La mirada oblicua

SE QUEJABA un conocido estos días de la dolorosa que le había caído por superar la velocidad permitida en una zona limitada a setenta kilómetros por hora. Lo pilló un radar fijo. Uno de esos que está convenientemente señalizado y que todo el mundo sabe donde se encuentra, especialmente los conductores que, como en su caso, pasan de forma asidua por esa carretera. Fue un despiste. El hombre iba entretenido, pensando en sus cosas. A veces llevamos las manos en el volante, pero nuestra cabeza tiene puesto el piloto automático. No se acordó del paparazzi que lo esperaba en el margen derecho de la calzada. Sin pedirle permiso, hizo un retrato perfecto de la matrícula y de la parte trasera de su vehículo. La fotografía que le llegó a casa estaba para enmarcar. Y le salió cara. En el mismo sobre iba la factura.

Superó por poco el límite establecido, pero le calzaron cien eurazos por el descuido. Al final, el correctivo se quedó en la mitad por abonar la sanción antes de se cumpliesen los quince días de rigor. La rebaja no le sirvió de consuelo. Bien pensado, podría decirse que tan leve castigo fue un toque de atención para que no se olvide nunca más de que en esa zona hay que levantar el pie del acelerador. También para que recuerde donde está apostado el fotógrafo Dirección General de Tráfico. De momento, él no lo ve así. Opina que el dinero gastado en pagar multas es capital perdido. Lo resume de una forma bastante gráfica. «Es como coger un fajo de billetes y plantarle fuego».

Algo parecido sucede con los actos vandálicos. El personal que se dedica a destrozar el mobiliario de la ciudad calcina el dinero de todos. Así, por las buenas. Sin contraprestación alguna por su estulticia. Seguramente sin remordimientos ni cargo de conciencia. Es probable que el atajo de tarugos y cenutrios que encuentra un pasatiempo en romper los elementos de un parque infantil ni siquiera sea consciente de las consecuencias de sus actos. A fin de cuentas, para hacer algo así hay que ser corto de entendederas o sufrir algún tipo de enajenación, temporal o transitoria, intrínseca o inducida.

Ellos estropean y entre todos pagamos sus burradas. En un momento en el que no sobra de nada, hay que detraer dinero de otras posibles inversiones, seguramente necesarias, para reponer lo que unos cuantos asnos se empeñan en destruir. El portavoz del gobierno local informaba hace unos días de que una «horda compuesta por un número indeterminado de individuos» encontró divertido cargarse todos los árboles que se encontró a su paso en la Rúa Cervantes. Luis Álvarez tiró de sarcasmo para buscar explicación a un comportamiento tan desviado y absurdo. «Su verticalidad debía encontrar cierta falta de paralelismo con la, seguramente, posición oblicua en la que transitaban». Se nota su pasado docente.

De una manera bastante fina, el edil socialista vino a decir que, muy posiblemente, los responsables de esa salvajada iban afectados por los efectos de una soberana cogorza. O algo peor. Quién sabe. En cualquier caso, el estado de embriaguez de los individuos no es ningún caso una atenuante a la hora de juzgar su forma de comportarse. Alguien me dijo alguna vez que si uno sabe beber, también tiene que aprender a mear lo que se ha tomado. El propio gobierno local reconoce que la mayoría de los actos vandálicos se produce el fin de semana. Muchas veces de madrugada, cuando la impunidad está casi asegurada. Sea o no por causa del alcohol, el Ayuntamiento de Lugo tuvo que gastarse en lo que llevamos de año 3.500 euros para sustituir las papeleras y contenedores que fueron destrozados en la ciudad. Los daños en el mobiliario urbano también ascendieron el pasado año a varias decenas de miles de euros. No es precisamente calderilla.

La mirada oblicua de unos pocos nos cuesta a todos mucha pasta cada año. Su comportamiento irracional es, efectivamente, como coger un fajo de billetes y plantarle fuego. Lástima que en este caso el que arda no sea dinero de su bolsillo.

Una reclamación sin siglas

No hizo mal la plataforma que defiende la implantación de los servicios pendientes en el Hula en aplazar las protestas hasta después de las europeas. Aunque todo es política, existe una tendencia por parte de los partidos, casi siempre cuando están en la oposición, a parasitar los movimientos sociales que discuten las decisiones de los respectivos gobiernos. En este caso, que el Hula tenga Hemodinámica 24 horas, Medicina Nuclear y Radioterapia es una reclamación de la ciudadanía, de los pacientes y de los que podemos serlo.

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