La Champions lo tapa todo

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EL MONSTRUO creado por Florentino Pérez, tan habituado a devorar técnicos y jugadores, no podía estar mucho más tiempo sin alimentarse con la Champions League, porque de lo contrario tal vez podría engullir también al propio presidente, y quién sabe si hasta a la entidad. El proceso de desnaturalización que sufre el Real Madrid, y que ha alcanzado su culmen con el actual mandatario en sus dos etapas, solo se puede compensar, y de qué forma, con la conquista del máximo título continental.

Poco queda de aquel club austero que fichaba solo según sus necesidades, estable en el banquillo y con el concepto equipo siempre por encima de las individualidades. El opulento Madrid del siglo XXI dispone de todos los recursos para incorporar a cualquier futbolista del que se encapriche, derrocha, da bandazos a la hora de abrazar un estilo y si las cosas no salen bien pone a funcionar la trituradora. Pero doce años sin levantar el trofeo fetiche en la época de mayor poderío económico de su historia era una eternidad. Sobre todo, si en ese periodo su masa social había tenido que digerir con bochorno seis eliminaciones consecutivas en octavos de final. La sensación que quedaba es que el club más rico del momento estaba desperdiciando su gran oportunidad de engrosar el palmarés, con el riesgo de que el orden del fútbol puede variar en cualquier momento con la irrupción de magnates y jeques.

Jugadores franquicia. Y no solo eso. El modelo de agresividad extrema instaurado en Concha Espina para las contrataciones solo puede ser viable a largo plazo si la entidad agranda su leyenda. Porque para esta política depredadora de fichajes no basta únicamente el dinero. Desde finales del pasado siglo, el Madrid ha ido fijando el punto de mira en jugadores franquicia de grandes equipos europeos, muchos de ellos con una economía saneada o incluso boyante, y que bajo ningún concepto querían vender. Era preciso contar con la complicidad del futbolista, que debía dejar muy claro que el deseo de marcharse no tenía nada que ver con un asunto contractual. En algunos casos, prácticamente se tuvieron que declarar en rebeldía, rechazando incluso contraofertas superiores a la del conjunto español. Así llegaron, entre otros, Zidane, Ronaldo Nazario, Cristiano o Bale. En ocasiones, era además un salto al vacío en lo deportivo, como sucedió con el portugués, que dejó a un Manchester United pletórico -campeón europeo y finalista en dos campañas seguidas- por un equipo que acumulaba ridículos continentales. ¿Por qué entonces ese interés? Muy sencillo. Por el deseo de formar parte del mito, de jugar en la escuadra con más Champions, en el considerado mejor club de la historia hasta el momento. Y este mismo argumento sirve para entrenadores como Mourinho y Ancelotti, que no dudaron ni un instante en hacer las maletas al recibir la llamada.

Pero este privilegiado estatus corre serio peligro cuando se deja de ganar. El Real Madrid estuvo 32 años sin conquistar la Copa de Europa (1966-1998). Eran otros tiempos, que incluyeron una época de cierre de fronteras en España y periodos de delicada situación financiera de la institución blanca, en clara inferioridad de recursos frente a otros grandes del viejo continente. Mantenía el prestigio de ser el que más veces había levantado la Orejona -su ventaja era cada vez menor-, pero con un sabor añejo y que declinaba con el paso de las temporadas, pese a las dos Copas de la Uefa consecutivas en los años ochenta. Por eso las tres Champions que logró en cinco años desde aquel momento le dieron la vida, sirvieron para resucitar la leyenda, para que una legión de niños de todo el mundo -futbolistas de hoy- soñaran con este club, apreciaran en él un plus sobre el resto.

Todo esto nos lleva directamente a la famosa frase de Luis Aragonés, una de las más acertadas para definir este juego: «El fútbol es ganar, y ganar, y ganar, y volver a ganar, y ganar, y ganar…». Por mucho que moleste a profetas, filósofos y visionarios, la historia la escriben los resultados. No hay vuelta de hoja. Y si hablamos de los equipos grandes, podríamos completar la oración del técnico fallecido con las palabras Copas de Europa. Ningún club se ha hecho legendario por ganar cinco ligas consecutivas, u ocho en una década. La excelencia se mide en Champions, al igual que en el tenis viene marcada por el número de Grand Slams. ¿Quién se acuerda hoy de que el Madrid había tenido trayectorias ligueras penosas en las temporadas de aquellas tres Copas de Europa? En dos de ellas incluso había quedado fuera de los puestos que daban derecho a disputar la máxima competición continental en la campaña siguiente. Nada de eso importa.

Hace poco más de dos semanas, un afortunado cabezazo de Sergio Ramos en el descuento impulsó otro giro en la historia de la entidad merengue. La crispación, el malestar que arrastraba el madridismo desde hacía años, dio paso en un solo instante a una mezcla de alivio y euforia. La pésima actitud a la hora de encarar la final, los 60 minutos impropios de un equipo que disputaba su partido más importante desde 2002 y la falta de respuesta táctica a lo que todo el mundo sabía que iba a hacer Simeone quedaron en el olvido de golpe, y para siempre. Esto es el fútbol.

El Real Madrid ha regalado una Liga que tenía en su mano mediada la segunda vuelta; un torneo que además se ganó con 90 puntos -lo habría conquistado holgadamente con los que sumaron en su día Pellegrini o Mourinho en sus dos primeras campañas-. Dispone de una plantilla que le permitiría ser quizá el equipo más rápido del mundo, pero explota la velocidad mucho menos de lo que podría, porque «la idea es no jugar al contraataque», en palabras de su entrenador al principio del curso. Se empeña en practicar un estilo de posesión del balón, con lo que a menudo se cierra los espacios y anula sus propias virtudes. Tiene problemas para controlar los partidos, porque su esquema y la forma de desarrollarlo lo suelen dejar en inferioridad en el centro del campo. Su capacidad para robar la pelota en zonas de peligro está muy limitada porque los tres futbolistas más adelantados están prácticamente liberados de tareas defensivas... Pero Ancelotti, con su carácter bonachón, su método paternalista y su flor, ya está vestido con el traje de triunfador, y como tenga la suerte de ganar alguna Champions más será un icono del madridismo, uno de sus héroes inmortales. Señor Aragonés, usted sí que sabe.

(Publicado en la edición impresa el 9 de junio de 2014)

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