Que nos recuerden

Una reflexión sobre la imagen que un padre deja e su hijo, lo incontrolable que esta es, reflejo de quienes somos y como nos comportamos

HACE DOS DÍAS vimos la película ‘La juventud’, de Sorrentino, protagonizada por Michael Caine y Harvey Keitel. Me encantó: una fotografía muy personal y muy cuidada, como la de ‘La gran belleza’, que sirve para contar unos cuantos días de dos ancianos famosos retirados —apático uno, frágilmente entusiasmado el otro— en un balneario de lujo en Suiza. Pasean, comen, reciben masajes, se aburren y mantienen charlas poco convencionales. Y en una de ellas Caine le explica a Keitel que toda su preocupación por que su hija lo recordase, todas las cosas hechas deliberadamente para dejarle huella, habían sido en vano, porque ella no se acordaba de ninguna. Luego, en una confesión despechada, esa hija no solo confirma que es cierto sino que deja claro que, de su infancia, no le ha quedado grabado nada salvo la poca atención que siempre le demostró él.
En un episodio de ‘Breaking bad’, Walter le explica a su hijo que, a pesar de los esfuerzos de su madre, el único recuerdo que guarda de su padre es una respiración agónica que se imponía a todas las palabras de cariño. Y le pide que a él, en el futuro, no lo vea como lo vio la noche anterior, en la que no ofrecía, digamos, su mejor cara; que no sea así como lo recuerde cuando él ya no esté. La respuesta de Walter Junior es muy reveladora: «No sería tan malo: al menos fuiste real».
Dejamos, en cualquiera, una impresión que no solemos poder controlar. Una impresión que con el tiempo nos resulta cada vez más inexplicable y nos deja más desnudos, al prescindir de las capas exteriores. Y eso es mucho más rápido y acusado con nuestros hijos, que nos miran como nadie más lo hace. Pequeños gestos y actitudes van construyendo nuestra imagen y el sentimiento que despertamos en ellos, mientras nos afanamos por llevar a cabo y decir cosas de peso. Nos esforzamos en sacar una fotografía perfecta que dejarles, sin entender que de lo que se van a acordar es de la cara que les pusimos y de cómo les hablamos mientras la hacíamos.

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