La esencia de un pueblo

Estamos de celebración en torno a nuestra esencia: la palabra. Dice Juan José Millás que estamos hechos, sobre todo, de palabras. Y así es. Sin ellas la vida no tendría color ni sería bella o trágica. No tendríamos, simplemente, instrumentos de definición y, por tanto, no sabríamos reconocernos. Son las palabras las que nos moldean y nos desnudan ante los demás desde el mismo instante en que nacemos. Nos explicamos, crecemos, reímos, lloramos y sentimos a través de ellas. Y cuando morimos son realmente las que nos dan consuelo. Estamos, sin duda, en permanente deuda con ellas y debemos respetarlas y hacer que se respeten.

Hay palabras que incluso exceden de su simple significado y otras que evocan valores y sentimientos difíciles de expresar de otra manera: diálogo, pasión, amor, amistad… son buenos ejemplos de ello. Las hay también menos amables, que evidencian lo peor de nosotros: violencia, engaño intimidación, machismo, guerra… Todos, de un modo u otro, tenemos nuestras palabras preferidas, que nos ayudan a identificarnos con lo que deseamos y anhelamos. A mí, particularmente, me gustan aquellas que por el mero hecho de pronunciarlas pareciera que son ellas las que me dijeran lo que tengo que hacer, qué reflexión pensar o qué sentido dar a un momento concreto.

Lo confienso, soy adicto a ese tipo de vocablos que nos permiten descubrirnos y razonar. Cada uno, seguro, tenemos los nuestros, como creo que son los que, a la postre, nos definen y nos configuran una personalidad determinada. La mayoría de las personas desvela sin problema cuál es su número preferido, su color o su ciudad… pero nadie o muy pocos dicen cuáles son sus palabras preferidas. El Instituto Cervantes acaba de hacer una encuesta al respecto, y la palabra más preferida de los españoles es 'arrebañar', ¡toma, tú!

Hay palabras que, en cuanto las escuchas, las asocias a una imagen, a un colectivo o a un rostro concreto. Si, por ejemplo, escribo la palabra 'corrupción' , imagino en qué o en quiénes están pensando; si pongo la palabra 'juez', también creo vislumbrar su pensamiento. Las palabras, por sí mismas, nos aportan conocimiento y nos transportan en el tiempo. Por todo ello, debemos mimar nuestra esencia, anteponer su valor por encima de intereses y atropellos lingüísticos y defender con determinación su correcto uso. Qué sería de un pueblo sin su cultura elemental, sin sus palabras, que son las que nos unen, aunque acudamos a ellas para expresar también lo que nos separa.

Las letras forman palabras y la combinación de éstas, ideas e historias. Son, en definitiva, las que reflejan la capacidad y la sabiduría. Efectivamente, estamos hechos de palabras y nos reconocemos en el lenguaje. Incluso los sueños están cosidos de palabras. Son las que nos enseñan a amar, a sentir, a vivir e incluso a morir. Sin ellas estamos condenados irremediablemente al vacío y a la soledad. Por eso, un pueblo es lo que dictan sus palabras, no al revés, como algunos pretenden al amparo de supuestos derechos históricos. Tratar de arrinconar una lengua y convertirla en motivo de disputa permanente es rehusar de la propia esencia. Seamos, pues, un pueblo con palabra, no un pueblo vacío y sin esencia.

Comentarios