La evolución rural

antonio lópez
photo_camera antonio lópez

EN MI TIERNA infancia, una de las aficiones más socorridas en las tardes tórridas de verano era correr a puntillazos a los gatos. Yo jugaba con desventaja. Como mi padre era carpintero me hacía unos tirachinas de madera, pero con una cincha de cuero que impedía disparar puntillas. Solo admitía piedras, garbanzos, canicas, cosas así. Eso sí, eran muy efectivos y yo me sentía un paso más entre el hombre de las cavernas y Tom Sawyer. De vez en cuando la cosa se ponía seria y aparecía alguien con una escopeta de balines, de esas de aire comprimido pero mucho más rudimentaria que las que hay ahora, que parecen sacadas de un almacén de prototipos del Pentágono. Entonces afinábamos la puntería para cargarnos manzanas o albaricoques, y siempre había alguien dispuesto a dispararle a un burro, hasta que algún otro le mandaba parar apiadándose del animal, que rebuznaba sin entender nada acordándose de toda nuestra familia.

Alguno como aquellos que disparaban a los burros con balines son seguramente los que esta semana se cargaron a tres caballos en Lourenzá, pero ya con un rifle reglamentario y balas como de las de El Lute: «¿Ves eso?» Le decía un guardia civil al Lute enseñándole un cartucho. «No son melocotones, son balas, y muy poco hombre me pareces a mí para que le vayas a quitar el pan a mis hijos». Pues de esas.

Será porque me llevo bien con los caballos, pero me pareció una salvajada cargarse unos animales tan bonitos como esos. Sí, ya sé que hay no sé cuántos asesinatos al mes en toda España y muchos más en África, y en Ciudad Juárez ni te cuento, pero cada uno habla de lo que tiene cerca.

Dicho esto, también hay que tener en cuenta el punto de vista de los dueños de las fincas que pisotean los caballos. Uno de ellos se quejaba del potro que sigue vivo aleteando por allí y que les está echando la hierba a perder.

Cada cual mira para lo suyo.

El mundo que no es urbano se rige por unas normas mucho más lógicas que las que se imponen en nuestros pueblos grandes y ciudades, que son bastante estúpidas en muchas ocasiones. Me hace mucha gracia, por ejemplo, cuando se pide a algunas tribus africanas que no cacen elefantes, ni gacelas Thompson, ni rinocerontes, pero no se les da un duro para que se busquen la vida. Lo mismo pasa a veces en el Amazonas. Yo me pregunto siempre si tanto cuesta dejar a esa gente en paz, que vivan tranquilos en la selva en taparrabos y se alimenten de lo que cacen, ahora que conseguimos que no quede ni media docena de ellos. Pues no. Hay que construirles una autopista a cien metros del poblado. Acabarán como los indios de América del Norte: encerrados en reservas llenas de casinos y todo el día borrachos.

Extraído eso a nuestro entorno, lo que significa es que ponemos tantas trabas a vivir en zonas rurales que al final nadie quiere utilizarlas y acabaron por estar como estar: abandonadas. José Ramón Gómez Besteiro me contó un día su particular visión de una parte del problema focalizada en una costumbre de su abuelo, que como los abuelos de tantos otros, solía pasearse acompañado de una hoz con la que segaba de forma impenitente todo hierbajo que sobresalía de su hábitat natural. El hombre me decía algo melancólico que ya nadie hace esa labor. No ya solo a esa escala detallista, sino en una dimensión superior. Es decir, nadie cuida el monte para evitar que, por ejemplo, pueda ser pasto fácil de los incendios forestales.

Volviendo a la época del abuelo de Gómez Besteiro, son habituales los testimonios de gente de esa época que cuentan lo complicado que era encontrar ‘molido’ en el monte, porque estaba tan escogido que era casi imposible encontrar nada de eso que hoy llamamos biomasa y que no viene a ser otra cosa que ramas secas y los ‘toxos’ de toda la vida.

Esto me hace pensar qué habrá sido de aquel hombre que afirmó haber destilado un combustible derivado del ‘toxo’ que funcionaba como la gasolina de 98.

Sinceramente, espero que todo hubiese sido un bulo y su invento no funcionase. Porque de lo contrario, podía suceder que algún ejecutivo de Repsol, Exxon o Texaco, o tal vez todos juntos, hubiesen ido a hacerle una visita. Al final, en lugar de haber descubierto el equivalente a un pozo petrolífero en nuestros montes sin esfuerzo alguno, lo único que nos quedó para el bolsillo es nada y, para la memoria colectiva, una historia que creemos disparatada, pero que pudo haber cambiado el mundo.

Así que sin caballos, sin ‘toxos’ y sin biomasa, se nos presenta un futuro incierto que nos empeñamos en matar a tiros.

EL GUSTO ♦ Los historiadores pueden pasarse por Ribadeo

UN BUEN montón de libros que arrancan en el siglo XVI y llegan hasta el XIX pueden consultarse en Ribadeo después de muchísimos años de estancia en el Arquivo Histórico de Galicia, donde fueron convenientemente no solo custodiados, sino recuperados. El alcalde, Fernando Suárez, los trajo el jueves.Se trata de ejemplares de un valor único y todos aquellos aficionados a la historia que además dispongan de suficiente tiempo libre pueden ya ir a consultarlos. Es interesante porque seguro que descubrirán aspectos ocultos de la historia ribadense que luego nosotros les explicaremos en nuestras páginas.

EL DISGUSTO ♦ Un inoportuno regalo de reyes para los vivarienses

LA NUEVA alcaldesa de Viveiro, María Loureiro, se llevó la primera sorpresa negativa de su mandato. Aunque relativa, porque la esperaba en parte: una sentencia que obliga al Concello a pagar 92.000 euros al vecino denunciante de los edificios de Lodeiro. Es curioso cómo se van heredando los problemas. Esto que arrancó en tiempos del Partido Popular resultó que a quien le ocasionó mayores dolores de cabeza fue al predecesor de Loureiro, Melchor Roel, y resulta que es a la joven alcaldesa a la que le va a tocar hacer frente a la indemnización. Y no se trata de pecata minuta, precisamente.

Comentarios