Lo que me susurró la hija de Chaplin

"Y al oírla me vinieron retazos de su padre. Me vinieron sus cortometrajes con el personaje Charlot, que está excluido de la sociedad falsa y fría, que se mueve a pesar de todas las normas, que vive sin cesar a pesar de las prohibiciones, que desarrolla, su gracia para vivir y reírse y encontrar amistades y amores"

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ESTÁBAMOS EN Cartagena de Indias, en un piso alto mirando al Caribe, en casa de una gran dama en decadencia. Y esperábamos a Jane Chaplin, que llevaba muchos años viviendo en Cartagena. Decían que estaba metida en una pasión oscura que la estaba destruyendo. Otros decían que estaba bien que viviera esa pasión, que llenaba su vida. Y al poco tiempo apareció. Tenía el pelo corto y modales silenciosos y pidió enseguida una copa de whisky. Parecía sencilla, sin aspavientos, como guardando túneles, con un toque de escepticismo, con el rostro huesudo. Y más que hablar parecía que susurraba. Tal vez salía de ella, como creen los hinduistas, una darshana, una influencia sin palabras procedente de su padre. En su mirar y en sus gestos latía la gracia amarga de su padre.

Y al oírla me vinieron muchos retazos de su padre. Me vinieron sus cortometrajes con el personaje Charlot, que está excluido de la sociedad falsa y fría, que se mueve a pesar de todas las normas, que vive sin cesar a pesar de las prohibiciones, que desarrolla su gracia para vivir y reírse y encontrar amistades y amores. Me acordé de sus vueltas por los suburbios, de su estar excluido de los grandes banquetes pero vivir de las ilusiones y los amaneceres, de la camaradería en los callejones o las sorpresas en los patios traseros.

Me vinieron escenas de La quimera del oro, donde un montón de seres desesperados y vacíos van detrás de un espejismo estropeando sus vidas y sus tiempos. De El chico donde Chaplin puso su infancia callejera con todas sus alegrías desesperadas y sus secretos entusiasmos, que habla del muchacho lleno de vida y abandonado y tirado, al que Charlot quiere dejar repetidas veces pero no es capaz de hacerlo. Porque el cine de Charlot siempre ha representado la pasión de vivir y su magia.

Me vinieron escenas de Luces de la ciudad, donde el vagabundo inventa mil formas de sostenerse y ayudar a la chica ciega de la que se ha enamorado, dos seres que están más allá de la retórica, que están en las puras raíces del vivir. Y el vagabundo eterno de Chaplin con su fracaso y su gracia al margen del capitalismo brutal representa la pasión de vivir ridícula y chocante y resistente y rebelde y elemental.


Me vinieron sus cortometrajes con el personaje Charlot, que está excluido de la sociedad falsa y fría, que se mueve a pesar de todas las normas, que vive sin cesar a pesar de las prohibiciones, que desarrolla, su gracia para vivir y reírse y encontrar amistades y amores


Me acordé de Tiempos modernos donde la mecanización de todo, mucho antes de la mecanización casi absoluta de los momentos presentes, casi amenazaba ya con cosificar a todas las personas y eliminar toda espontaneidad y toda vida y convertirnos a todos en engranajes, y me acordé de Charlot dando vueltas apabullado en mitad de los mecanismos y de las tuercas, pugnando por vivir a pesar de todo, por equivocarse, por ser diferente e imprevisible, por ser una persona. Porque siempre Chaplin ha representado la pasión de vivir y latir por encima de todo.

Me acordé de que incluso en Monsieur Verdoux, en que el asesino múltiple representa con sarcasmo la caricatura del capitalismo brutal, él dice en el juicio que no eran más que negocios, que otros han matado a muchas mas personas sin problemas con sus negocios, y que lo normal es ir cada uno a lo suyo y obtener beneficios a cualquier precio. Pero incluso ese hombre desolado y abandonado, que ha comprendido la ferocidad del capitalismo y ha decidido seguirlo a rajatabla, cuando encuentra a una muchacha vagabunda que siente profundamente la vida y que ama de verdad y que tiene la espontaneidad más intensa de la existencia, es incapaz de matarla y la protege, igual que es incapaz de matar a los gatos. Y esa muchacha de la calle representa la pasión y la pureza del vivir que él creía que ya no existían en el mundo brutal que lo ha desahuciado.

Me acordé de Candilejas, cuando el viejo cómico encuentra a la actriz joven y palpita de amor por ella y siente renacer la vida en él y al final se da cuenta de que tiene que dejarla con toda la melancolía del mundo, ha admirado la vida con toda su belleza y toda su furia y luego trágicamente a las puertas de la muerte y del tiempo tiene que retirarse. Todo en Chaplin es expresar la pasión y la gracia de la vida, en unos muchachos que tienen que esconderse en los callejones, en un viejo que queda alucinado con una muchacha joven, en un trabajador que ve como las máquinas lo automatizan todo y lo sustituyen todo por máquinas, en un empleado de banco que ve como a los treinta años de trabajo lo despiden sin decir adiós y comprende la ferocidad sin alma del mundo en que vivimos, en un muchacho al que han dejado tirado en un coche, en un vagabundo que se mueve con movimientos torpes y patéticos y que sin embargo se pone por encima de los estirados que lo desprecian.

Me acordé de El gran dictador y esa visión sarcástica de las dictaduras absurdas que nos impiden vivir, de las grandes palabras, de las patrias omnívoras que no dejan respirar, me acordé de ese discurso final del barbero judío al que confunden con Hitler y que dice "más que máquinas necesitamos humanidad, no somos máquinas ni ganado sino que somos personas", y habla a su novia maltratada en alguna parte, esa Paulette Godard tan graciosa y viva como él, de la esperanza y la libertad. Todo procedente de su infancia aplastada en los suburbios, de esa infancia en la que tuvo que vivir con pasión por encima de todo, de esa vitalidad loca que no puede eliminarse.

Me encantaba estar hablando con Jane Chaplin, en realidad solo mucho después fui consciente de que había estado con ella, mucho después le di significado a aquel atardecer. Decían que llevaba años escribiendo unas Memorias y que tardaba en publicarlas porque pondría a parir a todo el mundo y descubriría un montón de cosas calladas. Me contó, con una mezcla de despego y de devoción, que seguía muy próxima al cine, que una vez había estado con el director irlandés Jim Sheridan en La Habana y el irlandés bebía sin parar y le contaba montones de cosas y acabó desmayándose en un bar y lo llevaron a una sala en la parte trasera para que durmiera unas horas. Y a mí aquello me parecía como expresión de la vitalidad del cine, de todo lo que ocurre más allá de lo cotidiano en los lugares más impensables, de cómo el viejo Chaplin seguía mostrándome la fuerza de la vida a través de su hija.

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