La casa, para quien la habita

SANTIAGO CATALÁN ES un poco como su arquitectura: racionalista, sensata, práctica, amable para el que la vive, de líneas limpias, con un punto de originalidad para eludir la sosería y discreta aunque la tengamos hasta en la sopa. Es una arquitectura que bebe de un montón de fuentes, un poco como él: madrileño de abuelos libaneses, madre venezolana y padre militar de los de ¡España, coño!

Buena parte de la obra pública que se ha hecho en Lugo en los últimos años lleva su firma, desde aquella primera remodelación de la Praza Maior hace un par de décadas al próximo edificio del Cetil, pasando por la biblioteca central del campus universitario o alguna piscina municipal. Es verdad que a muchos colegas les asombra su facilidad para conseguir determinados proyectos, pero no hay secretos inconfesables: «Prácticamente todo lo que he hecho es obra pública, me ha interesado siempre. A veces, al principio, era el único al que le interesaba en Lugo. Y hay algunos palos que no he querido tocar nunca y no he movido un dedo por ellos. Por ejemplo, podría haber ido a hablar con más promotores y ofrecerme, pero ni lo he intentado».

También llama la atención de sus colegas, y tal vez mueve la envidia, su presencia constante en los medios de comunicación. Pese a que él rechaza de raíz ánimo alguno por figurar —«sólo lo justo, porque si no te haces pesado. He rechazado un montón de oportunidades para salir más en los medios»—, también defiende que es algo «que me he currado, arriesgándome a exponer mis ideas cuando ningún otro arquitecto aquí estaba dispuesto».

Y tiene las ideas claras, la conversación fácil y el humor bien dispuesto. Tal vez los genes árabes y caribeños sean la explicación a un color de piel que 28 años de niebla lucense no han conseguido blanquear. Bajo, aunque no pequeño, su rostro aún conserva el aire del empollón que debió ser, de ésos que reciben el puteo de los gamberros de la clase. Las manos, delicadas, están manchadas de rotulador y su voz es un tejado a dos aguas que suena como la del púber que estuviera a punto de saltar a la adolescencia de un momento a otro. Sólo las marcadas ojeras desmerecen una fachada que se conserva bien para haber sido construida hace 54 años.

Perfeccionista y puntilloso, con gusto por el detalle constructivo, es tremendamente crítico con el urbanismo lucense, en especial con el que ya no tiene solución, que anota directamente en el debe de quienes todos sospechamos: «A muchos constructores no les interesan los arquitectos con ideas propias. Cuando yo llegué a Lugo, el arquitecto era prácticamente un pelele en las manos del constructor. Ahora han cambiado mucho las cosas, hay gente más abierta que se ha dado cuenta de que esto no puede seguir así. Aún así, los promotores...».

Al menos se ha ganado el derecho de elegir, dentro de un orden, a sus clientes. «Lo más importante para mí es tener el cliente adecuado; sin eso, ya no trabajo, no me apetece. Tampoco es que se me presente mucho la ocasión, pero sí que rechazo algunos clientes porque me va a costar a mí más esfuerzo y más dinero y encima nos vamos a enfadar porque va a quedar un engendro. Una vez que está el cliente, lo fundamental es que él quede satisfecho. Y para eso estoy dispuesto a renunciar a cualquier cosa de las que yo he previsto, con tal de que no sea una cafrada». Un planteamiento que le aleja del humo de la arquitectura espectáculo que tanto se lleva ahora, y que se acabará «en cuanto los políticos decidan que no hay dinero». Porque el arquitecto está «muy bien pagado, a veces excesivamente».

Para descansar de la arquitectura se refugia en el Real Madrid —una laguna entre tanto racionalismo— y la pintura. Miembro del ya mítico grupo Bacabú de Lugo, su obras son tan contenidas como sus edificios, aunque poco a poco trata de desmelenarse: «Siempre intento alejarme con la pintura del rigor de la arquitectura. Lo que más me ha emocionado siempre de la pintura es el placer de hacer cosas sin cortapisas. Eso de hacer una raya porque te da la gana no puedes hacerlo en arquitectura; bueno, lo puedes hacer, pero serías un cabrón porque seguro que joderías a alguien».

No deja de dar un poco de tristeza comprobar que alguien que ha puesto tanto empeño en que el urbanismo y la cultura lucenses salgan de su rincón reconozca que ha perdido la esperanza en que la ciudad dibuje los planos de un futuro que podría ser magnífico, pero que ahora adivina ruinoso. Por eso piensa en un retiro en el Caribe materno, al sol que más calienta.

(En la foto, de Xesús Ponte, paisaje urbano con santiago al fondo)

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