Las sorpresas de rascar

Tan grave como algunos hechos, pongamos que las tarjetas de Caja Madrid, los cursos de formación o las ollas explosivas de Resistencia Galega, son las explicaciones o justificaciones de algunos sobre estos sucesos. Determinados valores que deberían ser firmes, universales e incuestionables en una sociedad democrática no son entendidos así en la práctica.

El que se lo lleva crudo y dice que se lo entregaba al sindicato o al partido ya se cree justificado, y los que tiraban de la tarjeta, que ni se justificaba ni se declaraba, responden como un ciego que presencia un crimen: no veían nada irregular. Alguno de estos ciegos hasta tuvo responsabilidades en Hacienda.De los que esperaban explicaciones técnicas sobre el atentado de Baralla para poder tomar decisión sobre la condena o no, solo cabe suponer que su escala de valores sobre la violencia presenta matices.

¿Hay violencias justificables en las democracias occidentales? Es camino para llevar al precipicio a una sociedad en libertad cuando se arguye con la existencia de violencia estructural -entendida esta como la mera discrepancia ideológica frente a quien ocupa el poder- ante la vía y los actos de la violencia física del fanatismo. Es una forma de legitimar. Como es una forma de legitimar sinvergüencería y corrupción la tibieza, el mirar para otro lado cuando no ciertas formas de exculpación de las cúpulas de partidos y sindicatos ante los escándalos reiterados.

Parece una evidencia que cuando se rasca algo, por poco que sea, surge en exceso la corrupción y la sinvergüencería. Y parece una evidencia que la radicalización y la demagogia se pueden instalar como reacción. El espectáculo para la condena del atentado de Baralla hay que entenderlo como algo más que una anécdota. E igualmente, mientras quienes deberían dar respuesta creíble a comportamientos intolerables se callen, el riesgo es que crezcan la intolerancia y la demagogia.

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