Perlas siempre de moda

LEO A LEILA Guerriero que escribe sobre las ‘piñericosas’ y como no me llega a nada me abalanzo sobre la Wikipedia. Parece que Sebastián Piñera ha estado dando años alegres a los chilenos con sus lapsus linguae, empezando en el mismo momento de su toma de posesión, cuando se refirió al reciente ‘marepoto’ en las costas chilenas y a la alerta de ‘tusunami’, que es, claro un tsunami muy particular, íntimo, intransferible.

A partir de ahí todo fue en picado y a los detectores de piñericosas se les acumuló el chollo. Cómo lamento no haber estado más atenta a este hombre para poder conocer sus confusiones dosificadas, a poquitos, y no en una sola toma de urgencia como hice esta semana. Recordaba de Piñera que visitó a la Reina de Inglaterra y le regaló una piedra de la mina de San José, aquella en la que los mineros quedaron más de dos meses encerrados, y que es una cosa extrañísima de regalar a una reina. Isabel II salía en las fotos poniendo cara de libra esterlina, con una sonrisa solo en las comisuras y el resto de la boca seria. Parecía estar preguntándose por qué había abandonado la comodidad horizontal y unidimensional de los billetes, que es donde yo creo que vive en realidad. Allí y en las tazas de recuerdo de Gran Bretaña, no me imagino yo a esa señora despeinándose la melena blancoazulada tras dar una vuelta en la cama, por ejemplo.

Así que sí supe en su momento del pedrusco regalo, pero no de otras cosas que me hacen sonreír con verdadero regocijo. De la exhaustiva lista de la Wikipedia, donde algunas de las referencias son claramente para iniciados en las piñericosas y no meros aficionados como yo, me quedo con Willem Dafoe (el actor) como autor de Robinson Crusoe (en vez del se ve que olvidado Daniel Defoe), que creyera que era Abel el que mató a Caín (nueva versión), Brasilea (la suiza brasileña, evidentemente) y que, en Japón, se refiriera al país como China (los nipones perplejos, imagino, pero sin mostrarlo).

Las piñericosas han calmado, aunque sea puntualmente, mi sed. Una que solo se ha visto saciada con el regular suministro que nos proporcionó en su momento Touriño. Aún es hoy el día, que cuando estoy un poco tristona, cuando siento desazón vital de origen desconocido, me releo la Touripedia de arriba a abajo para sentirme reconfortada. El expresidente de la Xunta era una verdadera mina y no había intervención en que no trastabillase, cambiase unas sílabas por otras y se inventase palabras que todos entendíamos rapidamente, porque de alguna forma parecíamos tener entonces cierta predisposición natural hacia el touriñés.

Era tal el síndrome de Estocolmo de los años del bipartito que, desde entonces, me tengo que concentrar cuando hablo de internet veloz porque lo natural empezó a ser la ‘anda bancha’ del que era ‘o noso presidente’, que tanto anunciaba a ‘extinción de persoas’ en una rueda de prensa sobre incendios forestales como animaba a los gallegos a enfrentarse a los ‘novos metos e novas retas’.

No había declaraciones en las que te fueras con las manos vacías, tal era la capacidad de producción de lapsus linguae que tenía ese hombre. Se grababan y se repetían en reuniones de amigos y en momentos distendidos del trabajo. El touriñés lo ocupaba todo.

A mí me chiflaba. Qué crueldad, pensarán ustedes, troncharse con los errores ajenos. ¿Acaso esta mujer nunca se equivoca?, quizás se pregunten (o quizás dónde pueden encontrar la Touripedia; en ese caso les remito a su búsqueda inmediata en el Google). Pues sí y mucho. No es la distancia que da el hablar siempre con propiedad lo que me hace disfrutar de estos errores, sino la cercanía. Comprendo que al hablar en público alguien se aturulle y diga unas cosas por otras, aún cuando dentro de su cabeza haya escuchado un discurso perfecto sin confusión alguna. Comprendo también que a fuerza de repetir algo se acabe asimilando como correcto y exista una tendencia natural a decirlo en primer lugar, sin filtro, a lo loco (en mi casa siempre se ha llamado a aquel programa de Lobatón ‘Sabe Dios dónde’, por ejemplo, no nos quiten ustedes de ahí).

Comprendo que no todos los que erran son Sarah Palin y su teoría que desde su ventana de Alaska veía Rusia en su esplendor, algunos se equivocan en cosas que sí conocen, que sí saben decir bien, que sí distinguen, pese a lo cual los nervios, la presión, a veces la ilusión o el atropello llevan a confundir estrepitosamente. Esos errores me enternecen en cierta manera y los disfruto mucho.

Y para eso nadie como Touriño, que ya lo dijo en su mítico discurso en Argentina: «Nunca vos ‘follarei’». Pues no.

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