Pin, pan, pun

Las autonomías han cometido muchos excesos. Aquí se han criticado y se ha pedido racionalidad. Pero no se concluye de ahí, salvo piruetas ideológicas, que el problema del déficit y el endeudamiento que tiene España esté y se explique por las autonomías, que cubren con sus presupuestos Sanidad, Educación y servicios sociales. Gasto, en definitiva. La petición de desmantelar el sistema autonómico está activado y se envalentona día a día. Desde el autonomismo no hay respuesta ni política ni teórica frente a esa campaña de sectores concretos madrileños. Dejar la respuesta en manos exclusivas del nacionalismo catalán, como sucede, es malo para el autonomismo: se interpreta en clave de confrontación de nacionalismos central y periférico. La necesidad y la racionalidad deberían llevar a que la reforma de las administraciones públicas españolas se realizase desde la lógica y no por un a priori ideológico -centralista- que es lo que se impone como discurso salvífico. Aquí se recordó varias veces la propuesta de administración única de Manuel Fraga, que encontró el vacío en el Gobierno de Aznar y que hubiese sido mejor, incluso para Zapatero, que haber abierto la caja de las reformas de los estatutos. La reforma de las administraciones pasa, antes de nada, por desmontar estructuras burocráticas, fósiles del centralismo, que carecen de contenido en la España autonómica. Hay todavía delegaciones de ministerios y organismos centrales en las provincias que no tienen ni competencias ni trabajo que las ocupe. Llevan ahí 30 años de retraso y gasto. Definan los campos de competencias de las administraciones locales, autonómicas y centrales. Adapten a esa nueva realidad la estructura administrativa. Atrévanse con la fusión de concellos. ¿El Estado de las autonomías no exige redefinir/cuestionar las diputaciones? No se aborda por razones partidarias: son refugios para que se visualice el poder de un partido, por una parte, y sirven además para practicar el clientelismo, aunque se revista de servicios a los municipios.