La ría se queda sin emblema


SÁBADO
Incluso en un mismo partido, hay distintas maneras de hacer política. El Concello de Mondoñedo acaba de rescatar de un vertedero de O Valadouro la placa que los gallegos de Buenos Aires habían dedicado a Pascual Veiga. Pero hay otros ayuntamientos de A Mariña de similar composición y orientación en los cuales, cuando se trata de placas, monumentos y lápidas, la política que priva es la de la coz.

DOMINGO
No salgo de A Mariña. Ahora pienso en la Torre de los Moreno, el emblema de Ribadeo, y me atrevo a decir que de todos los pueblos de la ría. Hay temores justificados acerca de su irrefrenable desplome. Su decadencia no es consecuencia de los años, pues su edad escasamente alcanza el siglo, sino de la incuria con la que fue castigada por inquilinos, propietarios y Administración. Hace unos años, el alcalde Rodríguez Andina había conseguido algún dinero de la Xunta para acometer reparaciones de urgencia, que creo recordar afectaron a la hermosa cúpula, recubierta de cerámica vidriada, y a las cariátides que la sostienen. Pero la fatigada estructura del edificio, de hormigón y hierro fundamentalmente, que es donde está el meollo del problema, continuó deteriorándose a ojos vista.

La propiedad de la Torre me parece que es asunto tan laberíntico como su distribución interior. De ahí que sea difícil llegar a acuerdos que permitan acometer obras de rehabilitación. Cualquier día se vendrá abajo y entonces empezarán las lamentaciones y jeremiadas.

La pasada semana se desprendió parte de una cornisa. En previsión de que esos desplomes parciales pasen a mayores, el actual alcalde ribadense, Fernando Suárez, se ha decidido a precintar los dos pisos más elevados del edificio. Están, como todos los demás, deshabitados y en fase de evidente degradación. El decreto de la Alcaldía tal vez sirva para evitar que algún cascote le abra la cabeza a un cristiano, pero no impediará el progresivo desmoronamiento de la Torre. Yo sólo veo un modo de salvar el edificio: ir a su expropiación forzosa, mediante una declaración de utilidad pública. Y una vez expropiado, acometer en serio su rehabilitación. Pero esa fórmula es laboriosa y cara.       

JUEVES
Con el título Xornalistas de opinión, el Consello da Cultura Galega acaba de publicar un trabajo dedicado a glosar la figura de algunos de los más representativos periodistas gallegos de todos los tiempos. En un volumen se recogen las semblanzas biográficas de los seleccionados, y en otro se ofrece una significativa muestra de su labor periodística. Cronológicamente, la recopilación abarca desde Pardo de Andrade, prototipo de periodista de la Ilustración, director del Diario de La Coruña, hasta Cunqueiro.

No para enmendar la plana a nadie sino para añadir alguna curiosidad a lo ya sabido, quisiera aportar un dato, quizá no muy conocido, a la biografía de Julio Camba, una de las incluidas en esta interesante publicación del Consello.

Los hermanos Camba, Julio y Francisco, eran de ascendencia luguesa, concretamente de Portomarín. Y en Lugo se rastrean sus primeras colaboraciones periodísticas, concretamente en La Idea Moderna, cuyo director, don Romualdo Acevedo Rivero, los tenía en gran consideración. Alternaban ambos la prosa y el verso y el gallego con el castellano. Francisco publicó como folletón en La Idea su primera novela, O terruño, que salió luego con el sello de la imprenta Menéndez. En cuanto a Julio, escribió en gallego, además de prosa y verso, una pieza dramática, nunca estrenada que yo sepa, dedicada ‘a meu irmán Farruco’. Cuando despuntaba el siglo XX, el futuro autor de La rana viajera militaba en las filas del galleguismo más radical. Las páginas de La Idea Moderna recogen una de sus poesías más reivindicativas, Ergámonos, escrita con tinta anticaciquil:

Cando a pátrea non é tal
porque nela soilo engordan
media ducia de larpáns…

El Julio Camba que quedó es otro bien distinto. Vivió sus últimos años en el Palace, en una habitación que le pagaba no me acuerdo quien. Desde allí iba caminando todos los mediodías hasta la tertulia del Lhardy. Por las noches solía cenar en Casa Ciriaco. Allí se siguen reuniendo sus amigos; mejor dicho, los hijos de sus amigos. Quienes le trataron coinciden en asegurar que Camba era de un egoísmo feroz. Y un impertinente. Las pasadas navidades, Javier Rosón me regaló una edición preciosa de La cocina de Lúculo. Como escritor gastronómico, me quedo con Cunqueiro.

VIERNES
Una noticia muy propia del ya inmediato Martes de Carnaval. O de Las galas del difunto. Se vende el modestísimo legado de Alejandro Sawa, el Max Estrella de Luces de bohemia. Dos carpetas con escasa munición documental: un poema de puño y letra de Rubén Darío, dos cartas de Valle, un autógrafo de Galdós, unos cuantos recortes de periódico… Una nieta política de Sawa, su única heredera, necesita algo de dinero para mejor llevar su ancianidad. El final (esperemos que no definitivo) de la historia es un poco triste: los papeles de Sawa no interesan a nadie.

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