No sin mi smartphone

Bibliotecas, gimnasios, cafeterías o cines son algunos de los lugares afectados por una sociedad fanática de la tecnología

Cada día el ser humano es más dependiente de su smartphone. Romper con el hábito de su uso, incluso en periodos cortos puede ser extraordinariamente difícil.

Su presencia se ha convertido en una parte intrínseca del día a día. Tan fuerte es la vinculación que existe entre el ser humano y esta máquina que se ha creado el término para referirse al miedo a estar sin él: nomofobia.

Solamente hace falta observar lo que sucede alrededor. Estando en la calle no es raro encontrar una gran cantidad de personas que están mirando a la pantalla de su teléfono móvil, que cruzan la calle sin mirar, que se tropiezan con el transeúnte de enfrente, que caminan por adoquines sin barajar la posibilidad de caerse... distraídos entre conversaciones virtuales, likes, retweets y compartir.

Fátima Quintana pasea con sus hijos por el parque, pero no duda en pararse a contestar un mensaje cuando le llega. Se considera adicta al teléfono. «Hoy en día es algo normal», afirma.

WhatsApp se ha coronado como la aplicación de mensajería instantánea preferida por la mayor parte de la ciudadanía. Cada vez es más común ver a gente contestando un mensaje que haciendo una llamada. Sin entender de edades.

Manuel Casal habla con su hijo a través de esta app. Usa el móvil esencialmente para comunicarse con su familia, pero las largas llamadas telefónicas han dado paso a una sucesión incontrolable de mensajes con emoticonos.

Muchas veces esta dependencia digital va asociada al mundo laboral, pues con el auge de las compras online, el vendedor debe estar conectado todo el tiempo. Este es el caso de Alejandro Portabales. Su móvil representa los pilares del funcionamiento de su negocio. Tiene instaladas las principales redes sociales y diversas plataformas de compra que le permitan mantener el contacto con sus clientes.

Ya nadie viaja con mapa, ni tiende a preguntar dónde queda un sitio o cuál es el mejor restaurante del barrio. Google ha creado una serie de aplicaciones que han dilapidado las relaciones y la comunicación interpersonal. Con Google Maps, ¿quién necesita preguntar? María Rial utiliza su teléfono para todo, desde conectarse a redes sociales hasta ver una serie en Netflix, pasando por la búsqueda de información y el consumo de noticias. A la hora de buscar cómo llegar a un sitio o a dónde ir a cenar su instinto la lleva a buscarlo en Internet.

CONEXIÓN O DESCONEXIÓN. La tecnología se ha convertido en un modelo impostor de la conexión social que hace que se confunda ser comunicativos con sentirse conectados. La hipercomunicación puede significar que se pase más tiempo enganchado a Internet que hablando con las personas que nos rodean.

Momento emotivo de un concierto. Se apagan las luces del escenario. Solamente unos pocos valientes sacan su mechero para iluminar el ambiente. La mayoría lo hace con la linterna de su teléfono móvil. Las luciérnagas de fuego de antaño han muerto. Lo mismo sucede en cines, en teatros, etc.

Hoy en día, entrar en una cafetería significa vislumbrar mesas llenas de gente que no se comunica con el de enfrente. Un montón de cuerpos de mármol y cajas de metal rodean la barra del bar. Paula González y María Leites están tomando su café de media mañana en una terraza en el centro de la ciudad. Cada poco tiempo revisan sus móviles. Es muy común que cuando se reúnen con sus amigas utilicen el teléfono para sacarse fotos, chatear o revisar sus redes sociales.

María Novoa aprovecha su descanso para ponerse al día. En su trabajo no puede usar el teléfono y ese café en la terraza le sirve para consultar los medios en las aplicaciones instaladas. No tiene instaladas redes sociales. En cambio, su amiga Nati Fernández sí que las usa, sea el momento que sea, esté con quien esté. Le sirven para estar en contacto con amistades que viven en el extranjero.

POSTUREO O DEPORTE. Hacer deporte ya no es lo que era. Salir a correr o ir al gimnasio se ha convertido en un escenario perfecto para el postureo en las redes sociales donde la explotación del cuerpo y la vida healthy están a la orden del día. Con Snapchat y la incorporación de las historias en Instagram, Facebook y por último en WhatsApp la transmisión de la imagen ha cambiado. Ya no se trata solamente de compartir fotos bonitas, sino de demostrar qué hacemos cada momento del día. Demostrar que son personas activas y con pasiones. Que viven una vida digna de una película de Hollywood.

Hacer un repaso a las instastories llega para que aparezca algún selfie de un colega de red que demuestre que se está preparando para correr el mundial de triatlón o que está ejercitando sus músculos en el gimnasio para competir con Dwayne Douglas Johnson, más conocido como la roca. David Pérez utiliza su móvil para escuchar música mientras entrena en el gimnasio, aunque confiesa que entre ejercicio y ejercicio, y si la ocasión lo requiere, contesta algún mensaje, «por motivos laborales tengo que estar pendiente del teléfono», afirma. Pero no es raro ver a la gente postureando mientras hacen deporte.

JÓVENES Y TELÉFONOS. La nomofobia es especialmente preocupante entre la gente joven. Las redes sociales ocupan un lugar central en su vida. Todas ellas son la puerta de entrada a la mayoría de acciones que ellos hacen como usuarios en la web. Les sirven para informarse, distraerse o saciar esa necesidad social innata en todo ser humano. No distinguen de lugares ni momentos. Los jóvenes son grandes depredadores y su smartphone es la presa.

Las bibliotecas funcionaban como grandes templos sagrados del estudio. En ellas una multitud de adeptos se reunían para compartir largos días entre libros de texto y apuntes cogidos a mano a correr. El culto al extremo silencio se ha roto y no solo por los murmullos, sino también por la música que proviene de unos cascos de tu compañero de al lado o la vibración sobre la mesa cuando alguien recibe un mensaje en la tercera fila.

En esta situación, el teléfono se convierte en el fruto prohibido al que es imposible resistirse. Javier Paz intenta no usar su teléfono mientras estudia, pero es complicado. Fabiola Rivas recurre a Instagram entre estudio y estudio para despejarse. Ellos son solo dos de las muchas víctimas de este fenómeno que afecta a casi todos los estudiantes en época de exámenes.

Sea bueno o malo, olvidarse el smartphone en casa es menos probable que olvidarse las llaves o la cartera. El mundo está cambiando y es renovarse o morir.

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