Memoria lucense del Titanic gallego

la costa da Morte es una referencia constante cuando se habla de naufragios en el litoral gallego, pero una de las mayores tragedias marítimas de la historia de Galicia se produjo el 2 de enero de 1921 con el hundimiento del correo Santa Isabel en la bocana de la ría de Arousa. Murieron 213 de los 266 tripulantes y pasajeros, entre ellos una veintena de lucenses que el día anterior subieron a bordo del Titanic gallego en A Coruña. Es el segundo siniestro por número de víctimas civiles en nuestras costas. El escritor y periodista ribeirense Xosé María Fernández Pazos publicó una reedición ampliada del libro sobre la tragedia que sacó a la calle en 1998, con el título ‘Sálvora, memoria dun naufraxio’.

El número de víctimas pudo ser aún mayor si no fuese por la intervención del segundo oficial, Luis Cebreiro. Este ferrolano, que desde 1940 hasta los años sesenta estuvo al frente de la Ayudantía de Marina de Viveiro, retuvo a bordo del bote número 8 a casi veinte pasajeros y tripulantes. «Evitou que fose contra as rochas como acontecera cos outros botes, que pola présa por saír do vapor foron guindados contra os baixos da illa», comenta Pazos.

La prensa solo alude a un superviviente lucense, el vecino de O Corgo Manuel Quiñoá García, que perdió a su hermana y a dos sobrinos. Otro residente en la provincia, que trabajaba de fogonero, se salvó al ser desembarcado en A Coruña «por indisciplina». En el siniestro murieron dos niñas de A Fonsagrada y su abuela.

Propiedad de la Compañía Naval Transatlántica Española, con sede en Barcelona, el vapor era un barco moderno de 90 metros de eslora y apenas cinco años de antigüedad. Cuando no llevaba viajeros, transportaba plátanos desde la antigua colonia de Fernando Poo, cuya capital le daba nombre.

La noche del naufragio se dirigía al puerto de Vilagarcía procedente de A Coruña, de donde partió a primera hora de la tarde del día 1. «O buque recollía pasaxeiros desde Bilbao a Cádiz, onde a xente sería trasbordada a un barco máis grande para ir a Bos Aires», cuenta Pazos. Antes de llegar al muelle coruñés hizo escala en el puerto de Santander.

Hacia las dos menos diez de la madrugada, el barco embarrancó en unos bajos cercanos al antiguo faro de Sálvora. «O capitán ordenou a manobra de ciar ou marcha atrás, pero o buque, ao ir case en lastre, non obedeceu tan rápido como debía e montou sobre a Pegar, abríndose tres fendeduras polas que comezou a entrar auga e con iso a afundirse», explica el autor del libro. Aunque se intentó pedir auxilio por radio, el barco quedó sin electricidad. «Estamos encima de las rocas de Sal...» fue el último mensaje que emitió el Santa Isabel y que no pudieron entender los telegrafistas de Finisterre Radio para poner en marcha un equipo de salvamento.

El farero de la isla escuchó los gritos de los pasajeros y corrió hacia las casas, situadas a dos kilómetros, para avisar a los vecinos. De Sálvora partieron tres lanchas, una hacia Ribeira para avisar del siniestro y las otras dos hacia el lugar del hundimiento. «Tres mulleres mozas, María Fernández (14 años), Cipriana Oujo (25) e Josefa Parada (16), coa axuda de Cipriana Crujeiras desde terra, botáronse cara a praia da Area dos Bois onde permanecían varadas as dornas dos colonos. As mulleres vogarían nunha noite de temporal ata chegar ata o vapor, iniciando o rescate dos pasaxeiros que trataban de poñerse a salvo en botes que estaban a punto de bater contra as rochas. As mulleres regresaron varias veces ata o lugar do sinistro e puxeron a salvo a varios náufragos nunha pequena enseada», precisa Pazos.

La nueva de la catástrofe llegó a Ribeira a las diez de la mañana. De allí salieron hacia Sálvora varios pesqueros que trajeron después a los náufragos, a quienes dieron cobijo en la villa, y los primeros cadáveres de los ahogados.

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