Más de 18.000 días con sotana

Emilio Prado, Antonio Domínguez, Antonio Río y Fernando Monterroso. Fotos: HÉCTOR MANASÉ
photo_camera Emilio Prado, Antonio Domínguez, Antonio Río y Fernando Monterroso. Fotos: HÉCTOR MANASÉ

Hace 50 años que se ordenaron sacerdotes, pero lejos de ver cerca la jubilación, la falta de vocaciones les hace tener que atender cada vez más parroquias. El cansancio no está reñido con la entrega y reconocen que seguirán en sus puestos mientras puedan. Varios curas que ejercen en la comarca hablan de su día a día

el 27 de mayo de 1961 se ordenaron sacerdotes 15 de los 45 niños que más de una década antes habían ingresado en el Seminario Menor de Lourenzá, el primer paso para forjar unas vocaciones que se consolidarían con la edad y el tiempo y que se mantienen intactas 50 años después.

Varios de aquellos chavales, que se ordenaron con veintipocos años, relatan sus experiencias desde la comarca, donde en la actualidad siguen ejerciendo el sacerdocio, algunos muy cerca del lugar en el que nacieron, como Antonio Río Ituriza, natural de Burela que ejerce en Cangas, y otros algo más lejos, como es el caso del arcipreste Fernando Monterroso Carril, natural de Melide y que ejerce en la actualidad en O Valadouro.

A ellos se suman Antonio Domínguez Martínez, párroco de Foz; Manuel López Reigosa, responsable de Portocelo, Sumoas y Morás (Xove); José Antonio Llenderrozos López, de Frexulfe y Cadramón (O Valadouro), además de Lagoa, Pereiro y Oiras (Alfoz), y Emilio Prado Piñón, que ejerce en Cedeira, aunque vive en la residencia de mayores Betania, de Viveiro. Todos celebran este año sus bodas de oro, a las que se suman las de diamante (60 años) de Jesús Fernández García, que en la actualidad lleva las parroquias alfocenses de Adelán y Carballido.

EMOCIÓN

A pesar del tiempo transcurrido todos conservan intacto en su memoria el día de la ordenación, que tuvo lugar en Viveiro porque se celebraba allí el Congreso Eucarístico. Arropados por sus seres queridos, lo recuerdan como un día de alegría y emoción, «pero también con el misterio de adentrarse en un mundo desconocido», reconoce Monterroso, que entonces contaba con 24 años de edad. «Fue un día de gran emoción, tanto por el acto como por el compromiso que se daba para siempre», recuerda Antonio Río, que, con 23 años, fue de los más jóvenes en ser sacerdote.

La misma edad tenía Antonio Domínguez que, entre los nervios y las curvas de la carretera, llegó mareadísimo y se pasó toda la ceremonia «preocupado por si me daban naúseas y tenía que salir pitando. La verdad es que lo pasé mal, y no pude disfrutar bien del día», recuerda como si fuera ayer. La misma lucidez que imprime a su relato Emilio Prado Piñón, que se ordenó justo el día de su 25 cumpleaños, «fue muy emocionante, ya la víspera, una noche en la que apenas pude dormir».

Los nervios no desaparecen con los años y aunque la veteranía da tablas, el gusanillo de dirigirse en directo a un auditorio que te observa de arriba a abajo nunca se pierde, reconocen.

Los cuatro están convencidos de que hicieron lo correcto cuando sintieron en lo más hondo de su ser la llamada de Dios. A él, a predicar su palabra, siguen encomendados 50 años después y con más trabajo que cuando se ‘licenciaron’, pues la falta de vocaciones ha reducido el número de sacerdotes y obliga a los que ejercen a tener que hacerse cargo de varias parroquias. «Cuando empezamos era distinto, todas las parroquias tenían cura y había que esperar a que quedara una libre, lo que a veces generaba cierta angustia», afirma Prado Piñón, que además de sacerdote fue profesor de Religión en un instituto.

Un argumento que el párroco focense visualiza con un ejemplo. «Cuando yo estaba en Vilalba, nadie decía viene ahí Antonio, o Domínguez, sino que decían viene ahí Santaballa, el lugar donde ejercía». El caso es que de mimetizarse con su parroquia a las uniones pastorales, en las que dos o tres sacerdotes se reparten un montón de iglesias, hay un paso.

COMPROMISO

Los sacerdotes creen que la falta de vocaciones está directamente relacionada con la falta de compromiso de la sociedad actual. «La juventud no se quiere hoy en día comprometer a nada de por vida, ni al matrimonio ni al trabajo, y tampoco al sacerdocio, que es algo para toda la vida». Argumentan el no poder casarse como una de las causas del alejamiento, «pero no es la solución, porque la iglesia ortodoxa admite el matrimonio y también tienen problemas de vocación, como los protestantes».

Estos curas, por su parte, consideran su profesión un privilegio, «porque trabajamos con los mayores, los de mediana edad, los niños, gente en todas las condiciones de la vida, pues lo mismo estamos ayudando a una familia necesitada, celebrando una boda o al lado de una persona que sufre, por lo que no se comprende cómo no hay más gente que opte por este camino», dicen.

La labor social y cultural de la Iglesia es otra de las cuestiones que destacan los sacerdotes, que vivieron en primera persona sus esfuerzos no sólo para construir y mejorar el patrimonio eclesiástico, sino para mejorar la calidad de vida de sus feligreses. «La primera televisión que hubo en Reigosa la instalé en la rectoral, que se convirtió en un teleclub», según las vivencias de Antonio Domínguez, que tiene en su haber la fundación del club de fútbol de Santaballa, donde tocó el Gordo de Navidad.

Cambios: «Por suerte o por desgracia, nos han tocado todos»

Medio siglo da para mucho, sobre todo en España, donde los cambios en la Iglesia han ido más lentos que en la sociedad, aunque los sacerdotes afirman que sí son continuos los cambios para ir adaptándose a los nuevos tiempos, Lo que está claro es que a ellos «por suerte o por desgracia» les ha pillado por el camino los cambios más visibles de su oficio.

«A nosotros nos ordenaron antes del Concilio Vaticano Segundo, por lo que éramos discípulos del de Trento y empezamos misando de espaldas al pueblo, en latin, con la coronilla, de sotana, después pasamos a hacer la liturgia en castellano, ahora en gallego», afirman, mientras reconocen que todos, más o menos bien, se manejan con internet y usan cuentas distintas a las que la diócesis tiene asignadas a cada parroquia.

HOMENAJES

  • Detalles de sus feligreses. No han pasado desapercibidos para sus feligreses los 50 años de sacerdocio, por lo que son varios los homenajes que recibirán a lo largo de este año sus anfitriones. El 19 de junio se distinguió a Antonio Domínguez, con una misa y una comida.
  • 300 personas. Participaron ayer en el homenaje a Fernando Monterroso, que incluyó una misa a las doce y media y una comida en el pabellón polideportivo de Ferreira.

FERNANDO MONTERROSO CARRIL, arcipreste de Mondoñedo y párroco de Ferreira:

«Orgulloso de compaginar sacerdocio y enseñanza»

Siempre quiso ser sacerdote, una vocación que ve directamente ligada «a la religiosidad que había en mi casa», una familia orgullosa de que pasara de ser monaguillo a estudiante en el seminario, una decisión que antes tomaron otros miembros de la saga y de la que asegura que nunca se arrepintió. «Me sentí a gusto, aunque no todo siempre fue de color de rosa», asevera sincero.

Su primer nombramiento fue de coadjutor en Ferreira y encargado de Vilacampa, «aunque sólo en el papel, porque el nombramiento directo del obispo era atender al cura de Santa Cruz, en fase terminal». Con el tiempo, y en los últimos traslados, le fue adjudicada la parroquia de Santa Cruz, un cargo que compatibilizó con la enseñanza, pues estudió por libre la carrera de Filología Clásica y, tras aprobar las oposiciones, fue destinado como profesor de Latín al Masculino de Ferrol, donde estuvo dos años hasta que cogió la plaza definitiva en el instituto de Foz, en el que estuvo hasta su jubilación.

«Orgulloso» se siente de haber podido compaginar ambas vocaciones «y satisfecho de mis compañeros eclesiásticos y civiles», asegura, recordando con modestia que, en ambos trabajos, «algunas veces tuve grandes aciertos y otras, menos».

Es arcipreste de Mondoñedo y miembro del gobierno diocesano, párroco de Ferreira y administrador de Santa Cruz, Alaxe, Vilacampa, Santo tomé y Recaré.

ANTONIO DOMÍNGUEZ MARTÍNEZ, cura de Foz, Fazouro, San Martiño y Santa Cilla:

«Sabido lo sabido, volvería para el seminario» 

«Sabido lo sabido, volvería para el seminario», asevera Antonio Domínguez, convencido de lo correcto de una decisión que tomó con once años, siguiendo los pasos de sus primos. «Fui madurando en mi vocación y hoy puedo decir que soy feliz en mi trabajo», afirma sin dudar.

Párroco de Foz desde 1999, ahora lleva también Fazouro, además de San Martiño y Santa Cilla, «y aunque en todas las parroquias hay gente magnífica que colabora mucho, pienso que no puedo atenderles como es debido, porque es demasiado follón». Para descargar algo de trabajo, los domingos ofician misa en algunas parroquias los salesianos que regentan en Foz el colegio Martínez Otero.

Una vida que en nada se parece a la de los inicios, con destino en pequeñas aldeas de A Pastoriza, Reigosa y Úbeda, de las que salió a los seis años para ejercer como formador en Mondoñedo, donde pasó ocho cursos, «una etapa muy bonita, porque me estaba apoltronado un poco en la aldea, donde no tenía nada que hacer, y me vino muy bien para tomar contacto de nuevo con los libros», afirma.

«Asuntos familiares» le llevaron a ejercer cerca de su casa, en Santaballa, donde pasó su destino más largo de momento, 16 años, al que con el tiempo se sumarían Lousada de Arriba y de Abajo. El salto a la Costa lo dio en Cervo, donde estuvo siete años de párroco, junto con San Cibrao, Rúa, Castelo y Sargadelos, donde descubrió «que la gente es diferente a la de interior, entran rápido, pero la pierdes antes».

ANTONIO RÍO ITURIZA, sacerdote de Cangas y Nois y capellán del Hospital da Costa:

«De no ser cura, creo que hubiera sido marinero»

Fue de los más jóvenes en ingresar en el seminario, quizás porque siempre tuvo claro que lo suyo era ser sacerdote. «Ya de pequeño iba todos los día a misa temprano antes de ir a la escuela y la mitad de las veces me tenían que acompañar porque me daba miedo y es que en Vila do Medio, el barrio burelés en el que nací, no había más que lama en invierno», recuerda Antonio, para quien su estancia en el seminario no fue un camino fácil, pues estuvo muy enfermo, «incluso deshauciado», y fue una historia de superación que le ha marcado el carácter.

«Nunca me arrepentí de haber ingresado en el seminario y creo que de no haber ido seguro que habría sido marinero», afirma, convencido de haber continuado la saga familiar.

Su padre y su hermano, de hecho, estaban embarcados cuando se produjo la famosa galerna del 61, justo en la fecha en que Río Ituriza debía tomar posesión de su primer destino. «El cura llamaba para que fuera y yo pendiente de ellos, cada uno enrolado en un barco y no sabíamos nada», recuerda, una tensa espera que al final tuvo un final feliz «y se salvaron los dos».

Burela fue el lugar donde ofició su primera misa y Guitiriz su primer destino como sacerdote. Posteriormente, fue trasladado a Cedeira, donde estuvo cuatro años, y de ahí a Celeiro de Mariñaos, donde pasó otros dos, hasta recalar en Noche, en Terra Chá, donde estuvo 17 años, los doce últimos también con Ladra.

Desde 1985 lleva Cangas, en Foz, además de ser capellán del Hospital da Costa, parroquias que desde hace doce años compagina con la de Nois.

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