Los cromos y el póster

El fútbol es un trasunto de la vida, y la vida es muchas veces cruel.
photo_camera El fútbol es un trasunto de la vida, y la vida es muchas veces cruel.

TRES DÍAS antes de la final de Lisboa se reunían en un restaurante históricos jugadores del Madrid con varias Copas de Europa entre sus conchas de galápago. Por encima de todos emergía la figura de Paco Gento, la ‘ciclogénesis del Cantábrico’, con sus piernas arqueadas y un registro de seis orejonas imposible de igualar. La sobremesa transcurría entre los habituales pronósticos. Todos señalaban como claro favorito al Madrid. Gento sacó entonces de una bolsa unos cromos que un diario deportivo repartía en una de sus promociones y los dispuso en el mantel uno a uno, los del Real Madrid enfrente de los del Atlético.

«Si pones un cromo contra otro ganamos sin discusión. En ningún caso individualmente nos gana el Atlético. No cambiaríamos ningún cromo. Pero ahora quita los cromos y pon enfrente dos pósters. Ahí ya la cosa cambia».

Al partido le sobró un minuto y medio o un árbitro sin corazón para que las palabras de Gento fuesen proféticas, más aún si tenemos en cuenta que dos de los tres mejores cromos del Atleti, Diego Costa y Arda Turan, ni siquiera aparecían en la colección de la final de la Champions. En el caso del brasileiro se había especulado con las propiedades milagrosas de la crema de placenta de yegua que una curandera yugoslava ofrecía para recuperar su lesión muscular. Seis minutos duró el engaño. Por papanatas. Si hubiesen probado con los emplastes de O Bruxo jugaba seguro y marcaba, al igual que Gentile batió el record olímpico de longitud en los Juegos de México 68 un día después de sufrir un esguince de caballo gracias a las manos reparadoras de Torrado. Esas sí que obran milagros.

Los últimos minutos se me hicieron eternos. Si ya hace siete días les conté que contra el Barça hasta deseé la victoria del Atleti por un impulso caritativo, qué quieren que les diga de lo del sábado. Faltaban diez minutos y no aguanté más. Salí al jardín de la casa de mi cuñado en Mondariz, donde me había refugiado por si las cosas iban mal. El tiempo iba transcurriendo y nada alteraba la quietud del anochecer entre pinares. Miré entonces el reloj y me dije que ya tenía que haber acabado aunque hubiese prolongado cuatro minutos el árbitro ... y justo entonces se coló por el ventanuco que ventilaba la galería la voz de mi cuñado Ángel:

-Siempre igual, no puede ser, siempre igual.

No hizo falta preguntar qué había pasado. Era visto. Igualito que hace 40 años. La prórroga ya ni me alteró. Bueno, sí, las imágenes de Florentino (mira que no había gente para abrazarse en el palco que tuvo siempre que buscar al mismo, el tío del casibigote), las poses chulescas de Cristiano, Varane, el árbitro... Al menos podré alegrarme por Casillas, Ancelotti...y por Mourinho. Además, cuando llegásemos a Pontevedra sería de madrugada y ya se habrían acabado los petardos. Con dos días de reposo sin ver la tele ni ojear los periódicos podría sobrevivir a la marea que se me venía encima.

Es domingo por la mañana y me siento ante el ordenador para escribir estas líneas. Por primera vez me he levantado con dolor de cabeza sin haber tomado ni una copa ni haber trasnochado. Casi que voy a pasar de escribir de fútbol. Tiene razón mi chica. Es perjudicial para la salud. Me decido por la polinización de las monocotiledóneas. En ese momento conecto la radio. Juega el Pontevedra en Portugalete la primera eliminatoria por el ascenso. En la habitación de mi hijo Dani cuelga el póster de este año. Marca Fran Fandiño. 0-1, 1-1, 1-2. El árbitro prolonga cinco minutos. Hablemos de fútbol...

Prolongación infame

Si un árbitro es un juez, el que pitó la final de la Champions tiene un déficit de empatía con la justicia social. He visto solventar muchos partidos con los habituales tres minutos de prolongación que tenían los mismos motivos para ‘descontar’ que el sábado. Esos cinco minutos ‘extras’ fueron matadores para un equipo cogido ya con alfileres, lesionadas sus figuras, desfondado ante un rival que cubre su presupuesto con un solo jugador y que acariciaba poder saldar una deuda de 40 años. Afortunadamente nunca tendrá que decidir sobre el desahucio de una familia.

(Publicado en la edición impresa el 26 de mayo de 2014)

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