Miremos a Bangladesh

LA TRAGEDIA del martes en Dacca (Bangladesh), 300 muertos, un millar de heridos y centenares de desaparecidos, que trabajaban en el sector textil para las marcas occidentales, alguna de ellas española, es nuestra tragedia. Somos parte de la responsabilidad. Esa tragedia que costó centenares de vidas es la expresión de los valores (éticos) sobre los que se construye la globalización, algo que se ha decretado como imparable por la vertiente que tiene de beneficios para muy pocos. Sobre esa globalización que produce en el tercer mundo con mínimos costes y sin cargas sociales -califíquese como se quiera- para vender luego por todo el mundo, es sobre la que se amasan buena parte de esas grandes fortunas que como en una competición de hipódromo ofrece cada año Forbes. Es el modelo perverso, cuyo rostro de explotación no se muestra, que sirve como referente para hablar de costes de productividad a la hora de decretar recortes y ajustes en los países del sur de Europa. Algún recuerdo histórico trae de los inicios de la industrialización. Cuando se habla de deslocalización de la industria, habría que preguntar por la moralidad de la relación laboral en las nuevas ubicaciones de esa producción en el tercer mundo o en los llamados países emergentes. ¿Demagogia? No, la realidad que se está construyendo supera por sus hechos a los excesos de lo que pudiera haber de discurso demagógico aquí. Es cierto que el gran consumo occidental se basa en esa producción a bajo coste económico y ninguno social. Ciertos niveles de bienestar obedecen en occidente a esa perversión. Por eso esa tragedia llama a nuestras conciencias. Si la ética más elemental no se impone en este modelo económico, ¿a quién dañaría realmente que los países que defienden la dignidad humana impusieran cargas fiscales rigurosas a esa mercancía que viaja desde Bangladesh?

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