Pacto de silencio

EN LO QUE parece el final de su carrera, Robert Redford se echa a la espalda las películas en las que participa, bien como director y productor o como protagonista, con la entrega de un debutante. Su último cine, que realmente abarca todo lo que va de siglo XXI, es una especie de legado intenso con el que quiere demostrar su condición de experimentado hombre orquesta a la vez que refuerza su figura mítica en Hollywood. ‘Pacto de silencio’ juega con el concepto idealizado de Redford -ese icono indudable de la América política de los setenta- para hacer tambalear por unos instantes la imagen asociada a su figura; contracultural y de principios liberales, pero profundamente americana.

Porque Robert Redford encarna a un terrorista de la organización leninista los Weathermen -activa durante la primera mitad de los años setenta en Estados Unidos-, que vive oculto en la piel de un abogado de cierto prestigio en el estado de Nueva York. En ‘Pacto de silencio’, los antiguos Weathermen -terroristas con asesinatos a sus espaldas-, una vez disuelta la organización, se infiltran en la sociedad, fundan familias y viven como un americano más, con coche en el garaje y bandera en el porche. La detención de una antigua militante (Susan Sarandon) provoca que el periódico de la pequeña localidad donde vive se interese por su caso y por el del abogado que rechaza hacerse cargo de su defensa, el mismísimo Robert Redford.

La investigación periodística del joven reportero local (Shia LaBeouf) obliga a nuestro héroe a echarse al monte, perseguido por el FBI y la prensa, y a buscar a sus antiguos compañeros de batalla para que salgan de sus escondites, cuenten realmente lo que pasó, y le dejen criar a su hija de diez años con la tranquilidad que no tuvo en sus años revolucionarios.

‘Pacto de silencio’ es un thriller vintage, con un planteamiento y un desarrollo propios de otra época, en el que el clímax no está en una persecución al trote sino en una conversación intensa; un diálogo reposado donde se plantean fidelidades y causas perdidas. Robert Redford y Julie Christie debaten, en la mejor escena de la película, sobre las renuncias de una vida en clandestinidad y sobre cómo los compromisos políticos adquiridos de joven se diluyen con las necesidades terrenales -y familiares- de la madurez.