''Mientras esté como ahora, espero que me dure mucho''

 

Después de pasar una temporada perdiendo las llaves o las gafas cada cuatro o cinco días, en su propia exposición de pinturas no supo dónde se encontraba. Eso fue lo que empujó a F.C.P,, hoy con 80 años, a llevar a su mujer, V.A.C., al médico hace cinco años. Le diagnosticaron alzhéimer.

«Después, la vieron pasar por la calle con bata de casa y rulos. Siempre fue una mujer muy elegante, así que unos conocidos la recogieron y nos llamaron. Nunca más la hemos vuelto a dejar sola», dice su marido, cuidador a tiempo completo, del momento en el que se detectó que el grado de la enfermedad de su esposa era ya severo.

Ella le coloca en muchas situaciones habituales para los familiares de pacientes con alzhéimer -por ejemplo, las respuestas bruscas y cierta desinhibición al hablar que le lleva a decir cosas inimaginables hace unos años- pero, conociendo otros casos, se considera afortunado. «Hice un cursillo hace poco para cuidadores de enfermos y todo el mundo contaba su historia. Todos decían que apenas dormían, que su familiar se levantaba de la cama, que se ponía agresivo... Mi caso es todo lo contrario, está tranquila siempre», cuenta.

Cree que su vida es lo más normal posible dentro de las convivencia con un enfermo así. Hasta hace dos años hacían anualmente un viaje a Canarias. «Dejamos de ir porque se le olvidó cómo entrar en un coche, cómo sentarse... si tienes que coger un bus o un taxi, éste no puede esperar todo el tiempo que le lleva entrar en el coche», cuenta. Pasan los veranos en Ribadeo, donde están ahora, y, si el tiempo acompaña, van a diario a la playa. Su mujer sigue bañándose en el mar como siempre.

Por supuesto, reconoce que hay momentos duros. «La incontinencia es lo peor. Eso es algo que no le gusta a nadie, ya sea tu mujer o tu madre, pero yo ya me he adaptado», señala. Su labor de cuidador ocupa «todo el día, no la dejo sola ni cinco minutos» y, aunque sus hijos le echan una mano, suele asumir todas las tareas.

«Cocino cosas sencillas, filetes a la plancha, verduras... un guiso no te lo hago, la verdad», dice, al tiempo que reconoce que antes era su mujer la que hacía todo de la casa. A excepción de eso, han variado poco su rutina. Por las mañanas van al Círculo. Él lee la prensa y ella echa un vistazo a las revistas. Se paran a saludar a los amigos y a hacer algo de compra de camino a casa. Por las tardes, pasean y paran en alguna cafetería a tomar un zumo.

«Mientras esté como ahora espero que me dure mucho, muchísimo», dice. Pese a todo, echa de menos poder viajar y es consciente de que en el futuro echará aún más de menos la apacible vida que todavía se puede permitir.

«Ya no le queda más memoria para perder. Ahora, lo único que le queda es olvidarse de caminar y, después, de comer. Espero que eso ocurra dentro de mucho tiempo», apunta.

Comentarios