Milagro en Augas Santas

r.de rosende
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HACE TREINTA y pico años solo los vecinos de una parroquia de Ribadeo que se llama A Devesa se daban un garbeo por la playa de Augas Santas. No se le conocía otro nombre. Hay disparidad de versiones. La que más gusta es la de que el mismísimo Leopoldo Calvo-Sotelo, deslumbrado por la arquitectura pétrea de naturaleza en estado puro del lugar comenzó a difundir una denominación alternativa, más efectista y con cierto sentido del márketing: Las Catedrales. Con el nombre ya consolidado pasó a ser As Catedrais.

Hoy en día no hay mucho que contar de ella en unas páginas de un periódico de la provincia de Lugo que no se haya dicho ya, salvo lo que está por venir.

Cuando éramos adolescentes, ir hasta allí en bicicleta era un pasatiempo habitual, y sobrecogía el silencio y la solemnidad de aquellos arcos que parecía que iban a engullirte. No veías un alma hasta la playa de Os Castros, de siempre muy querida por los ribadenses. Pero todo eso pasó. Ahora, la playa está disparada en los ránkings de internet de todo tipo y con toda seguridad es uno de los cinco o seis lugares de Galicia en los que es posible encontrarse turistas en cualquier época del año y, si me apuran, en cualquier condición meteorológica que se presente. Da igual. En el aparcamiento serio de los dos que tiene es raro no ver coches o autobuses estacionados, ya sea diciembre, abril o septiembre. En verano, ni que decir tiene.

El alcalde de Ribadeo, Fernando Suárez, es un tipo dado a los golpes de efecto. Relativamente joven cuando llegó al gobierno municipal (hace ya once años), comprendió al instante la importancia de las redes sociales y la eficacia de los mensajes cortos y claros, aunque sean algo demagógicos. Para lo que está sucediendo en Augas Santas, As Catedrais, o como quieran llamarla, inventó dos: «Estamos matando a galiña dos ovos de ouro» y «A praia vai morrer de éxito». De entre todos los que utiliza para casi cada charco en el que se mete, hay que reconocerle que estos dos son rigurosamente ciertos.

Para quien lo dude, puede echar un vistazo a la edición del suplemento de A Mariña del pasado viernes. Tanto la fotografía de portada como la de páginas interiores creo que son sobradamente elocuentes: simplemente, eso no es admisible. Y peor todavía: es una torpeza.

No es admisible porque en ninguna parte del mundo civilizado se permite esa avalancha de gente en sus lugares más visitados. Ya sea una catedral, un palacio, un castillo, unas ruinas, un castro, una cueva, o desde luego una playa, es intolerable que miles de personas se paseen por ellas sin ningún tipo de control.

Y es una torpeza mayúscula y de una miopía patética porque no se está haciendo absolutamente nada por canalizar esas miles de personas hacia Ribadeo primero, porque es el pueblo al que pertenecen, y por extensión al resto de A Mariña, que es la comarca en la que se enclava. En un porcentaje vergonzoso, la gente llega, mira y se va. Hasta nunca.

Y con razón: no hay instalación de ningún tipo. Un bar luce solitario sobre la bajada. Enfrente, un aparcamiento de tierra que ofrece una imagen tercermundista y otro decente, pero que parece diseñado para los coches de una familia escasamente numerosa. En la carretera de acceso hay que parar si te cruzas con un coche, y aunque hay señales que impiden aparcar en ella, lo más habitual es que los conductores se comporten allí como ante los carteles de «No den de comer a los animales» en el zoo de Madrid. Hace unos años, pagada por la Diputación, se puso allí una oficina de turismo en épocas de máxima afluencia. Las cifras que registra compiten con las de la auténtica catedral gallega, la de Santiago.

Y se acabó. Eso es lo que hay: una carretera estrecha y dos aparcamientos insuficientes.

No sé si compete al Concello elaborar y poner en práctica un plan que limite los accesos a la playa y cobre por ellos, además de establecer una ruta de la que no salirse, porque la gente camina por las rocas como un bebé por una piscina de bolas. Tal vez no, pero no hay manera de sentar a las autoridades responsables de verdad en una mesa para hacer algo al respecto. El alcalde lo intentó una vez con resultados frustrantes. La Xunta, por darle en la cabeza, mira hacia otro lado. Costas no tiene un duro. La Diputación da lo que da. Y mientras, todos perdemos una gran oportunidad de aprovechar un imán de turistas que funciona a la perfección. Pero que nadie se engañe: lo pagaremos, y a corto plazo. Luego, como con todo, no será culpa de nadie.

EL GUSTO ♦ Una Semana Santa imbatible como la de Viveiro

MARI CARMEN López, Chipe, es una de las muchas personas responsables de la ya internacional Semana Santa de Viveiro.

Empujada por una climatología realmente agradable, este año la fiesta religiosa se salió y se mostró en todo su esplendor, refrendado por miles de personas que no regatearon su asistencia.

Al contrario de lo que se cuenta aquí al lado sobre Augas Santas, esta fiesta sí se utiliza correctamente como apoyo al turismo, de modo que es obligatorio felicitar sinceramente a sus organizadores porque al final ellos acaban contentos, pero todos nos beneficiamos.

EL DISGUSTO ♦ Otro naufragio más, y ya empezamos a perder la cuenta

EL RESPONSABLE de la Consellería do Medio Rural e do Mar, Antonio Basanta, se llevó un buen disgusto el jueves. Un barco naufragó cerca de Navia y de nuevo el mar se cobró sus víctimas. Tres supervivientes acabaron en el Hospital da Costa y él les acompañó en el pésimo trago que siempre es ver cómo tus compañeros de trabajo se mueren en un accidente marítimo. Su labor, impecable. Sin embargo, lo cierto es que también en su departamento deben reflexionar: ¿Qué pasa con los barcos? Los naufragios se repiten cada vez con más frecuencia, tanta que hay que preguntarse por qué.

(Publicado en la edición impresa el 21 de abril de 2014)

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