Lugo sigue perdiendo el bus

YA LO HABÍA PENSADO antes de escuchárselo al portavoz municipal del PP durante una conversación con los periodistas. «Cada vez que vemos un autobús urbano vacío tenemos que pensar que estamos pagando un billete a pesar de no ir subidos», dijo. Es cierto y resulta desolador ver pasar a distintas horas por las arterias principales de la ciudad, como la Ronda da Muralla o la Avenida da Coruña, autobuses casi vacíos y a veces tres o cuatro seguidos, no se sabe si por desidia o comodidad de los ciudadanos, que prefieren usar su vehículo particular, o por una mala planificación de las líneas y el incumplimiento de los horarios.

El caso es que yo, como lucense tipo, me subo como mucho una o dos veces al año al bus urbano, porque si alguna vez me decido a esperar más de diez minutos en una parada, acabo desistiendo y vuelvo a buscar el coche, aunque eso me suponga tardar más en buscar aparcamiento. Creo que no soy el único, porque la estadística indica que las cifras de usuarios fueron cayendo en los últimos años a pesar de haber crecido en población la ciudad y solo la entrada en funcionamiento del Hula, con un bus cada veinte minutos, fue capaz de contener la hemorragia. Además, iniciativas como la instalación de paneles para saber en tiempo real cuánto tarda un bus fracasaron, porque después de sucesivas averías, no se sabe si fortuitas o provocadas, el gobierno local optó por dejarlos inactivos para incluir en el nuevo concurso del transporte público su gestión y mantenimiento.

¿Y beneficia entonces a alguien que no funcione el transporte público en la ciudad? Pues seguramente no, aunque a la empresa concesionaria del servicio, que mantiene la gestión a pesar de llevar año y medio caducado el contrato, tampoco le perjudica una baja ocupación, porque tiene garantizados unos beneficios y costes de explotación. Si cabe, los mejor parados de esta situación podrían ser las concesionarias de los aparcamientos públicos y de la zona Ora, las gasolineras o las empresas del sector de la automoción, que se aprovechan de un mayor uso del vehículo privado.

El Concello tiene ahora la oportunidad de acometer una profunda reforma del servicio, ya no solo con un cambio en el sistema de compensación de la empresa concesionaria que evite que incluso pueda ganar más con los autobuses vacíos que con ellos llenos, sino reordenando las líneas, fijando frecuencias más cortas y puntuales, y ofreciendo descuentos y bonos como ocurre en otras ciudades donde a pocos vecinos se les ocurre llegar al centro con el coche particular. Además, no resulta lógico que no se hayan resuelto situaciones provocadas por los cambios en el tráfico, como el que afectó al barrio de A Ponte tras la apertura del nuevo puente y la peatonalización del viejo. Los vecinos de A Calzada que se suben en la parada de A Volta da Viña ahora ven obligados a recorrer 13 kilómetros para subir al centro y, si quieren llegar al Hula, tienen que bajarse en la Ronda y comprar un segundo billete.

Tampoco es normal que O Ceao, la principal zona industrial de la ciudad, tenga una única línea con una frecuencia que dificulta su uso por parte de los trabajadores que entran o salen de sus puestos de trabajo, lo que provoca que muchos de ellos opten por utilizar sus vehículos particulares y colapsen las escasas zonas de aparcamiento de este polígono.

El transporte urbano le cuesta a Lugo unos 2,5 millones de euros al año y, aunque no lo usemos, todos los contribuyentes estamos pagando cada viaje y, ni siquiera, durante el Día Europeo sin Coches, esa jornada anual en la que el billete es gratuito, somos capaces de llenar los autobuses. Cada viaje realizado por un pasajero debería costar un euro más de lo que vale el billete para que el sistema no diese pérdidas, pero el problema no debería ser que un Concello gaste dinero en sufragar un servicio público importante para una ciudad, sino que se esté infrautilizado por una gestión ineficaz o una falta de voluntad del gobierno local por darle una solución.

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