Negro humo

"Ha habido causas perversas en sí mismas y buenas causas..."

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LLEGA EL ecuador del verano y de mis vacaciones. Este año las necesitaba como pocas veces, pero todas esas ganas se han traducido en unas expectativas equivocadas y difíciles de satisfacer. Estoy en el paraíso y, sin embargo, no dejo de agitarme y resoplar.

Hoy he terminado La mancha humana, de Philip Roth, la última de su trilogía americana, llena como las demás de detenidos análisis del comportamiento. Cuenta, entre muchas otras cosas –de hecho, esto es más bien el punto de partida de la verdadera historia–, cómo un "Ha habido causas perversas en sí mismas y buenas causas..." respetado profesor universitario ve su carrera arruinada, sus méritos olvidados y su nombre difamado por una falsa acusación de racismo contra la que, a pesar de su sinrazón, nada puede hacer. Son los Estados Unidos de Clinton y Lewinsky, y el relato sobre el profesor Coleman Silk es una diatriba contra la hipocresía y el puritanismo, contra la corrección política extrema que ya dominaba el discurso público. La tiranía del decoro, dice Roth, la estupidez oculta tras la necesidad de dejar claro que se suscriben sin fisuras todas las opiniones admisibles y solo las admisibles.

Lo peor del caso no es la ridícula acusación ni el modo en que los enemigos del profesor la aprovechan contra él. Lo peor es que nadie, ninguno de los que saben que aquello no tiene ni pies ni cabeza, se atreve a defenderlo. Porque eso significaría atraer sobre ellos la misma sospecha, la misma ciega descalificación social que a toda costa quieren evitar.

"Tan solo hacer la acusación es demostrarla. El perpetrador no necesita ningún motivo. Solo se requiere una etiqueta. La etiqueta es el motivo. La etiqueta es la prueba. La etiqueta es la lógica. Primero racista y luego misógino. A estas alturas del siglo es demasiado tarde para llamarle comunista, aunque así es como solía hacerse". Porque, efectivamente, siempre se ha hecho así: bruja, converso, mestizo, rojo, judío, comunista, antiamericano, facha, racista o machista. Ha habido causas perversas en sí mismas y buenas causas, pero tampoco estas se han librado de su cuota de adeptos irracionales y de manipulación. Y alrededor, haciéndolo posible, una mayoría silenciosa y acrítica, aplacada por el miedo a ser tachada de algo, de lo que tocase, si se atrevía a dudar, si se atrevía a matizar, si se atrevía a cuestionar una acusación, a subir a la picota a decir que alguien había sido puesto por error en el cepo. Y ahora igual. O peor, desde que las redes sociales han aumentado exponencialmente nuestra capacidad de linchamiento.

A propósito, apagar el móvil durante días produce una nueva y maravillosa sensación de descanso.

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