Una mirada sobre John, Paul, George and Ringo

Un artículo de opinión visceral sobre el significado de los Beatles y lo qué sucede cuando se mitifica a alguien, las razones por las que gustan dejan de importar

Con diez u once años empecé a entrar en nuestro salón, que como los de todas las casas permanecía impoluto, con las persianas bajas y cerrado, a poner música en el tocadiscos de mi padre. Y recuerdo perfectamente estar sentado a oscuras en la alfombra, escuchando por primera vez a los Beatles, maravillado. Si en algún momento de mi vida he tenido una experiencia artística excepcional, mística, como las que cuentan otros que les produjeron 'La consagración de la primavera de Stravinsky', la 'Sonata en La' de Franck o el 'David' de Miguel Ángel, sin duda fue aquella.

(Y, enseguida, la pregunta inevitable: ¿cómo era posible que se hubiesen separado? ¿Pero por qué?, le insistía una y otra vez a mi padre, sin comprender cómo podía haber sucedido algo, en el fondo, tan inaceptable e injusto.)

Ya nunca dejaron de gustarme. Todo lo contrario: los Beatles hace tiempo que entraron para mí en la categoría de mitos. De hecho, les confieso que me cuesta creer que hayan existido; el no haberlos visto mientras estaban juntos me hace sospechar que el grupo nunca fue real, sino algo así como una leyenda que hubo que inventar para dar explicación a una música que, por una conjunción de astros inconcebible (y sin duda el tándem Lennon-McCartney lo fue), había salido así; no puedo creer que haya habido gente que los vio, que fue a un concierto en el que quienes salieron al escenario fueron los Beatles.


El 1 de agosto de 1965, en el programa que grabaron en el Blackpool Night Out de la ABC, McCartney interpretaba por primera vez ‘Yesterday’. Yo, como cualquier inglesa de entonces, de las que gritaban histéricas agolpadas contra los bobbies, sin duda me habría desmayado viendo y escuchando a Paul con veintitrés añitos, su estrecho traje negro y su corbata, sus gestos, sus cejas enarcadas y su cara de no haber roto un plato (los Beatles adoptaron la táctica de mostrar en los conciertos una imagen de total indiferencia, de hacer como si estuviesen solos, con expresión inocente, que yo creo que contribuía a enfervorizar aun más a sus fans), cantando la canción más bonita de todos los tiempos.

Cuando se mitifica a alguien, las razones por las que gustaba dejan de importar; ya no se le valora por lo que hace, sino que todo lo que hace se valora porque es suyo. Pero incluso tratando (sin conseguirlo) de ser objetivo me parece absurdo descender a medirlos con nadie. Decir, por ejemplo, que se es más de los Rolling es como decir que se es más de Albinoni que de Bach, de Lope que de Shakespeare, de Dominique Wilkins que de Jordan: es comparar el talento de los mortales con la genialidad inalcanzable de los dioses.

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