Los misterios de la construcción

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La apertura esta semana de la entrada principal de la plaza de abastos provocó un terremoto de reacciones ciudadanas y políticas. Hay quien no entiende la obra que se ha hecho, que en algunos aspectos parece acertada -se han hecho rampas al sótano, amplias y con pavimento rugoso, para evitar caídas, aunque se colocarán barandillas para mejorar la seguridad- pero en otros a lo mejor no tanto. La obra está dando mucho que hablar y quienes la siguieron de cerca ponen sobre la mesa otros aspectos llamativos. La reforma fue anunciada como una intervención para dignificar la entrada a la Plaza y mejorar su accesibilidad y fue adjudicada a la catalana Copcisa, una empresa que tiene oficina en A Coruña y que ya ha hecho otros trabajos en la ciudad, como el lavado de cara del Parque.

Al concurso que convocó el Concello se presentaron once empresas, bastantes de Lugo. La oferta económica de Copcisa (276.319 euros, frente a los 394.009 que ofrecía como máximo la administración local) no fue la mejor, según advirtió el PP. La empresa ofreció hacer la obra en 19 días menos de los que se pedían y dio 147 meses de garantía, factor que parece que fue decisivo. La intervención incluía la renovación de la cubierta y el pintado de las fachadas.

La sorpresa -o no tanto, porque es algo que se ve a diario en Lugo y en todos sitios- es que nada más empezaron las obras por allí empezaron a aparecer obreros de distintas empresas. Es habitual que una firma no tenga especialistas en todos los campos y que recurra a otras para abordar ciertas partes. Pero eso es una cosa y otra, que directamente se opte por la subcontratación. Desde el departamento de comunicación de Copcisa explicaban esta semana que la ley permite subcontratar hasta un máximo del 60% de una obra y que en este caso más del 50% fue a empresas de Lugo. A algunas recurrió para trabajos puntuales. A otras, que de específicas parecen tener poco, no acertó a explicar por qué. En el lugar trabajó, por ejemplo, una firma de Lugo que se anuncia como empresa de construcciones, proyectos y reformas. Sin más. Muchos placeros se alegraron de ver trabajando a gente de Lugo, pero no entendían cómo es que no se había contratado directamente a esta empresa, o a otra local, en vez de a una de fuera. «Si yo compro la mercancía a otro placero, que se a su vez se la compró a otro, en vez de ir yo al mayorista, ¿a qué precio voy a tener que vender para ganar algo?», pregunta un comerciante.

Es pura lógica, pero choca con la legislación de contratos del sector público. A partir de cierto valor de obra, esta tiene que salir a concurso público y se la lleva el mejor postor. Y los mejores postores suelen ser las grandes empresas, que en ocasiones compensan las pérdidas o lo que dejan de ganar en una obra con otra. Lo que habría que analizar es si permitir un 60% de subcontratación tiene sentido, si es necesario, o si sería bueno revisar la ley. Y más en una época en la que la contratación de obra pública está en el punto de mira en todo el país. No es extraño que el sistema provoque sospechas. Si en una obra hay subcontrataciones en cadena, parece evidente que la cantidad de dinero que tiene que circular para dar ganancia a cada eslabón es bastante mayor que si el trabajo lo hace el primero. ¿Por qué el Concello adjudicó la reurbanización de As Fontiñas a la empresa Leonardo Miguélez, de Melide, y al final la ejecuta la lucense Asogal? Nadie lo ha explicado, ni el contratista ni el contratado, pese a que se ha preguntado.

A veces, la adjudicación de obras a empresas de fuera provoca otras contradicciones. En la plaza de abastos se vieron proveedores de materiales básicos de otras ciudades. «Houbo camións de formigón de Arteixo, Andamios Europeos [empresa con sede en Madrid]... E mira que non haberá en Lugo empresas de formigóns e de andamios», afirmaba otro comerciante. La explicación puede ser que las constructoras trabajen habitualmente con los mismos proveedores. ¿Pero, aun así, es más barato eso que tirar de las empresas locales? Habría que verlo.

Desde luego, si hay un sector que ha sufrido la crisis es el de la construcción. La desaparición de empresas (en la provincia de Lugo, unas 500 desde 2007, según datos de la patronal) y de empleos (unos 7.000 en el mismo periodo) son las consecuencias más evidentes del espectacular descenso que se produjo en la obra pública y privada en el último lustro. Pero no son las únicas. Pese a la reducción del número de empresas, ahora cada vez que una administración pública licita una obra se encuentra con una avalancha de ofertas. Solo un ejemplo. Para la obra de As Fontiñas se presentaron 29 empresas. Y la extraordinaria competencia provoca que las empresas tiren los precios y en ocasiones presenten ofertas temerarias, que a veces no son fáciles de probar. Sucede sobre todo cuando se trata de empresas grandes, con equipos técnicos y jurídicos muy potentes que buscan mil y una triquiñuelas para intentar colar su propuesta. Por fortuna, no siempre lo consiguen. Hace unos meses, el Concello rechazó la oferta de El Corte Inglés para ejecutar la segunda fase de rehabilitación de la vieja cárcel. Ganó el concurso otra grande, San José, que además se comprometió a asumir la primera fase de la obra, parada desde que las dos empresas vascas a las que había sido adjudicada, Galdiano y ZUT quebraran, dejando deuda a varias subcontratas. Y vete tú a reclamar al País Vasco...

(*) Artículo publicado en la edición impresa del diario El Progreso el domingo 16 de noviembre.

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