A la caza de mulatas en Vespa

Con gran sombrero, trabajando en la Orchila.
photo_camera Con gran sombrero, trabajando en la Orchila.

Forcarei, Lugo, La Orchila, tres etapas en la fabulosa vida de Julio Barreiro (y III) La imagen de Marcos Pérez Jiménez, de Fulgencio Batista y de otros cortesanos de sus respectivos gobiernos, montados en vespas en persecución playera de docenas de jineteras, de Silvana Pampanini, de las bailarinas del Tropicana, o de meretrices contratadas al efecto, está grabada en el imaginario popular como el referente corrupto de la isla venezolana de La Orchila, un refugio permanente de los mandatarios desde que allí se construye un complejo para acoger orgías, conjuras y acuerdos comerciales al amparo de cualquier mirada. El azar, o la necesidad, quiere que Julio Barreiro Rivas, el cantero de Forcarei que ha seguido la fantástica ruta lucense de Hitler, sea también el protagonista a la hora de construir en la isla. Él lo cuenta en su libro ‘El misterio de La Orchila’, de donde proceden algunas de las referencias que acompañan la parte final de este reportaje.

Su etapa lucense finaliza cuando marcha a la mili.

Sí, al Regimiento de Pontoneros de Monzalbarba, en Zaragoza. Al volver a Forcarei me doy cuenta de que toda mi generación ha emigrado y el año 1952 decido hacer lo mismo. Destino, Venezuela. Aquí he sido ingeniero, constructor, escultor, decorador, músico y en estos últimos años, escritor.

En Venezuela forma también una familia que triunfa en varios campos, entre ellos la música.

En el año 1963 conozco a mi esposa, Thaydée Josefina Salazar Gamboa, natural del Territorio Delta Amacuro (Tucupita). Del matrimonio nacen cinco hijos: Carmen Elena, Julio Manuel, Francisco Ricardo, Freddy José, y Gabrielle Arnaldo. Siete años más tarde nos establecemos en la Casa Grande de San Antonio de los Altos, Edo, en el estado de Miranda. Juntos formamos el grupo de música folclórica Los Hijos de la Casa Grande, que hoy ya puede presumir de haber logrado varios éxitos populares, con una presencia constante en radios y televisiones nacionales. La vocalista es mi esposa. Carmen Elena es conocida como la reina del arpa de Venezuela. Los restantes componentes, mis hijos, son empresarios en el mundo de la publicidad y el diseño.

Háblenos de sus libros.

Además del primer tomo de mis memorias, he publicado ‘Los misterios de La Orchila’, sobre mis trabajos allí y ‘La princesa Mama Coka’, así como otros relatos y reportajes

Nos vamos a centrar ahora en el segundo.

En él cuento con todo lujo de detalles lo ocurrido en La Orchila y la muerte del gallego Manoliño Caamaño. En estos días me visitó su hijo para agradecérmelo. Tanto él como su familia querían enterarse del caso. Comimos alrededor de un típico caldo gallego. En Youtube, se encuentra un video de esta odisea en el Caribe, titulada ‘La siembra de un gallego’ en Venezuela. Sería muy importante para toda Galicia que este periódico le rindiera un homenaje a Manuel Caamaño, que fue un gallego de los campos de Noia-A Coruña. Yo rescaté a ese hombre, de ser devorado por los tiburones que se pasean por el mar Caribe de La Orchila.

Bien, pero sigamos un orden cronológico. Usted afirma que «nada de La Orchila fue mandado hacer por el general Marcos Pérez Jiménez». ¿Qué debemos entender los que no estamos familiarizados con esa historia?

Los únicos artífices son la compañía Iveca, propiedad de Sergio Casado, que me manda en calidad de maestro de obras, con trescientos operarios para construir allí unas simples cabañas con palos de mangle y palmas. Y yo construyo allí una primera casita decorada con piedras de corales. Cuando llega Pérez Jiménez, le gusta mucho y manda hacer el resto de las casas hasta completar el actual complejo vacacional. La Orchila es un verdadero paraíso en el Caribe con su playa de quince kilómetros, que es el largo de la isla, por seis de ancho.

¿Qué más se construye allí?

Desde entonces se construyeron en la isla las mejores mansiones. Eso sí, dedicadas a las oligarquías de turno y controladas por los militares. Yo lo conozco muy bien aunque es un lugar secreto. Solo hay dos pequeñas montañas y muy poca superficie llana desprovista de vegetación, pero con gran cantidad de langostas. Hay un campo de aviación donde está el cuartel de la Guardia Nacional, un pequeño muelle, una gran casa presidencial con un edificio llamado Los Comunes, en donde están ubicados los grandes restaurantes y los mesones, al tiempo que se disfruta de grandes espectáculos de habaneras y de artistas venidos de otras partes. Pero también por allí pasan toda clase de embarcaciones submarinas y aviones misteriosos. El complejo está totalmente vetado para el pueblo de Venezuela con el fin de que nadie sepa cómo se bate el cobre allí.

¿Cómo acaba siendo el artífice de aquello?

El destino quiso que fuese elegido para realizar todo el complejo de construcciones de la isla. Mi curriculum era más que suficiente para ser elegido para este cargo desde que trabajo para Gerardo González González. Fue así como un día me ponen al frente de una brigada que debe realizar unas cabañas playeras, construidas a base de maderos de mangle y, techadas con palma. Se trataba de unas simples construcciones, sólo para guarnecerse del sol tropical y poder guindar unos chinchorros para tomarse unos refrigerios a la sombra.

Unos chiringuitos.

Sí, eso. Después, en un barco llamado El Golfo de Cariaco, procedo a cargar toda clase de materiales, cabillas, cemento, maderas y unos ciento cincuenta obreros, que habían sido alistados en las oficinas de la compañía Iveca, situada en Coche, justamente en los terrenos que actualmente ocupa el cuartel militar de reclutamiento.

¡Caray! ¡Mucha gente para unos chiringuitos!

Los planes originales del proyecto se complicaron. El señor Sergio Casado, propietario de la empresa, y el señor Perdomo, el administrador, no pudieron presentarse en la isla porque estaban esperando al presidente Pérez Jiménez a fin de que los acompañase y señalase el sitio en donde se construirían las cabañas, de las cuales yo tenía los planos correspondientes. Pasó mucho tiempo desde nuestra llegada a la isla. Los alimentos se habían mojado y también el cemento. Dos meses estuvimos esperando la llegada de la comisión presidida por Pérez Jiménez.

¿Y qué hizo?

Decidí tomar medidas al ver que el cemento se estaba estropeando y que tantos obreros estaban allí cobrando un sueldo, por pescar y por comérselo asado como lo hacían un grupo de indígenas que habitaban la isla conjuntamente con un señor que llamaban el prefecto y que era el último vigilante de las vacas que tiempo atrás habían sido llevadas allí por estar enfermas de fiebra aftosa para evitar el contagio. Cuando muere la última vaca, él se queda a título de prefecto. Así que me puse a hacer lo único que sabía. A mi manera, diseñé una casa campestre y, en tiempo récord la construyo. Como quiera que los materiales y el tiempo que teníamos por delante eran más que suficientes, ordené la construcción de otra casita más pequeña.

¿No venía nadie del continente?

Cuando las dos casas estaban terminadas, llega a la isla La Vaca Sagrada, como se conocía el avión del presidente, por las muchas atenciones que recibía. En ella venía el entonces coronel Marcos Pérez Jiménez, el señor Casado, el señor Perdomo, administrador de la empresa, el ingeniero, señor Lasera y dos maestros de obras, el señor Vitali, italiano, y el portugués, señor Domínguez. Según me informaron, en el navío Alcapana venían 500 obreros más.

Se habían olvidado de ustedes, pero ahora llegaban con todo el equipo.

Así fue. Pérez Jiménez tan pronto como fue a la casa, dijo: «Esta será la mía... tiéndanme aquí la hamaca. Me gusta, está muy bonita. Que sean todas como esta». Acto seguido se empezó la construcción de las treinta y dos casitas y demás elementos que conforman el complejo. Se contrató a 1.500 obreros, se utilizaron las embarcaciones El Golfo Cariaco, Alcapana, Felipe Larrazábal y dos grandes gabarras petroleras, así como un avión militar, varios vehículos rústicos y un camión viejo que estaba abandonado en la isla.

¿Había agua suficiente?

Para que La Orchila funcione de acuerdo a cómo fue diseñada, el agua dulce de las piscinas, toboganes y duchas tiene que ser transportada desde tierra firme puesto que en la isla solo la mitad del agua es salubre.

¿Qué ritmo se dio a los trabajos?

Frenético. Se trabajó a toda máquina de noche y de día, puesto que la fecha de inauguración ya estaba señalada. Vendría el presidente cubano Fulgencio Batista y el Platinado, que era el dueño del club Tropicana de La Habana. Vendrían sus artistas cabareteras y un avión completito lleno de jineteras, para deleitar con placeres a los militares venezolanos.

¿Fue testigo de esas orgías, de las vespas o de Silvana Pampanini en La Ochila?

Yo soy testigo fiel, porque como maestro de las obras, tuve el gusto de compartir algunos de los mencionados festejos. Lo cierto es que fueron unas encerronas de padre y muy señor mío.

¿Iba mucho el presidente?

Casi todos los fines de semana estiraba las piernas por allí el general Pérez Jiménez, compartiendo las instalaciones con sus amistades del Gobierno. Por supuesto, para endulzar la Coca Cola y ponerle un poco de ritmo, el presidente cubano Fulgencio Batista siempre se presentaba en la isla con sus mulatas, con dos o tres aviones cargados de jineteras, que según decían sin vergüenza, era lo que más producía la isla de Cuba.

Pero las orgías no duraron mucho.

Para el presidente no. Pérez Jiménez no tuvo tiempo para disfrutar de esos aquelarres puesto que a los pocos días de haberse inaugurado, La Vaca Sagrada pasó volando sobre la isla. Lo llevaba camino del exilio.

¿Qué ocurre tras la marcha de Pérez Jiménez?

Desde entonces la isla de La Orchila es convertida en un verdadero centro de corrupción política, en donde se planean la mayor parte de los saqueos perpetrados por los diferentes gobiernos de turno y los presidentes extranjeros, entre ellos, el más asiduo concurrente siempre fue Fidel Castro, que por el hecho de haber expulsado a Fulgencio Batista del poder en los mismos tiempos que Pérez Jiménez salió de Venezuela para evitar un río de sangre, se cree que tiene derechos sobre Venezuela. Los familiares de Chávez, los hijos y sus amigotes del mundo alegre, celebraron las grandes encerronas todos los fines de semana. Se dice que tenían lugar toda clase de rituales, santerías cubanas y de María Lionza, regadas con bebidas exóticas. Un verdadero derroche. Mientras la mayoría del pueblo venezolano se baña en las playas de la Guaira e Higuerote, contaminadas con toda clase de infecciones y salvando los submarinos negros, como aquí llamamos a los excrementos, que vienen flotando de las cloacas.

Compruebo que habla bastante bien de Pérez Jiménez.

Reconstruyó Venezuela. Si yo emigro aquí es por él. Además se han dicho muchas mentiras de él. En un escrito sobre La Orchila que encontré en internet pude leer que Pérez Jiménez expulsó a los indígenas residentes de La Orchila. ¡Mentira! Los indígenas pescadores que habitaban al norte de la isla convivían con nosotros, nos vendían langostas, toda clase de pescados y algunos animales de corral. Nos alquilaban las lanchas cuando la empresa las necesitaba. En una de estas lanchas indígenas alquilada por la empresa yo llevo a La Guaira al gallego Manoliño, muerto por un indígena en un accidente que se produce con el único camión viejo que había en la isla, sin luces ni frenos. Con respecto a los indígenas residentes en el norte de la isla, lo primero que nos dice Pérez Jiménez fue: «Esos indígenas son un icono de la isla… cuidado con maltratarlos… puesto que son sus verdaderos dueños». ¿Cómo es posible que un escritor venezolano se preste a desvirtuar la historia con fines políticos? Pérez Jiménez nunca fue un dictador.

Fue algo así como un gran padre, que aprovechó las circunstancias de las emigraciones europeas para construir su país, que estaba en el suelo. Y obligó a sus hijos, en este caso, a sus conciudadanos, a que colaboraran en la reconstrucción de su patria. Es cierto que todo aquel que se oponía a colaborar, era expulsado del país. Decía Pérez Jiménez: «El venezolano tiene que ser útil como dijo Bolívar. La grandeza está en ser grande y ser útil en honor a nuestros libertadores. ¡No un vago político, hablador de paja!».

¿Qué opina de la actual situación en Venezuela?

Opino muy poco, cuando podría opinar mucho. En Youtube se encuentran algunos vídeos que yo dedico a la profanación del sepulcro de Simón Bolívar, y a la reencarnación del presidente fallecido Hugo Chávez en Simón Bolívar. Lo cierto es que cuando la gallina canta como el gallo, los políticos se convierten en gallinas, y lo que le viene a los pueblos, es una plaga de hambre y miseria. Como quiera que mi campo siempre fuera el cultural, prefiero no mezclar la política con la cultura. Yo soy muy conocido en Venezuela, por lo cual mis opiniones no serían muy gratas a ciertas personas, que yo sé que me admiran. Mejor prefiero no opinar.

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