La escalada hacia el respeto

CAL Y ARENA. Raúl López logró convertir una modesta empresa sarriana que ofrecía servicios entre las ferias de la provincia en el primer grupo español de viajeros por tierra. El éxito se le resistió en su aspiración a ser líder del empresariado o en sectores ajenos al transporte.
Raúl López, frente a la sede de su empresa.
photo_camera Raúl López, frente a la sede de su empresa.

RAÚL LÓPEZ explota su propia imagen sobre dos pilares: el del hombre hecho a sí mismo y el del poseedor de madera de líder. Tiene sentido en ambos casos. En el primero porque no hay otra forma de definir a un empresario que siendo un veinteañero paga un millón y medio de pesetas a tocateja para comprar un segundo bus para la empresa familiar, a la que se había sumado recientemente, y acabe convertido en el principal empresario español del transporte por carretera. Hasta entonces se había ganado la vida (bien) con dos autoescuelas y cuando empezó a trabajar con su padre se decidió a solucionar el que consideraba el principal hándicap de la firma, que ofrecía servicios de bus entre las principales ferias de la provincia: la estacionalidad. No encontraba sentido a que solo fuera un buen negocio diez días al mes.

No tardó mucho en cumplir el que considera un hito en su carrera: adquirir la empresa Monforte, la misma cuyos autobuses veía con envidia pasar en uno y otro sentido ante su puerta, una operación reveladora de tal ambición que su padre la comparó con «comprar la Renfe». Con esa primera sílaba de la ciudad del Cabe, Raúl -porque este es de esos empresarios con los que basta el nombre de pila para que se les reconozca en Lugo sin atisbo de confusión- creó el grupo Monbus y lo puso a crecer a base de repetir esa misma operación: haciéndose con las empresas cuya competencia le hacía sombra.

En 2001 adquirió Castromil, lo que implicó su plena consolidación en Galicia. De hecho, una firma como la británica Arriva -un inmenso conglomerado del transporte que opera en toda Europa- redujo sus expectativas en la comunidad gallega debido precisamente a la presencia constante de Monbus, a la que acabó vendiéndole líneas como la de Ferrol-Santiago. Cuando Raúl López decidió comprar Hispano Igualadina, una de las grandes compañías de transporte en Cataluña, -operación en la que también participó Arriva, por cierto- el Igape le concedió un aval de 6 millones de euros. Touriño, entonces presidente de la Xunta, justificó esa decisión porque se trataba de una operación «muy relevante».En ese momento se convirtió en el primer grupo de transporte español.

En 2010, Monbús ya operaba en toda Europa a través de Eurolines, un conglomerado de empresas que cuenta con socios en cada país europeo. El grupo lucense agrupaba a 50 firmas, tenía más de mil trabajadores y facturaba, según reconoció el propio Raúl, 150 millones de euros. Así que sí, puede decirse que se ha hecho a sí mismo.

También que tiene capacidad de liderazgo porque es evidente que, sin cierta visión, no hubiera podido llegar al punto actual. Y, pese a todo, no ha podido ser la clase de líder que pretendía. No ha logrado situarse al frente del empresariado lucense, que fue una de sus claras aspiraciones y a muchos de sus compañeros se refiere (sin dar nunca nombres) como «los que se hacen llamar empresarios», como dudando de su condición y, en algunas entrevistas, les atribuye un ejercicio de la envidia tal capaz de emponzoñar cualquier entidad destinada a luchar por sus objetivos comunes. Tampoco admitió bien las críticas a su gestión de una década al frente del Breogán CB. Sus incursiones al margen del transporte de viajeros -invirtió en ladrillo y lo intentó con el concurso eólico del bipartito- no tuvieron éxito.

En general, parece que hubiera querido ser tratado siempre con el respeto reverencial y temeroso con el que muchos se enfrentan a los poderosos. Es decir, no solo con la admiración que puede causar, por poner un ejemplo, un Amancio Ortega, paradigma de esa mística del empresario hecho a sí mismo; sino con esa otra admiración que provocan los triunfadores a los que se reconoce enseguida, esos que cuando llegan a una habitación llena de gente importante todo el mundo se percata de su presencia, no por ostentosos sino por muy conocidos. Esos a los que se pide opinión sobre por dónde van los tiros, esos con los que se cuenta para hacer país.

«Ahora me siento más respetado y respeto más», reconocía en 2009 a este diario, como admitiendo que había cambiado su actitud centrífuga y centrípeta. Y, enseguida, para explicarse aún mejor, añadía al periodista. «No me lo tomes como petulancia, pero es que juego en otra división.»

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