Las del 23-F

HACE 33 años, cuando se produjo el intento de golpe de Estado había en el Congreso 392 diputados. Veintitrés eran mujeres. Un escaso 5,9 por ciento.

Muchas cosas han cambiado en estos años de democracia. Los avances en cuanto a la presencia femenina en la vida política del país han sido notorios. No solo en términos formales (hoy en el Congreso se sientan 139 diputadas de un total de 350; es decir, hemos pasado de ese pequeño casi seis por ciento a prácticamente un 40), sino también en la calidad de esa participación.

Estamos ya acostumbrados a ver que los debates de la primeras figuras de los grupos parlamentarios son protagonizados por mujeres y que en toda la actividad parlamentaria las diputadas de todos los grupos tienen una representación activa y muchas veces destacada. En el Congreso la mujer no es parte del atrezzo, no es decorado democrático para aparentar paridad, sino que su presencia es el fiel reflejo de una evolución social que reconoce de manera natural el valor de la presencia femenina.

¿Podemos cantar victoria?

Por supuesto que no. Queda aún mucho recorrido. Y muchas ausencias por compensar. Solo por citar algunas: de los 145 presidentes del Congreso que ha habido en la historia de España, solo ha habido una presidenta, en la VII legislatura (2000-2004), la popular Luisa Fernanda Rudi. En el propio período democrático, en esa legislatura constituyente responsable de la elaboración del marco constitucional que actualmente nos rige, la mujer tuvo un papel importante, 27 parlamentarias vivieron ese momento histórico desde los escaños de las Cortes, pero solo una formó parte de la Comisión Constituyente. De hecho, el apelativo padres de la Constitución es tan exacto como que no participó ninguna madre en ese parto.

Podemos poner el acento en los avances o quedarnos en el reproche constante de las ausencias. Creo preferible mirar hacia atrás constatando lo mucho que hemos recorrido, precisamente porque aún queda tanto por hacer.

La batalla por la igualdad de género es de largo aliento porque supone el cambio profundo de mentalidades, de usos y costumbres, de estereotipos profundamente anclados en nuestro pensamiento colectivo.

Esta batalla se gana con todas las armas, pero las más eficaces son las que consiguen que las mujeres sean percibidas de manera natural en todos los aspectos de la vida. Y eso en el Congreso y la actividad política ya se ha conseguido. Ha sido posible gracias a muchas dirigentes que se atrevieron a dar el salto a la primera línea cuando las cosas nos les eran tan favorables.

A esas 23 mujeres que estaban presentes el 23-F o a esas 27 que participaron de la primera Constitución democrática les debemos mucho. Es ahora nuestra responsabilidad que ese ejemplo se extienda al resto de los ámbitos de la vida cotidiana.

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