Las altas cotas de la miseria

Cuerpos. Al fondo, los de verdad.
photo_camera Cuerpos. Al fondo, los de verdad.

BUENO, PARECE que ya está aquí el verano a ratitos que nos ha tocado este año. Lo sé porque hoy me puse por primera vez los vaqueros cortos, que es para mí el momento inaugural de la temporada. Luego ya, como cada año, me miré al espejo y me los quité, antes de que me viera nadie, y volví del paseo por el Club Fluvial con el escroto sofocado pero con mi dignidad íntegra.

Sé que al final acabaré por ceder, porque el calor es más perseverante que mi fuerza de voluntad, pero siempre necesito unos días y unos vistazos al espejo con cierta indulgencia para acostumbrarme a mí mismo. No deja de sorprenderme como, partiendo de la nada, mi cuerpo ha alcanzado las más altas cotas de la miseria. Y sin esfuerzo alguno, además; o quizás precisamente por eso. El caso es que a veces pienso que salté de la adolescencia a la decadencia sin pasar por la juventud ni la madurez. Quién sabe, a lo mejor eso que me ahorré.

Porque hay que reconocer que si algunos pecamos por defecto, otros llevan la pena por exceso, y el verano es precisamente la época en la que todo esto se pone en evidencia con mayor virulencia. Ahora que el ministro Gallardón está planeando el enésimo revolcón del Código Penal, sería el momento adecuado para introducir como tipos delictivos algunos usos y costumbres que no por haberse normalizado dejan de ser perniciosos: el uso de pantalones piratas y camisetas sin mangas en determinados pesos y edades, la desregulación de tallas en bañadores pito-lobo, las garras en chanclas, las riñoneras acartuchadas, los ombligos XXXL al aire, los colores ácidos sobre pieles con una palidez de décadas, las gafas de espejo combinadas con viseras de Fertilizantes Fertiberia... Cosas a las que no les damos importancia, pero que marcan de manera indeleble el concepto que interiorizamos y ofrecemos de nosotros mismos como especie ibérica con aspiración de permanencia.

Por detallitos como estos estamos, en parte, donde estamos. Porque es verdad que la crisis que nos amarga es política y económica, pero no es menos cierto que tiene un profundo componente social. De valores, que dicen los que ahora se llaman liberales. Y es que si ni siquiera somos capaces de ofrecer una imagen mínimamente seria como país, difícilmente nos podrán tomar en serio quienes deben ayudarnos a salir de esta.

Parece que ahora nadie quiere acordarse, pero nuestro declive comenzó a cimentarse en el mismo momento en que celebramos la aprobación de la ley de liberalización del suelo y de que asumimos como aceptable el uso generalizado del chándal y del vaso de tubo, dos de los productos que más daño han causado a este país desde la aparición de Hombres G. Grupo, por cierto, que ahora está de regreso, lo que dice todo sobre el periodo que atravesamos.

Una sociedad que no se alarma ante la conquista por parte del chándal de los espacios públicos no deportivos, no es una sociedad sana. De aquellos polvos vienen los actuales lodos, las mallas y los culotes ajustados que estrangulan los cuerpos quiero y no puedo que trotan al borde del infarto por nuestros adarves y sendas. Para qué, me pregunto, tanta ansiedad por la salud cuando se tiene tan poco respeto por uno mismo y por los demás.

Tres cuartos de lo mismo sucedió con el vaso de tubo, bueno para nada. Ni se aguanta de pie, ni es cómodo para beber, ni realza el sabor, ni admite hielos suficientes, ni siquiera le alcanza la capacidad para todo el refresco del combinado. Su generalización, como la venta de las preferentes, fue un fraude que benefició a una sola parte: los hosteleros, que vieron en ellos un producto barato y fácil de almacenar en sus estanterías, que ocupa poco espacio en los lavavajillas y tan vasto como para poder ser manejado sin excesivos miramientos.

Aún estamos a tiempo de salir del pozo con cierta autoestima. Podemos empezar este mismo verano. Seguro que entre la tiranía del cuerpo perfecto y la orgía de la decrepitud habrá algún punto intermedio en el que encontrarnos. Disfruten del verano, y úsenlo con dignidad.

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