Motor de agua

QUIENES TENGAN edad de recordarlo no habrán olvidado el show de los años setenta en torno al motor de agua, bien aliñado de leyendas urbanas de procedencia diversa. Pero el invento del extremeño Arturo Estévez se vendió entonces como serio, fundado en sus convicciones y discutibles evidencias, no siempre reconocidas por unos pero sí defendidas por otros. Todo se silenció cuando Franco ordenó parar el experimento, que en principio apoyó, tras un informe técnico desfavorable de la Escuela de Ingenieros: «Ya se ha hecho bastante el ridículo», sentenció. No es que pretenda comparar el caso, porque nada tiene que ver, pero lo recuerdo ahora cuando los fabricantes gallegos de coches eléctricos inician, dicen, la retirada empujados por lo que se considera un fracaso: en lo que va de año solo se vendieron quince unidades en la comunidad y no se ve salida. Y eso que habían recibido, con la alegría propia de estos casos, subvenciones por cuarenta millones del Gobierno central y de la Xunta, con una aportación de diecisiete.

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