Nebraska

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Título: Nebraska. Director: Alexander Payne. Reparto: Bruce Dern, Will Forte. Cines: As Termas (Lugo). Calificación: 4/4

NINGUNEADA EN la entrega de los Oscar y estrenada con muy pocas copias en su día, ‘Nebraska’ permanecerá como una de las películas más memorables del año pasado, y la confirmación de que Alexander Payne es capaz de conectar inquietudes generacionales e identitarias de cualquier parte del mundo.

El viaje que realizan los dos protagonistas -padre e hijo- es la odisea interior por encontrarse con su pasado y redefinir, de alguna forma, el futuro que les espera juntos. Siempre hay una disculpa para realizar ese tránsito, y en este caso es la peregrina idea de que, en una de esas cartas anónimas que aseguran un premio gordo por nada, efectivamente hay detrás alguien que lo va a hacer efectivo. El anciano Woody Grant (impresionante Bruce Dern) arrastra a su hijo en un viaje por carretera en el que, como una falsa casualidad, se reencuentra con la familia y el pueblo en el que se crió. Y en esa necesidad de recomponer viejos destrozos se aseguran también los lazos entre padre e hijo; entre la familia con la que rompe (la del pueblo) y la que se rehace.

El humanismo de ‘Nebraska’ es quizá la culminación de un recorrido fílmico que Payne lleva trazando desde ‘Election’ (su segunda película, la más cínica y descarnada) hasta ‘Los descendientes’ (una rareza sobre la necesidad de anclarse en una identidad colectiva). En ese blanco y negro, esos encuadres y ese ritmo resuenan ecos de Ozu, el primer Kurosawa y el mejor Ford. Pero mientras estos apenas dejan espacio para la comedia en sus dramas, Payne libera a sus personajes para que se encuentren a veces como en una película de los hermanos Coen o en ‘Una historia verdadera’ de David Lynch, batiéndose con los brutos de sus primos o deshaciendo viejos desagravios de los vecinos del pueblo.

‘Nebraska’ se cierra con una escena final en la que el hijo, consciente de que está ante una última oportunidad, le permite un triunfo al viejo Woody; pírrico y hasta ridículo desde una perspectiva racional, pero épico desde el asiento de su furgoneta: un último paseo por la avenida del pueblo presumiendo de premio imposible.

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