¿Qué quiere Kaurismaki?

Son personajes que no gritan, que no se integran en los ruidos del mundo, que no se adaptan, que lo llevan todo dentro, que viven de grandes silencios y grandes miradas

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EN LA BOHEMIA, de Aki Kaurismaki, hay unos seres humildes y solitarios, unos tipos que fracasan y viven a duras penas, que pasan sus horas en sus buhardillas y apartamentos miserables, o dejando pasar el tiempo en los bares, pero se ayudan unos a otros, y lo llevan todo con sentido del humor, y se parapetan en su silencio, y luchan contra las trabas burocráticas y las normas legales como lagartijas que sobreviven, y sacan de donde no se puede, y viven la desolación de las calles y las noches de París, y se quieren o se acompañan de forma callada y sin alharacas, como ese hombre que recoge a la prostituta que no hace aspavientos pero le llena la casa con sus miradas y el ruido de los platos, o el perro Baudelaire que es solo un perro, pero sabe acompañarlos a todos y defenderlos y ser uno más de ellos. La prostituta que recoge el pintor no es guapa, se nota el tiempo y la desgracia en su cara, pero tiene una calidez en su callar, un estar al lado que no necesita decir más, un coser las horas a su lado. Todo se da por sobreentendido, es un existir subterráneao, como las bellezas de París humildemente captadas, como la bohemia de París sin grandes ruidos, y a veces se disfruta intensamente de una botella de vino, de una invitación a comer a una buhardilla, de unas horas con una copa en la mesa de un bar. Y es ese hombre tímido y apocado que admira a la chica que está en la barra, que arrastra su melancolía, que no sabe cómo declararse, y entonces el descarado le dice que no se preocupe que él le hablará de su parte, y se acerca a la barra y le habla en su propio nombre. El tímido sabe que está ahí, que tiene pocas palabras, que no es nadie brillante, que va a fracasar, que lo suyo es pasarse tardes bebiendo cerveza viendo como fracasa el tiempo, pero en su mismo fracaso hay una intensidad fascinante, en su misma falta de gestos está todo su tango escondido, toda su personalidad secreta y abollada. Son personajes que no gritan, que no se integran en los ruidos del mundo, que no se adaptan, que lo llevan todo dentro, que viven de grandes silencios y grandes miradas, que le sacan su sabor a cada momento, que viven en sitios humildes con sus miradas humildes, porque tampoco necesitan mucho más, como los finlandeses que se construyen su casa de madera junto a un lago o se ponen a rezar en la iglesia de madera entre el bosque o levantan su cabaña en las afueras de la ciudad. Nunca han querido invadir países, ni apabullar a otros, pero quieren preservar su melancolía, defender su soledad, beber contigo y contarte historias secretas sin levantar la voz. Hay que hablar en voz baja y con pocas palabras porque las grandes palabras son siempre sospechosas. 

En Leningrad Cowboys hay una mirada alucinada y callada y socarrona sobre América, se ve todo lo que alucinan con ese mundo esos solitarios de Carelia, seres periféricos que viajan a la vorágine del capitalismo y el consumo, aldeanos callados de Carelia al fin y al cabo, que hacen música desde su silencio, que lo miran todo desde su melancolía. Y pasa lo mismo con ese hombre de Luces al atardecer. Es un completo gilipollas que sabe que lo es y no puede dejar de serlo, sabe que esa mujer a la que ama se está aprovechando de él en nombre de los gángsters, que le está robando cada retazo de su tiempo y de su ilusión, que está rentabilizando cada minuto de su amor y lo está tirando, pero él está por encima de eso, sabe que ella se burla de él pero disfruta de cada minuto de estar con ella sin decir apenas nada, solo con que ella esté a su lado unos minutos en el bar tomando algo, con que le conteste fríamente a algunas preguntas, con que acepte estar a su lado aunque mire hacia otra parte. Y el hombre acepta ser burlado porque en esos minutos está su intensidad desolada, está su alimento desnudo pero valioso, como si a alguien le diesen un pedazo de pan duro pero que sabe a pan, él se deja llevar por esa tragedia en tono menor, sin ruidos, como si fuera un edipo que supiera que iban a sacarle los ojos pero los usa el poco tiempo que los tiene, tal vez algo menos ilustre y más sencillo pero cargado de densidad, sin pretender tener ninguna densidad, con el sonido desnudo de la vida, con el sabor ácido de la vida. 

En El Havre aparece un personaje desvalido que tiene que esconderse como una comadreja de las leyes rígidas de los hombres, de las normas y de los papeles y de quienes las aplican como máquinas, y lo ayuda otro hombre que es un paradigma del mundo de Kaurismaki, que sabe poner como Pelonpaa esa mirada vacía y cargada de la densidad de la existencia, sin mentiras, sin perspectivas, sin retóricas, es fantástico saber poner esa mirada, y desnudar el mundo de todos sus discursos baratos, podríamos decir que Kaurismaki hace una deconstrucción de los discursos contemporáneos y de todos los discursos, y como un buen finlandés solo quiere tomarse una cerveza o jugar al billar o escuchar un tango con calma mientras pasea en un lago. Ese limpiabotas de El Havre al que muchos perdonan la vida, maltratado por los prepotentes, que recoge cigarrillos, que roba horas en las entradas de los bares, que saborea el contenido de las aceras, nota el palpitar de otra vida, de un niño norteafricano perseguido, que está fuera de la ley por estar vivo donde no le dejan. Tiene una relación desnuda y árida y despojada de frases con una mujer que parece que va a morirse, que le acompaña en silencio como aquella prostituta de La bohemia, es justamente la misma actriz, los actores de Kaurismaki son únicos y saben como crear su mundo, como echar su aliento. Y en ese mundo de desesperación por un momento aparece la magia y la esperanza y la sorpresa, cuando el limpiabotas va a ver a su mujer con sus regalos humildes, y cree que se ha muerto pero se ha curado. 

¿Qué quiere decirnos Kaurismaki? —me preguntaba yo en su bar Corona en Helsinki—. Tal vez que los fracasados son gilipollas y que los gilipollas tienen probablemente lo más auténtico y no los listillos y los prepotentes y los triunfadores.

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