La fábrica de sueños

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EL CINE es una fábrica de sueños. Pero de verdad. Hasta donde yo sé la definición se la puso Ilya Ehrenburg en un libro tan infumable como una película de Fernando Esteso. Yo adoro el cine. Me gustó de forma normal hasta que resultó que dos de mis amigos de la facultad eran cinéfilos de esos que salen a veces por la tele y se saben todas las películas de un actor que tú ni siquiera oíste nombrar. Ellos me empujaron a los cines en versión original subtitulada y a ver películas a las que de otro modo ni me acercaría.

Con todo lo que se adelanta, en el cine se involucionó de forma alarmante. Y a todos los niveles. La películas de las ‘majors’ son mucho peores ahora que en los 50 y el cine independiente es muy complicado de localizar. Heredé una colección de entradas y carteles de películas de los 40, 50 y 60 y siento auténtica envidia de lo que la gente de aquella época podía ver a cien metros de su casa.

Había cines en Ribadeo, Barreiros, Foz, Burela y Viveiro. Siendo muy pequeño, recuerdo ir con mi padre al teleclub de Sante los sábados por la noche donde un señor pasaba pelis de vaqueros que se cortaban de repente y ya no seguían. Todos nos íbamos a casa resignados y preguntándonos cómo saldrían de aquel embrollo, pero nunca vi a nadie reclamar el dinero de la entrada. Fue solo una temporada, pero ilustra el alcance de esa industria no hace tanto tiempo.

Ahora la cosa está muy malita. El goteo de cierres dejó solo dos salas en Ribadeo y otras dos en Viveiro. Esta semana cerraron las de Viveiro, de modo que Ribadeo es la única isla para quien quiera ir al cine en el arco que va desde Avilés por el este a Ferrol por el oeste y Lugo por el sur. Es decir, una auténtica vergüenza. Parece ser que en el caso de Viveiro el cierre está condicionado a la compra de un proyector digital. Me extraña hasta que continuaran proyectando con las viejas cintas.

Al cine me gusta ir los lunes, porque hay muy poca gente. Con el paso del tiempo mis costumbres en el cine fueron mutando. De chavales era una ceremonia comunitaria que transformaba Poltergeist en una comedia. Con los años me fui haciendo más asocial y ahora procuro ir solo. Me enerva la gente que hace ruido con los envoltorios de lo que sea y cuando salgo tardo un rato en procesar lo que vi, así que no me gusta hablar inmediatamente de la película.

Pero todo eso no significa nada. Cada cual puede hacerlo como le parezca. Lo que no consigo comprender es la desertización de las salas. Cómo es posible el goteo continuo de cierres hasta el punto de que los cines ya no pueden estar más al borde de la desaparición.

Como me niego a creer que la gente dejase de ir al cine porque no le gustan las películas (no conozco a nadie a quien no le guste alguna película), no me explico este fenómeno.

Para empezar, por los adolescentes. Lo de llevar a la chavala al cine es algo que tenía entendido que había acabado por integrarse en algún lugar de las hélices de nuestro ADN. Pero se ve que no.

Luego hay cosas que me resultan inconcebibles, como que alguien prefiera ver películas en un ordenador a verlas en una pantalla bien grande, como los bafles atronándote los oídos con las explosiones y los disparos de los droides en una galaxia muy muy lejana.

Pero así estamos, hasta el punto de que creo que esto de que nos cierren los cines es como perder un servicio más. En el hospital te curan el cuerpo, en las salas de cine puedes curarte el alma durante algo más de hora y media. Luego, ya se verá.

En el caso del cine de Ribadeo, el que tengo controlado, me resulta extraño que la gente no acuda a ver algunas películas, pero también es obvio que hay auténticas avalanchas para otras, especialmente las infantiles en algunas épocas del año.

Hace poco, no fuimos ajenos al fenómeno de ‘Ocho apellidos vascos’, una cinta que, que yo sepa, batió el récord de semanas en cartelera con buenas colas para ver las aventuras de Dani Rovira, tan suelto ahí como en El Club de la Comedia.

Estrenaron a nivel estatal ‘El Niño’ y tardaron solo una semana con esa inmensa promesa que es ‘La isla mínima’. Hace treinta años, menos de seis meses de espera por una película no te los quitaba nadie, y si llegaba podías darte con un canto en los dientes.

Está claro que el precio de las entradas no ayuda a solucionar todo esto. La gente se baja lo que quiere de internet en menos de veinte minutos. Pero pese a todo, da un poco de pena pensar que arruinamos la única fábrica de sueños que nos queda.

El gusto | Una salida airosa a una política de lo más atípica
A Mariña Gueimunde la subimos desde la sección de abajo a esta por una reacción realmente asombrosa que tuvo esta semana con el tema del Vilar Ponte. Una reacción tan curiosa que ya prácticamente no se ve, yo al menos no la recuerdo. Dijo que se había equivocado y que trabajaría para hacer mejor las cosas. En mi modesto entender, esto no supone que la jefa territorial de Educación tenga que irse a su casa, sino que bien al contrario, implica un grado de humildad y sentido común que es muy complicado encontrar. Nos iría mejor si estas reacciones las encontrásemos más a menudo.

El disgusto | El deterioro de una tumba recién descubierta
Una tumba medieval en la playa de Coto fue catalogada hace solo unos meses por Patrimonio. El parlamentario del PP Vidal Martínez-Sierra alertó el sábado de que el oleaje la está deteriorando. La tumba había permanecido oculta y guardada por la arena, que le hacía de protección. Se ve que la necesitaba. Martínez-Sierra denunció la situación, aunque tampoco estaría de más que lo hiciese ante la propia Dirección Xeral de Patrimonio, donde se da por descontado que algún caso le harán. No solo por ser del mismo palo, sino porque se les estropea algo que acaban de proteger.

Artículo publicado en la edición impresa de El Progreso el lunes 27 de octubre de 2014. Se mantiene el idioma original en ambas versiones.

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