Mascarillas: El primer muro de contención pandémica

Recorriendo una segunda ola de rebrotes de peligrosa envergadura, el coronavirus sigue teniendo un sencillo y firme enemigo: la mascarilla. Un elemento que, sobre todo entre los más jóvenes, dada su tendencia a la propagación de la Covid-19, no debe faltar en ningún rostro. Tiempos difíciles para la identidad, pero que, con algo de compromiso y sentido común, nos acercan hacia la salida de este túnel.

Contención social para evitar un auge de contagios

A pesar de que pueda parecer una medida incómoda e incluso algo desmoralizadora, las mascarillas son esenciales para protegernos de los contagios de Covid-19. Según informa la Organización Mundial de la Salud (OMS) en sus insistentes advertencias, la transmisión del coronavirus sucede mediante las pequeñas gotas que expelemos tanto al toser y estornudar, como al hablar e incluso cantar. Y dado que volver a una cuarentena supondría una catástrofe económica a estas alturas, con una vida social que sigue organizándose bajo ciertas restricciones, el uso de mascarillas, especialmente entre los jóvenes, no debe ser subestimado.

La problemática que suscita la juventud ante la necesidad de una contención social para evitar más rebrotes, simplemente radica en el vigor de dicha edad. Como es evidente, los jóvenes cubren una mayor tendencia a la agrupación social, razón por la que cabe limitar su despliegue callejero. Y aunque pueda parecer uno de los sectores más reacios a adoptar según qué medidas, la modificación del equipo de protección personal, como sucede con las mascarillas negras o estampadas, consigue fomentar su uso. Sobre todo, a causa de que los pequeños detalles mediante los que otorgamos identidad a un producto neutro permiten normalizar una situación como la actual.

¿Qué dice la OMS sobre el coronavirus?

Generalmente, la Covid-19 es un tipo de virus que se instala en nuestro organismo actuando como una gripe, aunque más brutal que la común. Aunque sea cierto que las personas de avanzada edad o con vulnerabilidades y enfermedades pueda ser más propensa al contagio, también es cierto que otros, sin tendencia aparente, pueden verse infectados. Siendo preciso mencionar, y con más insistencia que nunca ante la nueva ola de rebrotes, que la condición de asintomáticos de muchos de nuestros jóvenes puede suponer un verdadero problema. Siendo capaces de contagiar sin tan siquiera saber si son portadores o no del virus.

No obstante, si dicha situación goza de un elemento contingente y sencillo es, justamente, la mascarilla. Las mismísimas Recomendaciones sobre el uso de mascarillas en el contexto de la COVID-19 así lo marcan, aunque bajo ciertos riesgos y peligros que cabe tener en cuenta. Entre ellos, la posibilidad de contagiar la mascarilla sin querer al manipularla con las manos si éstas han estado en contacto con el virus. Así como también otros factores, por ejemplo, una lesión cutánea, que puede comprometer la neutralidad de nuestra primera armadura de protección. Sin embargo, se trata de casos menores que no abordan la verdadera cuestión del asunto: emplear un elemento fácil para protegerse de una pandemia de tanta envergadura.

Evitando la propagación del virus

Si bien, en un primer momento, las mascarillas tienen como objeto que un paciente con Covid-19 no contagie a otros, es capital que todos la portemos, dado que el virus acostumbra a manifestarse pasadas casi dos semanas. Motivo por el que, ante la incertidumbre vírica, protegerse y proteger de forma preventiva. Un hecho que cobra un sentido más honesto al contemplar los mayores focos de contagio que, lejos de tratarse de meras visitas al supermercado o al trabajo, se concentran en las celebraciones familiares y encuentros entre amigos. Aquí, piedra angular de la actividad de los jóvenes que deberían blindar de forma efectiva con una sencilla mascarilla.

La exposición al virus puede ser tan arbitraria como haber tocado una superficie donde un individuo portador de Covid-19 ha tosido previamente. Del mismo modo, el virus también se propaga por el aire, lo que añade un plus de riesgo a nuestra fluidez diaria, en especial por cuanto se refiere a espacios cerrados como el transporte público, pero también los hogares ajenos. En ese sentido, los jóvenes son quienes más han participado de visitas “clandestinas” a las casas de amigos, parejas y familiares, subiendo así el riesgo de contagio y dificultando el rastreo. Un hecho que arroja sobre todo el mapa una idea clara: nada debe quedar al azar.

Cada granito de arena, cuenta

Como se ha comentado, si bien los grupos más vulnerables son las personas de más de 60 años o achacadas de distintas enfermedades, el colectivo que más rápido puede propagar el virus es la juventud. Su mayor resistencia al contagio puede, aunque no manifestar los síntomas, suponer una condición de portador altamente problemática. Una condición que también se ha dado en el caso de menores de edad y niños, aunque éstos, bajo la tutela de sus padres, han limitado su albedrío incluso con la prohibición de acudir a los parques bajo decreto del Gobierno. Una medida acertada, dado que el contagio entre niños ya ha quedado más que corroborado en las escuelas.  

Basta con una mascarilla para imponer un efectivo primer muro de contención a este virus que tanto ha distorsionado nuestras vidas. Un canto a la vida que, aunque bajo el paradigma de restringir o no la propia libertad, se establece en una línea de necesidad indiscutible. Un pequeño gesto que consigue un gran avance: proteger a nuestros conciudadanos de esta pandemia aparentemente incontrolable. Preservar cuanto amamos y facilitar el día a día a nuestros seres queridos. Si se trata de sutilidad, con una mascarilla negra que no interponga entre iguales la barrera de un equipo quirúrgico que conquiste nuestras vidas. Porque todos, absolutamente todos, estamos en esto.

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