorme boca que aparentaba un sonrisa desproporcionada.

No llegamos a nada, porque él insistía en que se llamaba Paco Clavel y yo ya no estaba en horas, y trataba de meter el concepto de transustanciación en un camerino demasiado estrecho. Creo recordar que sobre el tocador había un pequeño espejo con unas finas líneas blancas, pero no estoy demasiado seguro de que fuera así ni de qué pasó con ellas, porque la parroquia de fuera gritaba ya de impaciencia y había más gente que en misa mayor. De todos modos, creo que al final era quien decía ser, porque sonreía como si la alegría no fuese pecado, y eso no estaba en la naturaleza de Rouco Varela. Total, que al final publiqué una entrevista con Paco Clavel sin estar muy convencido de lo que hacía.

Me decidió también que esa noche tampoco vi en el Clavi a Ricardo Blázquez, la pareja habitual de Rouco Varela en sus actuaciones y perfomances por aquel entonces y su heredero ahora en la presidencia de la Conferencia Episcopal, una de las instituciones de acceso restringido con mayor relevancia en España, junto con el palco del Bernabéu.

Muchos han querido ver en este relevo un signo de nuevos tiempos, una puerta de entrada a la Iglesia donde antes solo había una de salida. A mí también me hubiera gustado verlo así, pero es que ya me pasó antes con lo del papa Francisco y a mi edad ya no queda cuerpo ni espíritu para tanto desengaño.

Lo que sí parece evidente es que este nombramiento obedece a la nueva estrategia de márketing que abrió el Vaticano con el advenimiento de Francisco I, demostrando que la modernidad solo es ajena a su doctrina social, pero no a su visión comercial. Esta parece copiada de las grandes firmas de Silicon Valley, en las que la marca empresarial se une en comunión con la imagen del empresario. Con Bergoglio la Iglesia parece haber encontrado a su Zuckerberg, un particular Steve Jobs que lograba convertir en un espectáculo urbi et orbi cualquier aparición, aunque luego fuera a presentar cualquier modificación nimia del evangelio Appel, que invariablemente significaba más gastos para los seguidores de la secta tecnológica.

Reconozco que con el jesuita argentino han acertado, es bueno para el espectáculo. Todo lo esperado se ha quedado, hasta el momento, en la reforma de las finanzas vaticanas, porque las prioridades son las prioridades, pero Francisco I ha nacido para el show. Y funciona.

Igual que funcionará en España. Ya sabemos que antes entrará Appel por el ojo del sofware libre que un obispo en el cielo de la razón, porque cuando se lleva dos mil años instalado en el maximalismo cualquier paso atrás, o siquiera al lado, es una negación de sí mismo, una enmienda a la totalidad. Sencillamente, no es posible, porque sería tanto como reconocer que se estaba equivocado, que la Tierra gira alrededor del Sol, el acabose. Se empieza cediendo a la razón y se termina cediendo el poder. Y adiós al reino de este mundo.

Ahí, probablemente, esté la clave de la elección de Blázquez, alma gemela, colaborador estrecho y amigo íntimo de Rouco Varela, pero que tiene sobre el vilalbés la ventaja de la sonrisa y una piel de cordero. «Llegó sin programa», dijo, advertido de que el programa es él. Veremos cuánto tarda en arrancar del inescrutable Rajoy lo que no consiguió Rouco con toda su iracundia, una entrevista en Moncloa.

Si hasta ahora, que había tan mala sintonía personal entre los presidentes de España y de la CEE, hemos contemplado milagros como el doctrinal proyecto de ley del aborto o la ley Wert que consagra la enseñanza a la religión, lo que le espera a la sociedad civil a partir de ahora es una permanente procesión de penitentes.

Para movernos entre sepulcros blanqueados, yo prefería a Rouco, porque para espectáculos y farsas ya tenemos a Paco Clavel. Lástima que no supiera sonreír.

(Texto publicado en la edición impresa de El Progreso el 16 de marzo de 2014)

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