Corría el siglo IX cuando las invasiones vikingas en el Reino de Galicia eran cada vez más frecuentes. A oídos del obispo Gonzalo llegó el aviso de que se aproximaba a la costa de Foz una gran tropa normanda. San Gonzalo, junto con los vecinos, se cobijó en el Alto da Grela y empezó a rezar por las almas de los suyos.
Como respuesta a sus peticiones el cielo empezó a nublarse, soplando el viento y levantándose una tempestad en el mar. Él se mantenía rezando mientras los asombrados feligreses veían como el temporal aumentaba de tal modo que la flota vikinga empezaba a mostrar dificultades para entrar en la ría.