Productos de consumo

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A MICHAEL MOORE le corresponde una parte alícuota de lo que nos está pasando. Porque desde que hizo esas geniales y oscarizadas piezas en las que no sabes si estás viendo un documental o una película, si lo que te cuenta es cierto o no, le copiaron el modelo de tal modo que ahora resulta tan complejo adivinar en cualquier programa patrio si todo es una coña marinera o una verdad como un templo. Sospecho que, como suele pasar en general, la verdad se encuentra en el término medio.

El último de esos sucesos lo iba a contar aquí, pero ya pilla un poco lejos, y fue ¡cómo no! esa ceremonia tan modesta que prepararon para la coronación de Felipe VI. Y lo peor de todo es que es verdad que fue modesta. Pero modesta desde la óptica de una dinastía monárquica con no sé cuántos siglos de existencia, claro está. Aún así, no me negarán que a veces uno no sabía distinguir exactamente dónde acaba la realidad y dónde empezaba la ficción. Porque yo cuando veo a la ahora reina no puedo evitar acordarme de la película ‘El príncipe de Zamunda’, aquella película absurda pero entretenida de Eddie Murphy en la que una chica de Queens acaba convertida en reina de Zamunda. Una suerte de Pretty Woman de mediados de los ochenta que recuerdo con cariño.

Pero como hay que tener muy claro que lo de los reyes es muy real, me paro en un documento mucho más humilde y mucho más estremecedor: un reportaje de La Sexta analizando (o algo parecido) cómo es posible que lleguen a los puntos de venta esos cruasáns envasados a un precio imposible: 5 céntimos por unidad.

Para empezar utilicémonos a nosotros mismos como objeto de estudio: quiero decir, piense ahora usted en lo que le dé la real gana con tal de que cumpla dos condiciones. Una, que lo vaya a vender a 5 céntimos. Y otra, que sea capaz de sacarle algún beneficio, que naturalmente va a ser muy pequeño. Es una propuesta retórica que se pueden ahorrar porque ya la hice yo en mi casa. Les deseo mejor suerte. Para empezar, es complicadísimo encontrar algo que cueste 1 o 2 céntimos. Pero si luego le sumas el agua, la electricidad consumida para la elaboración y el tiempo, resulta ser una prueba totalmente inconcebible.

Y sin embargo, ahí están, a diario en nuestros supermercados. Esos cruasáns con pinta de haber salido del horno de un artesano francés. Cuando en el desarrollo del reportaje trataban de explicarte este pequeño milagro doméstico, se notaba que no habían conseguido todas las piezas del puzzle, porque por momentos el proceso de producción tenía lagunas que te despistaban. Aún así, se agradece el esfuerzo. Y hay que decir que si no lo consiguieron del todo, fue porque no les dieron toda la información necesaria. Siempre se cierra alguna puerta cuando preguntas los porqués de algo.

No puedo evitar preguntarme qué llevarán exactamente esos cruasáns, y en que si existen y triunfan es por una razón obvia que a su vez comparten con la monarquía: la gente los compra.

A veces incluso sirven de punto de comparación con otros productos que no tienen nada que ver. Les habrá pasado como a mí en el supermercado: un matrimonio analiza la sección de los tomates. Hay cinco, puede que seis tipos distintos. Como suele ocurrir, los más sabrosos son los que tienen una pinta más sospechosa. Están arrugados y su color ni siquiera es de un rojizo intenso, sino que palidecen como un enfermo de difteria, lo mismo que le pasa al matrimonio cuando les mira el precio. Entonces es cuando se inicia el proceso que más me llama la atención: un monólogo de uno de los dos (no sé por qué el otro suele permanecer callado) en el que se intenta autoconvencer de que, total, no hay tanta diferencia como indica el precio, y no sale a cuenta llevarse esos tan caros a casa.

Todos sabemos que, por un lado, es mentira. Pero por otro, realmente la diferencia de precio es abrumadora y literalmente te quita el hambre. Así que el matrimonio se lleva unos mucho más baratos, los pesa y pasan al siguiente producto de la lista de la compra.

En verano esto se acentúa muchísimo porque los invernaderos todavía no son capaces de superar a la Naturaleza (todo se andará) y de aquí a octubre se generan muchos más productos en las huertas que bajo los plásticos, así que podemos aprovechar el crepúsculo de los productos estrictamente naturales sin necesidad de que nos atraquen a mano armada bajo la disculpa de una etiqueta endiablada: «Producto ecológico». No se discuten sus bondades, entre quienes se los pueden permitir.

EL GUSTO. La escuela de música de Ribadeo, un ejemplo a seguir

PARECE QUE fue ayer, pero la Escuela Municipal de Música e Danza de Ribadeo cumplió 20 años. La concejala de cultura de Ribadeo, Mari Luz Álvarez Lastra, reconoció en estas páginas que es su gran orgullo. No es de extrañar que lo diga. Porque si bien es verdad que es un ejemplo a seguir por su funcionamiento ejemplar, no es menos cierto que en sus palabras hay un poso de alivio. Porque si algo le dio disgustos en estos años fue este centro, que atravesó etapas que fueron más allá de la convulsión. Ella fue capeando temporales y ahora puede presumir de una calma reflejada en los resultados.

EL DISGUSTO. Fomento informa muy vagamente de la Nacional 642

TAL VEZ una de las ministras más amables del gabinete de Rajoy sea Ana Pastor. Cercana en el trato y buena conversadora, se la nota además informada de lo que tiene entre manos. Es de esa gente de la que se suele decir que tiene dos dedos de frente. Pero eso no quita para que, como mariñanos, haya que tirarle de las orejas a su labor con la carretera de la costa, una auténtica vergüenza. Su departamento de prensa ofrece respuestas a medias y proyectos sin concretar para un futuro desconocido. Tal y como están las cosas, la conclusión que se saca es clara: seguiremos sufriendo en silencio.

(Publicado en la edición impresa de El Progreso el 23 de junio de 2014)

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