Política de feria

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NO HAY FERIA gastronómica que se precie en la que una o dos comitivas de políticos, según los casos, paseen sus encantos por el recinto, y es que asistir a este tipo de eventos, en los que se mezclan con el pueblo, es uno de los mandamientos básicos del catecismo de cualquier cargo público. Es la política de feria, a la que se suman muchos porque son conscientes de que un saludo con la mano y un par de frases agradables soltadas a un paisano en medio de un mercado o escuchar las quejas de un comerciante son más efectivas electoralmente que cualquier campaña de márketing, por lo menos en Lugo y especialmente en los municipios más pequeños.

Las ferias, a pesar de toda la globalización que se quiera, siguen siendo el lugar en el que ver y dejarse ver en el medio rural. No son el acontecimiento que eran antes, pero este tipo de eventos, especialmente cuando se trata de exaltar un producto autóctono, siguen teniendo un peso económico y social considerable y, en muchos casos, implican a una buena parte de la población. Por si fuera poco, estas muestras se convierten en una de las fechas grandes de la localidad, porque atraen a miles de visitantes que se dejan los cuartos en el mercado, abarrotan los restaurantes y, en algunos casos, ocupan las plazas hoteleras. Por lo tanto, no hay mejor sitio que una feria para un político que quiere darse un baño de masas.

La estrategia está clara, pero, como para este tipo de eventos no hay protocolo oficial que valga, los desembarcos de los políticos en las ferias son de auténtico estudio. Es más, me atrevería a proponerlo como tema para una tesis doctoral de un alumno de Ciencias Políticas.

Para empezar, en la lista de cargos públicos invitados no suele haber el más mínimo respeto institucional y en la misma se reflejan las filias y las fobias políticas y personales del alcalde de turno. Lo esencial es escoger bien a la estrella que presida la inauguración, una cuestión de la máxima importancia porque pondrá de relieve la categoría del regidor en su formación política. Desde que José Blanco ya no es ministro y como su sustituta, Ana Pastor, frecuenta poco estos lares, los más cotizados son el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, por parte de los populares, y José Ramón Gómez Besteiro, presidente de la Diputación y secretario general del PSdeG, para los socialistas. El lucense resulta más accesible, aunque desde que se dedica a la política autonómica cada vez se le ve menos feireando, pero el ourensano se ha convertido en inalcanzable para la mayoría de los alcaldes. Solo algunos veteranos, como el exregidor palense, Fernando Pensado, o el friolense, Antonio Muiña, lo consiguieron, pero fue muy al principio de su mandato.

El resto de la lista de invitados suele estar formada por cargos del mismo partido que gobierna en el municipio y, cuando no queda más remedio que invitar a un adversario político -porque la feria es de carácter comarcal, por ejemplo-, la animadversión de algún alcalde le lleva a recurrir a triquiñuelas un tanto infantiles. Por ejemplo, me contaron hace tiempo que un regidor, para evitar que un colega se presentase en la feria que había organizado, envió las invitaciones por correo el día anterior al evento con la clara intención de que llegasen tarde y después llamó por teléfono a quien realmente le interesaba que estuviera en el acto. Así, cumplió oficialmente y no tuvo que aguantar a nadie.

El día de la feria, lo habitual es que haya una sola comitiva, formada por cargos de la cuerda del alcalde, pero también se puede producir la paradójica situación de que la oposición municipal reaccione y organice su propio desfile con la visita de alguno de sus pesos pesados. Recuerdo, concretamente, una feria del queso ulloana en la que la comitiva oficial, íntegramente popular, ocupaba el palco durante el pregón de los festejos, mientras el presidente de la Diputación, acompañado de los suyos, recorría el recinto a su aire.

Hay que citar dos excepciones que suelen acudir a todo este tipo de eventos, independientemente de colores políticos, entre otras cuestiones porque no tienen un segundo que les represente. Son el subdelegado del Gobierno, Ramón Carballo, que no se pierde ni una, tal vez por su profesión ligada al medio rural, y la delegada de la Xunta, Raquel Arias, que tampoco suele tener reparos.

En cualquier caso, un político que se precie tiene que tener muy clara la obligación de dejarse ver y saludar a los paisanos en las ferias, porque no hacerlo sería casi tan imperdonable para los vecinos como no acudir al tanatorio cuando hay un fallecimiento o no presentarse en cualquier entierro. Todos son mandamientos del catecismo que el político tiene que cumplir.

(*) Artículo publicado el domingo, 30 de noviembre, en la edición impresa del diario El Progreso.

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