Me lo contó un pajarito

Maquis. AEP
photo_camera Maquis. AEP

TWITTER NO ESTÁ del todo mal, aunque a mí no me parece para tanto como se dice. Yo en las redes sociales siempre eché de menos una barra para acodarse, porque uno es muy de barra, y un camarero resignado al que poder darle la vara cuando ya te has bebido hasta la amistad.

Por lo demás, lo de las redes sociales viene a ser en esencia un poco lo mismo que los bares de toda la vida. El Facebook, si quieren, un poco más relajado, tipo pub de primera hora donde reposar la cena con una copa sin garrafón y unos colegas que aún están en condiciones de vocalizar. El Twitter es más como la calle de los vinos, tinto y tapa en taburete y cambiamos al de enfrente. En cualquiera de los casos, lo importante es la compañía.

Mirado así, sin dramatismos, no entiendo esa nueva manía que les ha entrado a todos los gobiernos con deriva totalitaria de intentar silenciar las redes sociales por cualquier medio, con especial inquina por la red del pajarito. Bueno, en realidad se entiende perfectamente, porque este intento de control de cualquier ámbito, instrumento o medio en el que pueda expresarse la libertad se ha reproducido una vez tras otra a lo largo de la historia. Hasta ahora ha funcionado más bien tirando a mal, pero no aprenden, es su naturaleza.

Para mí que es solo desconocimiento, profunda ignorancia. Que son tontos, vamos. Porque a poco avispado que fuera, pongamos por ejemplo, el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, se daría cuenta de que para lo que él realmente busca, el Twitter está siendo casi un aliado. Su gobierno y el modelo de sociedad sumisa que persiguen le deben mucho a las redes sociales, pese a que ellos solo acierten a ver en ellas el intolerable rincón donde guerrillea la libertad de expresión.

Antes, lo de poner a parir a la autoridad, al poder o al vecino que a todos les caía mal se hacía en las tascas acompañando los juramentos y las amenazas con puñetazos encima de la barra. Y si el día se había dado muy mal o la noche muy bien, al cuarto sol y sombra la cuadrilla se transformaba en comando y lo mismo te prendía fuego a la iglesia que te enterraba al maestro en una cuneta, según le diera.

Ahora, sin embargo, la gente que está indignada de verdad, la que no puede aguantar más del cabreo y las ganas de revolución, comprime cuatro ideas al voleo en ciento cuarenta caracteres, se los lanza a sus seguidores, apaga el smartphone y se va a la cama convencida de que acaba de cambiar la historia del pensamiento político. Y a la mañana siguiente, se siente como el último maquis mientras afronta obediente otra jornada más de miseria, abuso y recorte.

Pero no, el ministro de Interior solo ve un nido de «indeseables», un nuevo tipo penal desconocido hasta ahora en la democracia pero que supongo que el señor Fernández Díaz asocia con mejores tiempos, aquellos del registro de vagos y maleantes. A él le da igual, porque ha ordenado a las fuerzas de seguridad del Estado peinar la redes en busca de mensajes injuriosos y apologistas de la violencia en general.

Si esto lo dice un bobo cualquiera de los muchos que somos en su cuenta de Twitter, se enteran él y cuatro pelaos más y ahí termina la cosa. Pero que un ministro hable de ordenar una instrucción prospectiva contra todos los usuarios de las redes en general, para acusar de delitos que no existen a personas que simplemente son gilipollas, es extraordinariamente preocupante.

Y lo es por varios motivos: porque es el ministro de Interior, nada menos; porque su simple planteamiento es la prueba de ignorancia y la estupidez más desacomplejadas; y porque desde siempre se sabe que mucho más peligroso que un malvado es un tonto, porque no descansa nunca.

Animales y anormales los ha habido toda la vida, en todos los bares, en todos los oficios, en todos los gobiernos. Independientemente de los instrumentos que empleen para mostrar al público su estulticia. Y las redes sociales no son más que otro instrumento, igual pero más nuevo.

Por eso aún no las comprendemos del todo, pero de momento lo que ya está claro es que, como otros muchos desarrollos tecnológicos, nos harán mejores como sociedad. No necesariamente como individuos, porque eso, como atestigua el señor ministro, va en cada uno.

(Publicado en la edición impresa el 18 de mayo de 2014)

Comentarios