'Ora et labora' en Pantón

El convento de las Madres Bernardas de Ferreira de Pantón es de los pocos en Galicia que conserva su función de retiro espiritual desde su creación. Cuenta con una hospedería que funciona desde finales del siglo pasado y que dispone de cuatro habitaciones en las que sólo admiten a mujeres. Las religiosas siguen a rajatabla la máxima de la comunidad benedictina, aunque ellas sean cistercienses, y que no es otra que ‘ora et labora’ (reza y trabaja).

María Cruz, la abadesa del cenobio, que se presenta tras atravesar una enorme y pesada puerta de madera con un mandilón blanco de amplias mangas que cubre el hábito, justifica su vestimenta al comentar que está trabajando en el horno. Ésta es una de las numerosas tareas que las religiosas realizan a lo largo del día.

En la actualidad, en el monasterio residen trece monjas, cifra que contrasta con la de los años sesenta del siglo pasado, cuando en Ferreira llegaron a ser 38, procedentes de diferentes lugares de Galicia y del resto de España. Hoy sigue siendo así, aunque la mayoría son gallegas. Sólo hay dos castellanas y otras dos llegadas de Andalucía.

Las trece hermanas conviven bajo un monótono silencio y día a día están inmersas en una tranquilidad que con tan sólo traspasar la primera puerta ya puede percibirse.

La madre abadesa se refiere al conjunto de hermanas del convento como «una gran familia, en la que compartimos cada uno de los minutos de nuestra vida». Ella es la que lleva el timón, aunque asegura con una leve sonrisa que el resto de hermanas «también mandan».

Dulces
La mayoría de las monjas casi no se dejan ver. Tienen mucho trabajo y para ello se organizan en grupos: unas atienden la huerta, la cocina y los trabajos domésticos, mientras otras, como María Cruz, hacen dulces.

Las Bernardas de Ferreira trabajan sin cesar en la elaboración de delicias artesanales como almendrados, coquitos y golosas, que así le llaman a unas galletas de mantequilla y miel.

Y es que el día a día en el monasterio es un no parar para todas las religiosas, desde sor Celina, que es la mayor de la comunidad, con 88 años, hasta la más joven, Sonia, que tiene 33.

El orden es la rutina en la vida de las religiosas que no salen del convento nada más que para lo imprescindible, aun siendo éste «más de lo que nosotras queremos», comenta María Cruz.

Esa rutina diaria en el convento empieza muy temprano, a las cinco de la mañana, cuando las hermanas se levantan y lo primero que hacen es dedicarse al oficio religioso todas juntas. El rezo es fundamental en su vida: escuchan misa a diario y oran al menos siete veces por día. Su forma de vida puede ser compartida por aquellas mujeres que deciden acudir a la hospedería. La abadesa señaló que la mayoría de la chicas que se quedan en sus instalaciones lo hacen «por la paz y el silencio que aquí se puede respirar», aunque en otras ocasiones, dijo, que hay mujeres que acuden «a quedarse por la curiosidad de saber cómo es la vida en un convento».

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