Manteros o la historia sin fin

EN UNAS SEMANAS, una parte de los lucenses pondrán el grito en el cielo por la llegada de cientos de manteros al San Froilán. Por la competencia que suponen para el comercio local, por la venta de artículos falsificados, porque cubren las aceras con sus mantas y muchos de ellos hacen la vida en la calle... Para otra parte de los ciudadanos, los manteros se han convertido, en cambio, en un motivo más para acudir a las fiestas. Generalmente al día de las últimas tendencias, ofrecen artículos más asequibles que en los canales legales.

«Odio vender, ¿pero qué voy a hacer? ¿Cómo voy a comer y a pagar el piso? Prefiero vender que pedir», explica un senegalés afincado en Lugo que este verano ha ido de feria en feria con una manta llena de bolsos. Porque, aunque suene extraño, Lugo también exporta manteros. Solo la comunidad senegalesa reúne en la ciudad a al menos medio centenar de compatriotas. Una treintena se han constituido hace tiempo en asociación para darse apoyo y defender sus intereses, como la demanda de espacio para vender en San Froilán. De esa cifra, más de veinte tienen prácticamente como única actividad la venta ambulante. Unos pocos dicen reunir todos los requisitos para hacerlo, pero otros reconocen que venden al margen de la ley y que a duras penas les da para vivir. Entre la compra de la mercancía, el desplazamiento a mercados y fiestas y lo difícil que resulta vender en la actualidad, hay veces en que acaban perdiendo dinero. No solo es que los españoles, con los bolsillos rotos, compren menos. «Es que estamos por todas partes», reconoce el senegalés. No son pocas las veces en que un vendedor tiene que deshacerse de la mercancía para poder regresar a su lugar de residencia. Lo mejor que le puede suceder es que encuentre a otro vendedor que haya agotado sus artículos y necesite reponer.

No obstante, la dureza de la vida de mantero no debe tapar otra realidad. Los manteros son el medio mediante el cual redes muy organizadas se lucran introduciendo en el país productos fabricados en dudosas condiciones y de cuestionable calidad -aunque ni mucho menos esto es exclusivo del fenómeno manta- y haciendo pasar por artículos de marca.

Por otro lado, y al margen de los problemas que a veces van asociados a su presencia en las calles, los manteros son una competencia desleal para el comercio legal. No pagan impuestos ni tasas y venden mucho más barato. La mayor competencia no son para las grandes firmas, sino para las tiendas con artículos de gama similar. Quien compra en Carolina Herrera no lo hace en la manta, pero a lo mejor deja de adquirir el bolso en la tienda si media ciudad lleva colgada del hombro la CH, por mucho que la calidad no sea la misma, que a veces es parecida. Un gabinete que defiende a una marca cuenta cómo una mujer que recibió de regalo un bolso descubrió que era falso cuando acudió a la tienda a cambiarlo y le hicieron ver que era una copia. Aunque muy buena y con más prestaciones, como una cremallera.

Las fuerzas de seguridad han constatado que las redes que suministran a los manteros han copiado las estructuras del tráfico de drogas. Muy pocas personas conocen los almacenes centrales ni quién está al frente del negocio. Es un mundo que funciona con muchos intermediarios y donde habitualmente la actividad tiene una apariencia legal. La mercancía llega por medio de empresas importadoras que camuflan artículos falsificados en grandes contenedores que llegan a los puertos españoles, donde es materialmente imposible abrir y controlar todo lo que entra. Quien haya visto El Niño, uno de los más reciente éxitos taquilleros españoles, lo comprenderá enseguida.

Internet, el enemigo. Es un mundo que además fue cambiando. Y como en muchos otros sectores, uno de los culpables es internet. El negocio empezó con música y películas. ¿Pero quién escucha CDs hoy en día? Internet ofrece toda la música que se quiera, gratis y con gran comodidad y los nuevos y polivalentes dispositivos de almacenamiento facilitan la reproducción. La Guardia Civil estima que en los últimos años el pirateo de discos ha bajado al menos un 20%. El sector se ha reconvertido y ahora el problema no está tanto en la usurpación de la propiedad intelectual como de la industrial. Bolsos, ropa deportiva, relojes...

El fenómeno mantero va unido a grandes concentraciones de gente, por lo que afecta a centros neurálgicos de grandes ciudades y a zonas con mucho turismo. Las quejas de comerciantes en la costa mediterránea son noticia cada verano, a veces con episodios de tensión donde manteros y policía llegan a las manos. En Lugo el problema se cincunscribe a San Froilán, donde también la tensión ha ido en aumento. En algunos casos, motivada por las confiscaciones policiales. En otras, por las peleas entre ellos para ocupar los mejores puestos o los metros asignados en sus propios repartos. En el último San Froilán, el problema de la ocupación de la vía pública sin permiso -sin permiso oficial- y la venta de artículos falsificados llegó al juzgado por la denuncia que la asociación de comerciantes Lugo Monumental presentó en Fiscalía. El juzgado la archivó alegando que no se puede actuar de forma conjunta sino que hay que ir caso por caso.

Así las cosas, San Froilán se avecina y sigue sin haber una estrategia para afrontar el fenómeno, más allá del plan para ocupar los sitios más codiciados con puestos de artesanía y alimentación legales. Aunque falta por ver si habrá demanda suficiente y si la estrategia disuadirá. Porque, aunque el problema no es exclusivo de Lugo, aquí adquirió unas dimensiones díficiles de imaginar hace una década y que no tiene similitudes. No vale la excusa de que el San Froilán es la última gran fiesta antes del invierno ni de que es un fenómeno inabordable. En Zaragoza se dan las mismas circunstancias, con el agravante de que es una ciudad con seis veces más población y no tiene este problema. El Ayuntamiento maño cree que la clave ha sido la temprana y persistente vigilancia policial.

¿Qué sucedió en Lugo? Pues que durante años se dejó hacer, por un cúmulo de circunstancias: una Policía Local que durante algunas ediciones estuvo ‘de baja’ debido al enfrentamiento con el gobierno; la presión social, porque muchos ciudadanos creen que los manteros son el eslabón más débil y que en cierta forma también son víctimas y porque, según el propio alcalde decía, no se puede poner puertas al campo ni es ético ir contra quienes no tienen nada. Un argumento que dejó de valer, porque este año anunció «tolerancia cero». La cuestión sigue siendo, cómo se va a poner en práctica.

Con Lugo convertido en un referente nacional del ‘manterismo’, atajar la situación no parece fácil. Seguramente los controles en los accesos para detectar la entrada de vendedores no tienen la continuidad, intensidad y alcance necesarios. Y a eso se une el hecho de que generalmente la actividad ilícita suele ir un paso por delante de las fuerzas del orden. Estas creen que los manteros traen la mercancía a Lugo con bastante antelación y por distintas vías (autobús, tren, empresas de paquetería, coches y furgonetas que estacionan en lugares discretos...), a veces ayudados por contactos que tienen en Lugo. Habría que cercar la ciudad durante días para impedir la entrada y eso es casi imposible, sostienen algunos cargos. Hay quien piensa, sin embargo, que una intensa labor de ese tipo haría correr la voz de que Lugo ya no da carta blanca a los manteros y les disuadiría de viajar.

Instalados. Una vez instalados, levantarlos y perseguir la actividad ilícita que cometen no es tan fácil como puede parecer. Por la presión social y porque la ley y otras circunstancias tampoco ayudan. La mayoría de los vendedores se enfrentan a castigos por varias infracciones. Como mínimo, a una multa del Concello de entre 650 y 900 euros por venta ambulante sin autorización -no hay constancia de que se pusiera alguna-; en muchos casos, a un expediente de inmigración por estancia ilegal en el país y, por último, a una condena por venta de artículos falsificados. Esta última se rebajó con la reforma del Código Penal de 2010. Si el valor de ganancia de la mercancía decomisada es menor a 400 euros ya no es delito. La falta se pena con localización permanente de 4 a 12 días o con multa de uno a dos meses. El delito, con cárcel de 6 meses a dos años o multa de 12 a 24 meses.

Pero hay varias dificultades. Tasar la ganancia no es fácil cuando son puestos con artículos muy variopintos y cuyo valor oscila según el lugar y el día. Tampoco es sencillo obtener los certificados de falsedad de un producto. Las grandes marcas no envían un perito a Lugo para tasar veinte pares de calcetines Adidas o cien bolsos Tous. O tardan en hacerlo. Todo eso impide que el procedimiento pueda materializarse por vía rápida y los juicios acaben fijándose tiempo después, cuando a lo mejor ya no es fácil localizar al infractor.

¿Quiere esto decir que es imposible perseguir la actividad? No, pero hace falta voluntad, perseverancia y medios. Cuando todo esto se da, hay resultados. En 2006, la Guardia Civil de Lugo coordinó una operación en la que se desmanteló una red de históricos de la piratería de música tras cuya pista las fuerzas del orden llevaban años y cuyas ganancias fueron estimadas en 15 millones de euros. Fue una de las primeras macrooperaciones contra la piratería del país, con más de cien agentes implicados y detenciones simultáneas en varias provincias, y arrancó por que un guardia civil sospechó de los discos, de apariencia cuidada, que un vendedor de Abadín ofrecía en las fiestas de Mondoñedo, recuerda el jefe del Equipo de Delincuencia Organizada y Antidroga de la Guardia Civil de Lugo, José Luis Raposo. Curiosamente, el vendedor de Abadín montaba puesto en el San Froilán, nada más y nada menos que ante los juzgados. Desde allí llamaba a la Policía Local para quejarse de los manteros. Se sentía seguro.

Comentarios