Las heridas del PSdeG no cicatrizan

La nueva crisis del socialismo gallego no ha alcanzado la virulencia de la de los 90, pero es potencialmente más explosiva si hay una guerra general en el PSOE.

De los tres partidos gallegos, el mejor estudiado es el PSdeG-PSOE, debido a que se ocupó de él un brillante profesor, Fernando Jiménez, antes de dejar la Facultad de Políticas de Santiago. Jiménez, uno de los principales especialistas en España sobre corrupción, señaló los males originales de la sucursal gallega del PSOE, emparedada entre el poder de Madrid y las alcaldías urbanas, y analizó las guerras caníbales de los años 90. Ahora empiezan a circular interpretaciones sobre qué dimensión tiene la presente crisis del socialismo galaico. El PP gallego ha confundido sus deseos con la realidad al afirmar en un comunicado que es la mayor "que se recuerda". Y en círculos próximos a Touriño comienza a prender la idea de que puede ser la peor de siempre, porque el actual secretario general, Pachi Vázquez, carece de un proyecto político definido y por el vacío que genera su apuesta por la tierra quemada, al querer sacar de la escena autonómica a dirigentes como Louro, Leiceaga o Barcón.

Sin embargo, esta crisis no ha alcanzado la virulencia de la de la legislatura de 1993 a 1997, que se prolongó hasta el congreso de Ourense de 1998. La batalla gallega formaba parte de la lucha entre renovadores y guerristas. En Ferrol hubo dos asambleas del PSOE el mismo día y a la misma hora, una convocada por Txiqui Benegas y otra por la ejecutiva local. En algunas agrupaciones, como la de Vigo, llegaron a las manos. En el Parlamento gallego hubo cuatro portavoces socialistas en una legislatura... Esta crisis puede ser más grave, si se cruza con una guerra en el socialismo en España, ya que en Galicia hay varios bandos organizados, listos para ir a las trincheras. Y es cierto que el ocaso del proyecto gallego, a partir de la fusión de las cajas, puede ser muy negativo. Pero de momento, el conflicto no es general. Se centra en el grupo parlamentario, la ejecutiva gallega y las relaciones de ésta con la dirección provincial de Pontevedra. Y hay, como es tradicional, una gran tensión en Ferrol, que se confirma como los Balcanes de Galicia.

Blanco y los alcaldes consiguieron una tregua municipal, que le permitió a Pachi comer el turrón. Sin embargo, las heridas están abiertas, como se comprobó en la reunión del grupo parlamentario para ratificar la destitución de Leiceaga. Sin contar su muy breve intervención, los otros disidentes, los más afectados por las incompatibilidades con las que Pachi trata de construir un grupo a su medida, no hablaron. Sólo lo hicieron algunos partidarios del actual líder, varios touriñistas y Tuco Cerviño, partidario de Leiceaga pero que va por libre. El silencio y las declaraciones más o menos crípticas de estos días de dirigentes críticos confirman que los cuchillos están afilados, a la espera de lo que suceda en las municipales.

Así, la situación interna del PSOE es, salvando las distancias entre las dos organizaciones, parecida a la del BNG. Por caminos diferentes, prescindieron de la autocrítica tras la decepción del bipartito y eligieron liderazgos provisionales. El año pasado afloraron de nuevo sus divisiones internas. El proceso de elaboración de las listas ha sido traumático. En el caso del Bloque se vio en las asambleas de elección de candidatos de antes del verano y en el PSOE, al aplicar las incompatibilidades. Y todo esto sucede mientras seguimos a la espera de que Feijóo forme un verdadero gobierno en la Xunta...

Las directrices del territorio, una radiografía del Parlamento
La Xunta actual, que ganó las elecciones con un discurso de regeneración democrática, elude en lo que puede el Parlamento y se limita a cumplir el mínimo imprescindible. Pero la oposición ni si quiera es capaz de montar un follón en condiciones. Es lo que sucedió con las directrices del territorio, cuya tramitación avalaron en Mesa PSOE y BNG que después se marcharon de la comisión para protestar contra ella.

La Xunta y el Gobierno subvencionan al Sá Carneiro
La decisión de la Xunta de conceder nuevas ayudas para las líneas de bajo coste a los tres aeropuertos gallegos ha generado una cascada de valoraciones localistas en las ciudades, a cinco meses de las elecciones. Mantiene en pie, con más o menos equidad, el reparto entre las dos urbes más pobladas del país y la capital, a fin de que sigan existiendo tres terminales pequeñas, para más gloria del que va camino de ser el gran aeropuerto de Galicia, por su tamaño y sus conexiones internacionales, el Sá Carneiro de Porto.

Lo mismo está haciendo el Ministerio de Fomento, con sus obras en los tres aeropuertos. Construye una nueva terminal en la Lavacolla, un gran aparcamiento y la ampliación de la pista en Alvedro y otro en Peinador, que tendrá también una nueva terminal.

La actual grave crisis económica brinda una oportunidad única para afrontar las reformas estructurales que precisa Galicia, entre las que destaca su organización territorial y dentro de ésta, la cuestión aeroportuaria. La mayoría de los políticos gallegos reconocen en privado el sinsentido de los tres aeropuertos, aunque lo nieguen en público, en una permanente puja localista en la que también interviene el BNG, por ejemplo a través del Concello de A Coruña.
En plena precampaña municipal parecería suicida que algún gobernante diese un paso al frente para afrontar el cierre de los aeropuertos de A Coruña y Vigo. Es natural. Lo que ya no lo es tanto es que dentro de esa carrera se estén dando pasos exactamente en la dirección contraria.

Fue sorprendente observar que en uno de los episodios más curiosos de los últimos meses, el pulso de Ryanair con la Xunta para que subvencionara sus líneas, no se plantease la cuestión de que la posición del Gobierno gallego ante esta empresa, u otras similares, sería mucho más fuerte si no tuviera tres aeropuertos liliputienses.

En el entorno de Feijóo aseguran tener plena confianza en el futuro, en el cambio que para el transporte en Galicia supondrá la llegada del AVE, que debe poner a una mayoría de ciudades gallegas a tres horas de Madrid, lo que reducirá la capacidad competitiva del avión y, según esta visión, obligará a racionalizar el sistema aeroportuario. Sin embargo, este planteamiento contrasta con la política, de la Xunta y de Fomento, de engordar a las actuales terminales. Además, se trata de una previsión a un plazo demasiado largo, 2015 en teoría y en la práctica, seguramente bastante más tarde.

Y sucede que precisamente el gran cambio pudo haber llegado a través del nuevo tendido ferroviario, el que ya existe parcialmente en el Eje Atlántico, que debía haber incluido una parada en Lavacolla. No se hizo, quizá porque hubiera modificado el actual modelo minifundista. Porque si, por ejemplo, desde el centro de A Coruña se pudiera tomar un tren para llegar a la terminal compostelana en menos de media hora, qué sentido tendría Alvedro...

Y mientras tanto el Ayuntamiento de Santiago, con su batalla localista en defensa del despilfarro de la Cidade de la Cultura, ha perdido legitimidad para mantener un discurso gallego en la cuestión de los aeropuertos.

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