Oh Henry Miller, rápido, ven a salvarnos

Una vez estaba en Times Square, en Nueva York, alucinando con un sinfín de imágenes enloquecidas, y de repente vi a Henry Miller atravesando en la mita de los coches, enseñándoles la polla a todos los transesúntes, provocando admiración, asombro, indignación, fue solo un momento, quise llamarlo, pero se fue, y de pronto sentí que necesitábamos mucho a Henry Miller.

Ahora que la tecnocracia lo domina todo, que nos hemos entregado completamente, que pensamos que todo lo fabrican las máquinas, que cambiamos la Vida por la Máquina, que lo empobrecemos todo y lo vulgarizamos todo —incluso llamamos ‘inteligencia’ a las operaciones que hacen las máquinas—, que le quitamos al mundo su impulso misterioso y su encanto, hace falta Henry Miller con su visión desenfrenada de la vida, con su grito profundo en favor de la vida que lo rompe todo, con su polla mística en lugar de artefactos programados, con su locura rimbaldiana en lugar de sensatez fabricada en serie, con su clamor profundo de William Blake contra la mecanización del mundo ( "Hola, soy la máquina, si quiere decir sí pulse 1, si quiere decir no pulse 2, tiene la opción 1, la opción, la opción 3", "Pero coño, que no es ni sí ni no, que no es ninguna de esas opciones, que se ponga una persona", "Hola, soy la máquina, si quiere decir sí pulse 1, si quiere decir no pulse 2", etc).

Las creaciones literarias de los listillos dejan ver su propio mecanismo, enseguida se agotan, se les acaba la cuerda, pero cuando uno construye como Cervantes ‘El Quijote’, con todo su ser, con sus fracasos, con sus desilusiones, con su pasión escondida, con su melancolía, con sus sueños rotos, sin saber uno mismo todo lo que quiere decir, crea algo vivo que cada generación bebe con un sabor nuevo, con la inteligencia se construyen artefactos, como dicen los modernos que son las obras literarias, pero acaban oxidándose y suenan a hojalata, pero con el instinto, con los testículos, con la piel, se escriben libros como ‘Mujeres enamoradas’ de DH Lawrence, o ‘El coloso de Marusi’ de Henry Miller o el ‘Viaje al fin de la noche’ de Celine. 

Ya hace mucho tiempo ( con ‘La pesadilla de aire acondicionado’) Henry Miller vio como nos mutilaría la invasión tecnológica ( poco antes que Ernesto Sábato en ‘Hombres y engranajes’) , él defendía la vida por encima de la técnica, y ninguna tecnología nos dará a un Henry Miller, Henry Miller fue uno de los escritores más inspirados del siglo XX, su vitalismo desenfadado rompe todo tipo de tabúes y de encierros , se propone nombrarlo todo con fuerza y con entusiasmo, está lleno de la inocencia de la vida, solo una inspiración fervorosa como la suya puede arramplar con tantos prejuicios y convencionalismos y malla académica y miedos y encierros y fabricaciones, de pronto la vida empieza a hablar disparadamente de sí misma y resulta jubiloso leer sus libros que niegan toda doctrina y toda técnica y muestran como chisporrotea la vida en París en ‘Trópico de Cáncer’, en Aviñón en ‘Primavera negra’, en Nueva York en ‘Trópico de Capricornio’, en la isla de Corfú en ‘El coloso de Marusi’, o en la literatura en ‘Los libros en mi vida’ , o en su correspondencia en ‘Cartas a Anais Nin’, o en la Historia en ‘Un domingo después de la guerra’, ese fluir de infinidad de personajes extraños y vitales, esa comprensión dostoyevskiana por todo lo que ve, ese arrebato visionario por todo cuanto se despliega ante sus ojos, y el sexo sin contemplaciones, y todas las pulsiones inconscientes aún más allá que la poesía cósmica de D. H. Lawrence, su bohemia es la forma apasionada de la vitalidad, es la inspiración actuando en su vida, e igual que hizo él hay que dejarse llevar por esa inspiración y vivir intensamente para crear una obra asombrosa, dejar que el estilo fluya en catarata sin amaneramientos inútiles, reventar el lenguaje para seguir los ritmos irrefrenables, el estilo de Miller se vuelve sexual, orgiástico, corporal, hace con la lengua inglesa lo mismo que él dice que hizo Jack Kerouack, y eso no es fruto de ningún plan ni propósito técnico, él no fabrica sus obras, las crea torrencialmente, casi como se corre.

Por supuesto Henry Miller niega las doctrinas tradicionales, los dogmas, los encierros religiosos y se apunta a ‘El tiempo de los asesinos’, a la liberación total de Rimbaud, pero también se opone a la tecnocracia moderna mucho antes que los beat, habla de la "pesadilla de aire acondicionado", dice que la técnica no va a resolvernos todo, empieza una lúcida desconfianza hacia el imperialismo técnico, por las mismas fechas en que la sentía Sábato, afirma el misterio y la libertad de la vida, el secreto de la vida, por eso late en él un misticismo, esa mística de la vitalidad y la naturaleza, del impulso genésico, y al final lo vive frente al océano en California, donde después surgirá esa inspiración generalizada que fue la contracultura.

El de Henry Miller es un romanticismo con lenguaje moderno, porque él todavía cree en la vida, en lo que no puede fabricarse, hay una serie de iluminados que salen más allá de su época, que se hunden en las corrientes profundas y de ellas sacan su fuerza, que se sumerjan más allá de la Historia, y Miller es uno de ellos, de ahí ese ditirambo que sintió en Grecia ante ‘el coloso de Marusi’, los dioses lo inspiraron y lo encendieron en las noches, Miller es un pagano pero los simples creen que paganismo es ausencia de dioses y al contrario es que los dioses lo alumbran todo, no es oponerse a la religión sino vivir otro tipo de religión, es que cada muslo y cada polla y cada piedra son sagrados como después diría Allen Ginsberg y ya había dicho Walt Whitman, es que las noches son sagradas y los puertos de mar son sagrados y el semen es sagrado, eso es lo que Miller comprende a la sombra de los dioses, Miller es un asombrado total, es el hombre que en el siglo XX no quiere perder su asombro, la vida es una visión continua para él, se queda pasmado con todos los tipos que ve, con todas las experiencias, con todos los paisajes, el mundo todavía no ha perdido su encanto, es uno de los últimos profetas.

Y necesitamos su mundo inspirado, habitado por los deseos y no solo por las fórmulas , en que hablen nuestros dioses más hondos, los arquetipos que nos constituyen, nuestros deseos más auténticos, nuestro amor, nuestra dicha, veremos que la dicha no se diseña en los laboratorios, que no se consigue con píldoras, que no se fabrica con máquinas, hace falta un mundo en que de nuevo haya ese calor humano, ese misterio que surge de la libertad de las personas, ese fondo que no racionalizamos porque no queremos simplificarlo —igual que como dice Bachelard no se pueden racionalizar nuestros sueños, ni nuestros mitos según decía Mircea Eliade—, un mundo de maravilla continua como el que veía todavía Rilke, un mundo en que soplen nuestras raíces y no solo nuestra cabeza, en que hablen nuestros sueños y no solo nuestros conceptos, en que escribamos con todo nuestro ser como David Herbert Lawrence o como Henry Miller o como Walt Whitmann y no solo con la cabeza, en que hable lo inmenso y no solo lo mezquino, en que haya hombres y no solo robots, en que siga la vida y no solo la máquina.

Estaba en Times Square y vi como desaparecía Henry Miller en mitad de los coches en dirección a Broadway, pasando entre el tumulto repleto de vida, y pensé, oh ven Henry Miller, vuelve a la tierra, te necesitamos, ya no va a haber pollas sino artefactos con mando a distancia, y le llamamos ‘inteligencia’ al procesamiento de datos que hacen las máquinas, joder ¿nos hemos vuelto todos tontos o qué? , y encima algunos matan en nombre de dioses sanguinarios otra vez, como decía Bernanos, «la cólera de los imbéciles ha llenado el mundo», ven a nosotros, ven con tu lucidez apasionada.

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