La amante del presidente

Un seductor. Foto: EFE
photo_camera Un seductor. Foto: EFE

ANDA LA Galia toda revuelta a cuenta del lío de faldas de su presidente, François Hollande, con una bella y considerada actriz, Julie Gayet. Solo que como ellos son tan chic para las cosas de follar, han buscado un modo más relamido de encarar el asunto: debaten sobre si el deber de la prensa de publicar la información vulnera el derecho del presidente y sus guardaespaldas a encamarse con quienes quieran en sus ratos libres. Una manera muy francesa de enfocar el problema.

Porque en realidad el tema no tiene debate -es imposible que tal situación no afecte en modo alguno a la gestión y a los gastos cargados al erario público del máximo responsable político del país- ni hay gabacho que pueda hacerse el sorprendido, ya que las amantes de los sucesivos presidentes son ya una tradición asentada en la V República. Lo que me extraña es que todavía no hayan regulado la figura y que los candidatos no la incluyan en sus respectivos programas electorales, para evitarse malentendidos.

Por lo que a mí respecta, creo que el debate debería plantearse en otros términos, porque lo que pone una vez más de relevancia este romance de altos vuelos es la imposibilidad metafísica de comprender a las mujeres. A las francesas y, por extensión, a todas. Y es que la nómina de mujeres no solo simplemente hermosas, que sería más fácil de entender, sino a la vez brillantes que han caído a las pies de los ocupantes del Elíseo comienza a ser ofensiva.

Porque al menos François Mitterrand dejó un sello de estadista en Europa entre paseo y paseo nocturno hasta la casa en la que vivía su familia alternativa. Pero si uno ya tenía dificultades para encajar lo de Cecilia Ciganer y Carla Bruni con Nicolas Sarkozy, un chulo de discoteca rural con alzas en los zapatos que cambió la cadenaza de oro por la corbata, no tiene modo de aproximarse con objetividad a lo de Hollande.

Cualquiera que haya consumido la mayor parte de sus noches de juventud entreteniendo a chicas estupendas que al final se iban del local con el guaperas de la cuadrilla, que además solía coincidir con el más capullo, puede reconocer en Hollande a uno de los suyos, sin la menor duda: es un pagafantas. A lo mejor ingenioso e inteligentísimo, que eso no se discute, pero un pánfilo de libro, carne de amiga simpática de la guapa. Esto no es machismo, es así, porque siempre son ellas las que escogen.

Algunos quieren explicarlo con lo de la erótica del poder, pero el argumento no me alcanza. Porque no estamos hablando de aventureras como las que animaban las fiestas de Berlusconi a tanto el «te quiero, papi». Son Segolene Royal, referencia de la izquierda francesa y en algún momento con más poder que él. A ella la engañó con Valerie Trierweiler, periodista respetada y con criterio propio, que ahora pasa las noches sola en su ala del Elíseo mientras Hollande, con casco y moto al más puro estilo Borbón, rinde visita a la estupenda Julie Gayet, una actriz en la serenidad de la cuarentena con una sólida carrera a sus espaldas. Tres mujeres sensacionales en las que la belleza solo es un extra, tres personas con la capacidad y la posibilidad de elegir.

Y van y eligen a Hollande. Me parece una falta de respeto para los demás. A él, además de envidiarlo, lo entiendo; no es sino la necesidad de aplacar nuestro complejo de inferioridad, un chute de autoestima. Somos así de simples, es lo que hay, y eso después de varios millones de años de evolución, que habría que vernos antes.

Una amiga que ha estudiado tiene una teoría con pintas de razonable: «Este tipo de mujeres», me escribe, «inteligentes y guapas, posiblemente ya han tenido muchas oportunidades para estar con tíos buenos y jóvenes y se han dejado pedazos de su vida sentimental en fulanos que ahora ven que no merecen la pena. Y guapo, joven y con poder no suele darse en la misma persona, así que pueden necesitar sentirse protegidas, arreglar su vida con un hombre que les dé seguridad y con menos posibilidades de que las deje por otra. Alguien que las proteja como un padre».

Es decir, que después de toda una juventud a dos velas aguantando que eligieran al canalla de turno, ahora resulta que de maduro, tampoco, porque eligen al pagafantas. Por una vez estoy empezando a ambicionar el poder, supongo que porque a lo de joven, guapo o rico ya llego demasiado tarde. Así no hay manera.

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