Que la gente decida

EL PASADO MIÉRCOLES, el primer ministro británico señor Cameron, con ocasión de referirse al referéndum que ha decidido se celebre en Escocia, en orden a que los habitantes de ese territorio se pronuncien sobre su voluntad de permanecer en el Reino Unido, aludió a España y a las reivindicaciones del Gobierno de la Generalitat catalana, y de gentes orientadas por la acción política de este y de las fuerzas políticas que lo sustentan, que en tiempos de gran turbulencia como los actuales, más o menos convienen en cierta creencia de que la escisión de Cataluña de España operaría como un bálsamo de fierabrás que a todo daría solución.

Las palabras del señor Cameron son muy razonables «hay que dejar que la gente decida» dijo, y cualquier persona razonable estará de acuerdo con lo así expresado.

Sin embargo la realidad es algo más compleja cuando se considera algo concreto, y lo que en general es el evangelio en lo particular puede no serlo. De entrada podría el señor Cameron, y también podían haberlo hecho sus antecesores, aplicarse su ‘sabia’ receta, y ponerla en práctica no en Escocia, que ya sabemos de qué va la cosa, sino en un lugar del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en el que el anhelo de decidir sería a mi juicio más interesante, por llamarlo de alguna manera. Si hay que dejar que la gente decida pues que lo puedan hacer también los habitantes del Ulster, lo que acaso dejaría al Estado británico más reducido, esto es, quedaría en Reino Unido de Gran Bretaña, dejando en el camino a Irlanda del Norte. Al parecer los norirlandeses no son gente o no hay que dejarles decidir. En todo caso no le han permitido hacerlo, y además, de vez en cuando, y para que no haya dudas, suspenden desde Londres su escuálida autonomía.

Los estadistas eluden pronunciarse sobre problemas acerca de los que no es preciso que lo hagan y nadie lo demanda, sobre todo si no les concierne; y el premier inglés debería aprender pronto esa primera norma de actuación, tanto más si se trata un asunto interno de otro Estado.

Sí, si el deseo de expresarse acerca de lo que desde Cataluña algunos sectores numéricamente notables plantean se plasma en una demanda amplia y plural, será oportuno darle la palabra a la nación para que decida como quiere seguir siendo o dejar de ser: Es sabido que la historia es la narración de lo que se está haciendo o deshaciendo, de modo que no les extrañe que encare la cuestión en esos términos

Eso sí, tendrá que decidir en qué se ha de modificar el art. 2º de la Constitución que declara lo que hasta hoy es la nación española y la soberanía del pueblo español, ese pueblo, todo él. Y no porque sí, sencillamente porque detenta la soberanía, y es el único que puede alterar los términos de la misma.

Ya he dicho y escrito, y lo sigo afirmando que si hay que decidir, yo quiero hacerlo también. Y no es algo que plantee yo, lo sostienen muchos otros, entre ellos el expresidente Felipe González.

Si se insiste en pulsar el estado de la cuestión, pues en algún momento habrá que decir sea. Y desde luego ningún valor tendría nada que no respaldara una mayoría que no fuera la del cuerpo electoral todo. La otra opción, ya que a los que dirigen Convergencia i Unión les gustan mucho las elecciones referendarias, sería complacerles con esa fórmula, y convocar unos comicios a Cortes Constituyentes, si como dicen por cierto ahora más que unos pocos, nuestra Carta Magna está obsoleta. Pues si esa fuera la convicción de la mayoría habría que darle cauce. Pero nada de reformas de la Constitución que alteraran de tapadillo su núcleo alterando el pacto constitucional para satisfacer pretensiones de unos u otros.

Hay que dejar que la gente decida, pero la que tiene que decidir, no la que haya resuelto hacerlo sin otra legitimidad que su voluntad, que es mucha, pero no suficiente.

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