La escena del confesionario

Complicidad (Foto: JAVIER LIZÓN / EFE)
photo_camera Complicidad (Foto: JAVIER LIZÓN / EFE)

MI PROBLEMA es que para mí María Dolores de Cospedal pierde mucha credibilidad sin mantilla. Sin el encaje negro que le cubre la cabeza en procesiones y audiencias papales, la veo como fuera de lugar, un poco desubicada, y no me cuela nada de lo que dice. Al final va a resultar que no se puede estar a la vez en misa en La Mancha y repicando en Génova, porque se acaba colando en la sacristía cualquier infiel y terminas en un juzgado protagonizando una escena de confesionario de Gran Hermano XXVI.

Es, ya ven, lo contrario que me sucede con Luis Bárcenas, que queda bien en cualquier sitio y situación, lo mismo esquiando en Suiza que haciendo trabajos sociales en prisión. Con ese pelazo, esos trajes, ese empaque en el hablar y en el estar, pega con todo, y en especial con la decoración general del país. Comparas su solvencia en la intervención vía pantalla en el juicio de los sobres con las de Rajoy en el plasma de la sede del PP, y no hay color. Y eso que Bárcenas respondía preguntas de las difíciles, y no como el otro, que se confunde leyendo sus propias notas.

«Es mi mano la que entrega los sobres a la señora Cospedal», dice, seguro de sí mismo, contundente, sin atisbo de duda en su voz. «Son afirmaciones radicalmente falsas y, además, no demostrables», responde María Dolores, sin mantilla, toda tensión e ira contenida. Y remata: «No sé si otros han cobrado sobresueldos». Se cierra la sesión y Bárcenas se funde en negro mientras que Cospedal se tropieza contra un árbol a la salida cuando trata de forzar la sonrisa ante las cámaras. Lo dicho, no hay color.

Luego el juez dirá lo que tenga que decir, pero cada uno puede sacar su propia conclusión. Porque aquí somos muy de confundir la verdad judicial, para la que son necesarias pruebas más allá de toda duda, con la verdad sin más, que se asienta sobre la convicción. «Ha quedado demostrado que Bárcenas miente, porque no ha podido demostrar la acusación que hizo contra Cospedal», repite la oficialidad del PP, en una prolongación de aquel «hay cosas que no se pueden demostrar» con el que tanto nos tranquilizó Rajoy. Pero hay que tener mucho cuidado con este tipo de silogismos, porque los carga el diablo y son como el rascar, que uno sabe cuándo empieza pero no sabe cuándo acaba.

Un ejemplo: «Está demostrado que la Iglesia miente, porque no ha podido demostrar que Dios existe». Que por mí vale, no nos vamos a poner a discutir por cualquier tontería, pero a lo mejor a Rouco Varela se le hinchan las narices, aunque quizás la referencia a la nariz no sea muy afortunada en este caso. Otro: «Varios de los dirigentes que aparecen en los apuntes de Bárcenas reconocen que son ciertos, luego todo lo que dice Bárcenas es cierto». Silogismos, ya ven.

Para mí, sea como sea, sigue valiendo la palabra del presidente, que para eso lo es: todo es falso, menos algunas cosas, pero hay cosas que no se pueden demostrar. Y luego dicen que no se explica, un libro abierto es este hombre. No nos engañemos, sabe lo que dice y por qué lo dice. Controla tres de las claves en todo este asunto: la Fiscalía General del Estado, encargada de la acusación, el Ministerio de Interior, encargado de la investigación, y las cúpulas judiciales, encargadas de dirigir la sentencia, si la hubiera, que está por ver.

Con el primero no hay dudas, es un alumno aplicado como demuestra cada vez que puede. Por lo que respecta a los tribunales más cualificados de este país, parecen más predispuestos al pellizco de monja que a la sentencia ejemplarizante. Los únicos cabos sueltos estaban al frente de algunas unidades policiales incómodas, como la Udef, y los acabamos de atar esta semana: con la destitución del comisario José García Losada, es la tercera vez en menos de año y medio que se cambia al responsable de investigar los desmanes del partido en el Gobierno. Bien les está, por meterse donde no les llaman.

La última vez que un tesorero del PP, cumpliendo con la asentada tradición en el partido, estuvo en problemas judiciales, el Supremo los resolvió anulando las escuchas telefónicas. En el caso de los sobres está por ver que llegue siquiera al banquillo otro que no sea Bárcenas. Pero hay algo que debería preocupar a la dama de La Mancha y su caballero andante de Pontevedra más que cualquier condena judicial: que un chorizo confeso hablando por una pantalla desde la cárcel tenga más credibilidad que cualquiera de sus torpes silogismos.

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