Peter era de por aquí

¿Salida? (Foto: Ángel Díaz/EFE)
photo_camera ¿Salida? (Foto: Ángel Díaz/EFE)

cuando laurence j. peter formuló por primera vez su principio, muchos se lo tomaron a risa. Pero una risa floja, así como de nervios, de esas que quieren decir «vamos a hacer como que no le damos importancia para que no se lo tomen en serio». Eran directivos de postín y altos funcionarios que se vieron retratados en el principal postulado del conocido como Principio de Incompetencia de Peter: en las estructuras jerarquizadas modernas, viene a decir, todo empleado que realiza bien su trabajo tiende a ascender hasta que alcanza su nivel de incompetencia.

Los efectos son dos, ambos evidentes: la mayoría de los puestos de mayor responsabilidad tienden a ser ocupados por personas que no están capacitadas para su desempeño y, dos, el trabajo tiene que ser realizado por empleados que todavía no han alcanzado el puesto que determina su nivel de ineptitud.

Sorprendentemente, este principio se formuló en los años sesenta en EE.UU., y no esta misma semana en España, pese a que se ajuste como un guante a la situación que estamos sufriendo. O tal vez sea que en España hemos conseguido rizar el rizo y darle una vuelta de tuerca más a este postulado, elevando la incompetencia a categoría y haciéndola mutar como si fuera una cepa de la gripe A, hasta convertirla en un virus contagioso por simple contacto.

La prueba más palpable y cercana es nuestro Gobierno, que en su último Consejo de Ministros elaboró un retrato de sí mismo que acaba con cualquier duda al respecto y cualquier esperanza presente o futura. El reconocimiento público de su fracaso y de que el país entero ha tirado una legislatura por la borda y varias generaciones a la basura, es la constatación más cruel de que Mariano Rajoy y su tropa pudieron ser una oposición bastante hábil, pero que ese era su límite de eficacia. La orgía de incompetencia en la que están inmersos desde su ascenso a gobernantes asombra a propios y extraños.

Aun así, para testar los límites de su capacitación tuvimos que ascenderlos. No sucede con otras estructuras jerarquizadas, como el PSOE actual, que es capaz de exhibir la más alarmante falta de destreza ya desde la oposición. Eso que nos ahorramos, porque la insensatez de la cuadrilla que comanda Alfredo Pérez Rubalcaba asusta.

Otra confirmación más, el Rubalcaba este, del Principio de Peter: un secundario relativamente capaz transformado en un líder absolutamente decepcionante. El último ejemplo, el esperpento que están dibujando con su debate sobre primarias, con papel protagonista de nuestro autóctono Pachi Vázquez, a quien Feijóo guarde muchos años. Si son capaces de montar esta con un asunto en el que, encima, todos ellos están de acuerdo, miedo da imaginar la que podrían liar el día que tengan divergencias.

Pero es que el alcance del Principio de Peter en España ha superado ya el nivel de epidemia. Una Jefatura de Estado que no se sostiene ni con prótesis, diputados de cartón piedra, instituciones judiciales sentenciadas, empresarios principales encarcelados, sindicalistas en huelga neuronal, jerarquías religiosas en el limbo, medios de comunicación autocensurados, asociacionismo amancebado...

Los postulados de Peter parecen haber superado su propio límite, el de las estructuras jerarquizadas, sin haber alcanzado todavía su nivel de inaplicabilidad. Es como si todo el sistema estuviera ya contaminado. Nuestra democracia ha ido ascendiendo paso a paso, puesto a puesto, hasta alcanzar su punto de colapso. Ha llegado tan alto, que ya no vale.

Es momento de aplicar el segundo efecto del Principio de Peter: en ausencia de unos líderes capacitados, son los empleados-ciudadanos que siguen ocupando sus puestos con total eficacia los que deben cargar con la responsabilidad. «El hombre», aconsejó Peter, «debe examinar sus objetivos y comprender que el verdadero progreso se logra moviéndose hacia delante en busca de una mejor forma de vida, en vez de hacerlo hacia arriba, hacia la incompetencia total». Si no puedes con ellos, no te unas, échalos.

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