Juliana sienta a España en el diván

NI MADRID ES exactamente España ni lo que se publica allí es la opinión de los españoles. La afirmación es de Mariano Rajoy hace ya algún tiempo en una entrevista con Jordi Basté. La presencia dominante, y casi uniforme, de los diagnósticos que sobre la realidad de España se formulan por los múltiples y potentes altavoces centrales puede llevar a la conclusión de que la opinión mayoritaria en España coincide con esos planteamientos y con esas preocupaciones que dominan las portadas madrileñas o el guion de las tertulias radiofónicas y televisivas. Hay algo más: la cosecha de votos de Madrid es aporte fundamental para acceder al poder. De ahí, la primacía de algunas líneas actuales en el discurso político de los líderes, principalmente en el centro derecha.

Solo por eso, por lo aconsejable de contar con más de un diagnóstico, debemos acercarnos al diván en el que Enric Juliana psicoanaliza la España de esta «década de desfondamiento», la que va de la guerra de Irak en 2003 a la llegada de Mariano Rajoy al poder en plena catástrofe económica, y en un tiempo de «teatralización de la crispación política» como discurso y línea argumental de quienes marcan las estrategias de los grandes partidos. El relato y diagnóstico está en la consulta de Enric Juliana: «España en el diván. De la euforia a la desorientación, retrato de una década decisiva» (2004-2014. Ed. RBA)

Sostiene Juliana que la crisis supone un final abrupto de una algo idílica y fantasiosa visión de España, que se sentía liberada de demonios históricos y contingencias geográficos. Con la crisis vuelven los problemas que permanecían irresueltos. Mantiene el periodista catalán, y ahí está la importancia de su visión, que la actual situación ni puede ser analizada, digerida y resuelta con el único planteamiento del centro madrileño. Si así sucediese, que no es descartable, quedarán ahí los problemas como deberes pendientes.

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Enric Juliana (Badalona, 1957) es uno de los analistas políticos más originales y que va más a la profundidad de los asuntos en la prensa española. En la muerte de Adolfo Suárez explicó la Transición en el contexto de los equilibrios mundiales de poder de la Guerra Fría. Mao Tse Tung, con una China que emergía como potencia y que coincidía con EE.UU en el objetivo de frenar el expansionismo de la Unión Soviética, le pidió al presidente Gerard Ford que acelerase la entrada de España en el Mercado Común Europeo. Había que impedir que el sur de Europa cayese en la órbita de influencia soviética: el Portugal de la Revolución de los Claveles, la Italia de un PCI alternativo a la Democracia Cristiana, y la España que despide al viejo dictador, que logró mantener su régimen tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Juliana, director adjunto de La Vanguardia, sigue atentamente la política española desde la delegación del este periódico en Madrid. Sus crónicas dominicales, Cuaderno de Madrid, recuperan la tradición de la calidad literaria del periodismo que representaron los catalanes Josep Pla o Gaziel. Su obra periodístico-literaria sigue viva para disfrute del lector actual. Juliana aporta claves explicativas en esas crónicas con el recurso a herramientas como mapas, que siempre sirven para situar y para comprender qué es lo que está en juego. Es la importancia política, y económica, del lugar físico cuando algunos con internet y la globalización se habían apresurado a entonar el fin de la importancia de la localización geográfica (Robert D. Kaplan: «La venganza de la geografía. Cómo los mapas condicionan el destino del mundo»). Otro de la serie de curiosos e interesantes enfoques es la Modesta España, con la ayuda del Quijote: el Caballero del Verde Gabán, el caballero castellano con el que se encuentran Don Quijote y Sancho. Parece pertinente destacar una advertencia que le hace al autor el académico Francisco Rico, especialista en la obra de cervantina: «Cervantes pertenecía a un mundo en declive y tuvo la lucidez y la ironía de percibir el cambio de época. Es como un antiguo soldado de la División Azul que anticipa, gustoso, la Transición» . Estas crónicas que inició hace algo más de ocho años dan idea de la capacidad observadora y de análisis de este periodista catalán que como un viajero de otro tiempo recorre España y Portugal, para y habla en cada lugar con quien entiende que le puede aportar algo para tomar el pulso al acontecer.

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Estas crónicas que arman casi seiscientas páginas de un libro son, como la mirada de un corresponsal extranjero en Madrid, según la visión de Juan José Millás. No lo entendería yo como una crítica precisamente. Más bien es un auténtico elogio en medio del periodismo de trinchera y crispación que domina en la capital del Reino. El periodista debería distanciarse al menos de la refriega diaria y doméstica que solo tienen la importancia de los poderes y vanidades personales. No deberíamos mancharnos los bajos del pantalón en el fango político de mirada corta y descontrolada ambición .

Enric Juliana es un periodista con cultura amplia y con conocimiento de Europa. Inició su carrera en el desaparecido Tele/eXprés, pasó por el semanario El Mon, trabajó en los servicios informativos de TVE y en el diario El País. Pertenece a la plantilla de La Vanguardia, donde dirigió la sección de Barcelona en la etapa de los Juegos Olímpicos, el período de mayor transformación de la Ciudad Condal, con Maragall en la alcaldía.Fue corresponsal en Roma. Guarda y mantiene excelentes contactos y conocimientos de los interiores del Vaticano y de la política italiana. Y llegó a Madrid un mes después del 11-M, bajo el silencio y el impacto de los atentados, la derrota del PP, tras la jornada «de vertigo» de la víspera electoral y con el arranque de un presidente que como líder de la oposición había permanecido sentado en un desfile al paso de la bandera de Estados Unidos.

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Las tardes de los domingos en Madrid son tristes, como en todas las grandes ciudades, si uno está solo y se siente solo. Es probable que el autor de estas crónicas experimentase esas sensaciones desde su condición de observador distanciado, de curioso corresponsal en Madrid. Es la capital de un país que pasa sin previo aviso de la euforia de gran potencia y la exhibición de la riqueza a un modesto país al que le marcan los deberes desde Berlín, el FMI y Bruselas. El testimonio de un período que le recorta el salario y las extras a los funcionarios. Un tiempo en el que las clases medias temen que puedan acabar en la miseria y van camino, también los que no se incorporaron al paro, de abandonar la condición de parachoques estabilizador del sistema.

Entretanto, y sin ser catastrofista, la clase dirigente carece de la visión de Cervantes en el Quijote: no perciben el cambio de época, no prestan oídos a los ruidos del desmoronamiento. Representan y repiten hasta aburrir los papeles que se marcan en la escenificación de la crispación, su único aporte para la recuperación como país. No interpretan los augurios que aportan los datos del Cis.

 (Publicado en la edición impresa de El Progreso el 29 de marzo de 2014)

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